Éramos jóvenes y pobres. Mirarte los pies era mi erotismo sin pecado, también secreto. Auque no podría jurar que tu no lo supieras. Salías al zaguán con tus pies desnudos y yo los imaginaba siempre calientes. No sé porque los imagina así, pues... pisabas sobre aquel suelo frío y desgastado que olía a zotal. Siempre los veía limpios, calientes, sin callos y sin noña en sus plantas. Mi visón sería así, por ser joven y pobre. ¡Pero que bonitos y morenos me parecían! Nunca reparaba en tu raída minifalda, siempre la misma y cada día más alta, solo tenía ojos para
los dedos de tus pies. A ti te gustaba fregar y a mí verte descalza, desnuda de pies. Fregar como Dios manda, escurriendo el paño en el cubo, mientras tus ojos chispeaban ardor y malicia de chica mayor. Te insinuabas y a mí me apetecía jugar.
Ahora somos mayores y ricos. Ya no friegas, tienes chacha. Y tu casa ya no huele a zotal. Huele a whisky. Tus pies no caminan desnudos, los embutes con sus juanetes dentro de caros zapatos. Por fortuna, tu ropa de marca destaca sobre tu cuerpo, lo difumina. Tú te insinúas sin ardor, diplomáticamente y yo me hago el loco. Ahora somos ricos y maduros. Y yo busco a una joven pobre que me friegue con los pies desnudos.
Texto: Francisco Concepción Alvarez Narración: La Voz Silenciosa