La literatura medieval siempre me ha parecido uno de los universos poéticos más fascinantes, lúdicos y, todo hay que decirlo, sensuales de todos los tiempos. Al fin y al cabo, se trata del reflejo, de la creatividad que puede nacer de una época a la vez dura y llena de imaginarios, y mientras cien mil personas morían presas de la peste bubónica la iglesia insistía en que adorases al dios de los cristianos. Figuras de la muerte y el diablo, reinterpretaciones de las viejas filosofías y los mitos de la tradición, manoseos, súcubos e íncubos, magia negra, alquimia y pasiones de esas que años más tarde nutrirían a las filas del romanticismo... y todo con un aire particular, como de querer estar oculto, que le daba a los asuntos un tono al que sólo puedo llamar morbo. Los nombres sobran: Boccaccio, Aretino, Dante, el Arcipreste de Hita, Chaucer, Petrarca, San Agustín, Tomás de Aquino, los inquisidores que escribieron el Mallus Maleficorum, Rabelais... y tantos otros. Pero hoy quiero hablar, particularmente, de un español, Fernando de Rojas, del que solo sabemos que haya escrito una obra (por desgracia, porque sería una maravilla que sus obras completas estuvieran en diez tomos): la extrordinaria Celestina. Ya he insistido en este punto en incontables ocasiones, pero nunca está de más volver a hacerlo: que los que piensen que una obra es una aburrida promesa de tedio solo por ser un poco antigua están más equivocados que los que se creen todas las idioteces de Osho. La Celestina es una de las mayores obras maestras de la literatura española, y tiene todo lo que un lector contemporáneo pudiera desear en una novela o en la vida: hechicería, romances difíciles, putas, engaños... Dicho en otras palabras, una verdadera telenovela erótica escrita en pleno siglo XV. Más allá de la trama, que está muy bien articulada en cada uno de sus elementos, La Celestina ofrece uno de los mejores ejemplos de desarrollo psicológico de los personajes en su época, y aún de todas las épocas. Calisto, Melibea, Sempronio, Pármeno, la sensual Areúsa... y claro, la inigualable Celestina, son seres complejos, cambiantes, que reflejan muy bien la disparidad de la vida misma, sin fosilizarse sobre dos o tres características (que es lo que sucede en tanta novelucha tonta, y aún en algunas obras maestras). Por eso no deja de sorprenderme (y apenarme) que Rojas no haya escrito más: su únca obra es una fuente inagotable de lectura, tanto para el que busque el mero hedonismo de la letra como para el que quiera aprender algunas lecciones de cómo se escribe y, más aún, cómo se compone a un personaje. No insistiré mucho más. La Celestina es un libro que habla por sí mismo, y representa, junto a algunos otros, lo mejor que se ha escrito en los tiempos medievales. No asomarse a sus páginas es perderse de una verdadera obra maestra.