Revista Expatriados
El último mes de vida de Vietnam del Sur tuvo bastante de tragicómico. Dicen que las tragedias sirven para sacar el héroe que llevamos dentro. Puede. Pero cuando hay políticos de por medio lo que suele salir es el estúpido que llevamos dentro.
Durante los últimos treinta días de vida de Vietnam del Sur, el Presidente Ford y Kissinger se esforzaron por lograr que el Congreso aprobase algún tipo de ayuda para Saigon. En sus motivos hubo un poco de todo: la ilusión de que tal vez unos cuantos millones de dólares pudieran darle una bocanada de oxígeno al régimen y el afán porque no se dijese que habían abandonado a un aliado. Porque sí, hubo un momento en el que lo importante ya no era que sobreviviese el régimen de Saigon sino el efecto que tendría su caída entre los aliados de EEUU y para la imagen misma del país. El Presidente Ford pidió al Congreso el 10 de abril 722 millones de dólares de ayuda militar de emergencia y 250 millones en ayuda humanitaria. Después de arrastrar mucho los pies el Congreso acabó autorizando 200 millones de dólares en ayuda humanitaria que se destinarán básicamente a las operaciones de evacuación. Por cierto que también hubo chalaneo a propósito de cuántos survietnamitas estaba moralmente obligado a acoger EEUU. Las conciencias de los congresistas decidieron que con 200.000 que acogieran podrían conciliar el sueño por las noches. Un aspecto bastante poco edificante de los debates fue el claro intento de la Administración Ford de quedar exonerada ante la Historia: si Vietnam del Sur se perdía, sería por culpa de los tacaños de los congresistas.
Nota tragicómica: mientras Vietnam del Sur se hundía, Gerald Ford estaba jugando al golf en Palm Springs. En el telediario se vio a Ford hacer un hoyo y a continuación las imágenes dramáticas de la evacuación de los survietnamitas. Existen unas fotos en las que se ve a Ford en niqui huyendo de los periodistas en el aeropuerto de Bakersfield. Comentario de un periodista: “Corre tan rápido como el ejército survietnamita.”
Mientras los pequeños egos chocaban en Washington, otro tanto ocurría en Saigon. Muchos se decían que Thieu debía partir. Los optimistas pensaban que otro dirigente tal vez lograse galvanizar a la población e infundirle el espíritu de resistencia. Los pesimistas buscaban un dirigente menos marcado que Thieu, que fuese aceptable para Hanoi con vistas a las conversaciones de paz.
Thieu se aferra al cargo con todas sus fuerzas. Sugiere que podría no presentarse a las elecciones presidenciales previstas para octubre. Cesa al Primer Ministro y nombra en su lugar al Presidente de la Cámara de Diputados, Nguyen Ba Can. Habla al pueblo y promete recuperar las provincias perdidas. Finalmente se rinde ante lo inevitable y anuncia su dimisión el 21 de abril en un larguísimo discurso televisado en el que deja claro que allí todos han fallado menos él.
Su sucesor fue el Vicepresidente Tran Van Huong, un hombre de 72 años, enfermizo, parsimonioso y formalista. Todd describe con mucha gracia sus primeras preocupaciones al hacerse cargo de la Presidencia:
“… Apegado al legalismo, incluso al ritualismo, convertido en Presidente, Huong se interesa primero por los nombramientos y las elecciones en el seno de la Cámara y del Senado. Todo allí debe estar en orden antes de que escoja a un Primer Ministro. Huong manifiesta su contento porque, al día siguiente de su entronización, el diputado Phan Van Ut, jefe del bloque republicano, fue elegido presidente de la Cámara. La Asamblea no tenía cabeza desde que su Presidente fue hecho Primer Ministro. El Presidente Hong se inquieta: ¿cómo es que no se consigue presentar a un candidato digno de ser secretario general de la Asamblea? ¡Qué fastidio que el único candidato digno se encuentre en Can Tho! ¡Ah! He aquí algo que merece toda la atención del nuevo Presidente: el Sultanato de Omán acepta enviar un nuevo embajador a partir del 26 de abril.¿A quién se puede destinar a Omán?...”
Para consternación general, el GRP declara que Huong “es Thieu sin Thieu”, es decir que no negociarán con él. Comienzan los tejemanejes y las conspiraciones para deshacerse de Huong. El hombre que podría salvar la situación es el General Dong Van Minh, apodado el Gran Minh. Minh ha sido siempre el abogado de una tercera vía neutralista, ni comunista, ni nacionalista, algo parecido a lo que el Primer Ministro Souvanna-phouma representa en Laos. Políticos y diplomáticos lanzan un suspiro de alivio: hay una solución de recambio que seguro que será aceptable para los comunistas. El único problema era que Huong arrastraba los pies. Lo de ser Presidente le ponía cachondo, aunque fuera Presidente de un barco que se hundía.
Presionado por todas partes, Huong acaba aceptando dimitir, pero exige que todo se haga conforme a la constitución. El 28 de abril a la República de Vietnam del Sur apenas le quedan 48 horas de vida. Ello no es obstáculo para que la Asamblea debata como si no pasase nada el traspaso de poderes de Huong al Gran Minh. Por 136 votos a favor y 2 en contra la resolución es adoptada. Pero, última legalidad: Huong no quiere realizar el traspaso sobre la marcha, sino al día siguiente. Desea poder decir que fue Presidente durante una semana.
El Gran Minh, que había soñado muchas veces con ser el salvador de Vietnam, el hombre de la vía media que traería la reconciliación al país, descubre que su momento ha llegado demasiado tarde. El poco tiempo que pasa en el cargo lo dedica a intentar negociar con los comunistas. Éstos, sabiendo que tienen la victoria militar al alcance de la mano, hacen saber que lo único que quieren es que el gobierno y el ejército de Vietnam del Sur se disuelvan. En realidad, nunca tuvieron la intención de negociar ni buscaron un gobierno neutro de reconciliación nacional. Pero eso fue algo que no quisieron ver ni en Saigon ni en las cancillerías occidentales.
Rindiéndose a la evidencia, a las 10 y 24 del 30 de abril, Minh puso fin a la farsa mediante una alocución: “Nuestra política es la reconciliación. Creo firmemente en la reconciliación de los vietnamitas para evitar el derramamiento inútil de sangre… Pido a los soldados de la República de Vietnam que cesen las hostilidades y permanezcan tranquilamente en su sitio. Pido a los soldados hermanos del GRP de Vietnam del Sur que cesen las hostilidades. Esperamos encontrar aquí al GRP de Vietnam del Sur para discutir juntos la ceremonia del traspaso de poderes y evitar que se derrame inútilmente la sangre de la población.” Incluso Minh se había contagiado del formalismo de Huong y niega que lo que haya sea una invasión en toda regla de Vietnam del Norte, a cuyos ejércitos no se refiere y parece creer que una ceremonia de traspaso de poderes medianamente normal es posible. No la hubo.
En los anejos finales hay uno muy interesante sobre el estado de las fuerzas armadas survietnamitas en enero de 1975. Todd afirma que las fuerzas guerrilleras del GRP eran muy inferiores a las unidades regulares del ejército de Vietnam del Sur y que los ejércitos norvietnamitas estaban en desventaja ante los cuerpos de élite survietnamitas. Incluso desmonta las tesis que los oficiales survietnamitas defendieron en su momento de que estaban faltos de munición. Desde un punto de vista militar, la derrota se debió a varios factores: 1) Un factor moral: los survietnamitas carecían de confianza en sí mismos, al haberse acostumbrado en demasía a apoyarse en los norteamericanos; 2) La defensa antiaérea reforzada y mejorada de los norvietnamitas, unida a la falta de repuestos para la fuerza aérea, impidieron que Vietnam del Sur hiciese uso de su superioridad aérea; 3) El Ejército de Vietnam del Sur estuvo mal mandado y las continuas interferencias del Presidente Thieu no hicieron nada para mejorar la situación.