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La casa cerrada

Publicado el 20 agosto 2014 por Rosa Valle @RosaMValle

Siempre me han atraído las casas abandonadas, apuntaladas o no, okupadas o no, semi o totalmente derruidas o no. Cuando mis ojos se alimentan de paisaje rural, también se detienen en las casas cerradas, antesala en alto porcentaje de las primeras (las abandonadas); en escaso porcentaje las casas cerradas reviven -se reabren- de mano de un heredero bien avenido con el resto o de un comprador ajeno a los rollos de familia a los que unos pocos privilegiados de la reproducción humana escapan.

Puerta.

La vieja puerta de la casa menos vieja.

Cuando la casa cerrada es propia y la opción de reabrirla nula, el alma se encoge; la morriña/nostalgia que los recuerdos dibujan puertas adentro de nuestro ser y la impotencia/frustración material por no poder devolver el viejo nido a la vida aprisionan nuestro corazón sucesorio.

Ventana

La vieja ventana de la casa vieja cerrada.

Es triste patear nuestros pueblos y topar con bellas, acogedoras y, en todo caso, dignas casas cerradas. Me gusta jugar a adivinar su historia, la historia anterior al presente de unas contraventanas que solo se abren contadas veces al año para ahuyentar los mohos y otros deterioros ambientales.

Puerta

La vieja puerta de la vieja casa cerrada.

Claro está que cuando la casa cerrada es propia, el alma sufre doble y, encima, se empeña en soñar. En soñar con que nuevas generaciones nacidas de otras en greña abandonarán redencillas estúpidas, egoístas y dañinas para besar en sus labios de madera a ese inmueble durmiente, despertarlo de su letargo de soledad y rescatarlo del olvido.

Porque las casas tienen vida y nos hablan. No me gusta verlas sufrir ni morirse. La soledad no elegida no es buena compañera y no da soporte técnico ni vital. CASAS ABIERTAS, CASAS POBLADAS.

 


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