Estamos concienciados, nos preocupa el medio ambiente e introducimos entre nuestros hábitos algunas pautas para la conservación del Planeta como el reciclado y el ahorro de energía en casa, porque creemos que el calentamiento global es reversible.
Estas son las conclusiones de un estudio realizado por la Fundación BBVA con datos de 15.000 encuestas a ciudadanos de 10 países de la Unión Europea. Numerosos informes han documentado una concienciación creciente. También el Eurobarómetro 2011 sobre Cambio Climático arrojó que el 51% consideraba que el cambio climático es el mayor problema del mundo.
Pero el estilo de vida actual, sobre todo el uso intensivo del coche, actúa de freno para que esa sensibilidad ecológica se traduzca en acción y, con ello, reducir nuestras emisiones de CO2, uno de los principales causantes del cambio climático. “El individuo se enfrenta al reto de trasladar la conciencia medio ambiental a conducta, superando la resistencia a sacrificar alguna de las mejoras que el actual modelo de desarrollo ha aportado a nuestra calidad de vida”, apunta el estudio de la Fundación BBVA.
La mayoría de los europeos encuestados para el informe está de acuerdo, sin embargo, en que el calentamiento global es reversible (55%), pero hay que hacer algo ahora. El mensaje de la necesidad de frenar el calentamiento global ha calado. Casi cada día desayunamos con nuevas noticias sobre los efectos negativos de este fenómeno: desde el deshielo del ártico hasta las sequías en Estados Unidos.
Pero, ¿qué podemos hacer los ciudadanos? Conocer, reducir y compensar.
El Ministerio de Medio Ambiente dispone de una herramienta, elaborada en colaboración con Federación Española de Municipios y Provincias (Femp) y la Red Española de Ciudades por el Clima, que permite conocer algunas equivalencias entre actividad y emisiones. Según sus datos, estos son algunos ejemplos:
Movilidad interurbana: (por viajero, 100 kilómetros)
Autobús: 10 Kg. de CO2
Tren: 16 Kg. de CO2
Coche: 42,6 Kg. CO2
Avión: 132 Kg. CO2
Movilidad en la ciudad: (por viajero, 100 kilómetros)
A pie o en bicicleta: 0 Kg. CO2
Autobús: 22 Kg. CO2
Metro: 18 CO2
Coche: 86 CO2
Alimentación, según la distancia y medio de transporte por Kg. de alimento
Local (200 kilómetro en camión): 0.019 Kg. de CO2
Importada (3.000 kilómetros en barco): 0,05 Kg. de CO2
Importada (3.000 kilómetros en avión): 9,9 Kg. de CO2
Alimentación: tipo de dieta (por año)
Vegetariana: 190 Kg. de CO2
Ovo – lacto – vegetariana: 1.220 Kg. de CO2
Carnívora empedernida: 6.700 Kg. de CO2
Lavado de ropa según el programa (por 100 lavados de 5 Kilogramos)
30º C: 5,3 Kg. de CO2
60º C: 14,4 Kg. de CO2
90º C: 33,2 Kg. de CO2
Frigorífico según la clase energética (por año)
A +++: 26,4 Kg. de CO2
A ++: 39,5 Kg. de CO2
A+: 48,6 Kg. de CO2
Higiene personal, según la opción de aseo (por 200 veces al año)
Ducha con rociador de bajo consumo (5 minutos): 46,2 Kg. de CO2
Ducha con rociador (5 minutos): 77,2 Kg. de CO2
Baño: 308 Kg. de CO2
Calefacción, según la temperatura máxima (por hogar y año)
20 ºC: 620 Kg. de CO2
22 ºC: 720 Kg. de CO2
24 ºC: 820 Kg. de CO2
“Haciendo lo que alguien podría considerar cuatro chorradas, se podrían reducir hasta un 10% las emisiones sin cambiar nuestro estilo de vida. Imagínate si lo hiciéramos”, afirma Jordi Miralles, presidente de la Fundación Tierra, organización que puso en marcha el programa ‘Yo soy la solución contra el cambio climático’ en 2006. Contra el inmovilismo que puede causar la creencia de que ya no se puede hacer nada –un 30% de los europeos piensan que el cambio climático es irrevesible, según el estudio de FBBVA—Miralles subraya que “sí se puede cambiar”. En casa, cuando nos movemos y hasta cuando comemos, podemos introducir ciertas pautas para evitarle a la atmósfera unos cuántos gramos más de CO2.
El primer paso para adquirir o cambiar hábitos para reducir nuestra huella de carbono es saber cómo y cuánto CO2 estamos emitiendo. En Internet proliferan calculadoras que informan del impacto de nuestra actividad. En busca de la máxima precisión, algunas como la del Gobierno de Aragón requieren tener las facturas de los consumos energéticos en el hogar, así como conocer detalladamente cuántos kilómetros hacemos con el coche o en transporte público habitualmente e incluso hacer un pequeño inventario de nuestros hábitos alimenticios.
El viaje diario en coche al trabajo, el ordenador enchufado todo el día aunque no se use, poner la lavadora a 90 grados (las manchas salen mejor) en vez de lavar en frío y, aún más, cuando no está llena todavía, o comer mucha carne, son algunas de las acciones diarias que dejan una huella de carbono más profunda. No siempre es posible evitarlas, pero sí adaptarlas para reducir el impacto en el medio ambiente. La literatura sobre cómo hacerlo es extensa.
El Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (Idae) dispone de un aula virtual para quienes quieran ser alumnos avanzados en el ahorro de energía. Y el Ministerio de Medio Ambiente desarrolla un plan anual, llamado Hogares verdes, dentro de su estrategia contra el cambio climático, para dar cursos sobre buenas prácticas en casa a los ciudadanos que lo deseen.
Aprovechar la luz natural y usa bombillas de bajo consumo supone una ventaja para el Planeta ya que consumen en torno a un 80% menos de energía y duran 8 veces más que las convencionales. Con ello no solo podemos ahorrar dinero, sino que también evitaremos la emisión a la atmósfera de casi media tonelada de CO2, según datos de WWF.
Utilizar el transporte público o la bicicleta siempre que sea posible y coger el coche lo menos posible es una de las recomendaciones más extendidas. El desplazamiento en vehículo personal en vez de transporte público es uno de los hábitos que más contaminan, y más difícil de cambiar sobre todo para quienes viven lejos del trabajo. Por eso es conveniente conocer algunas prácticas de conducción eficiente como mantener una velocidad constante evitando acelerones y frenazos, revisar la presión de las ruedas para que sea la adecuada (según las indicaciones del fabricante) y cambiar de marcha a bajas revoluciones.
Si toca cambiar algún electrodoméstico en casa y si el presupuesto lo permite, lo recomendable es que el nuevo sea de clase A, ya que los aparatos de esta categoría son los que consumen menos energía. “Si todos los electrodomésticos del hogar fuesen de bajo consumo, se emitirían 271 kg menos de CO2 al cabo del año”, apunta la Fundación Tierra. Pero hay, sin embargo, aparatos que son “ineficientes per se”, indica la organización. Es el caso de las secadoras que consumen cuatro veces más que la lavadora por el mismo ciclo de ropa. Lo ecológico es secar la ropa al aire libre. Tampoco hay que olvidarse de descongelar el frigorífico antes de que la capa de hielo alcance tres milímetros de espesor. Solo con ello se consiguen ahorros de hasta el 30%, informa WWF.
La gestión de la temperatura de la casa y del agua que utilizamos para la ducha o lavar la ropa puede hacer una gran diferencia en cuanto al consumo energético y nuestra emisiones de CO2. La calefacción supone dos tercios del consumo energético en los hogares, según el Ministerio de Medio Ambiente, y cada grado de más incrementa el gasto un 7%. En el decálogo de buenas prácticas del Ayuntamiento de Vitoria se recomienda programar la temperatura de la calefacción para que la casa esté entre 19 y 21ºC. El termostato del aire acondicionado, mejor a 25ºC y el del agua caliente de la ducha a 35ºC. En el caso de las lavadoras, un 80% del gasto energético se invierte en calentar el agua. Lavando en frío se evita gran parte de ese consumo. Más ahorro para el bolsillo y menos partículas de CO2 en la atmósfera.
En los hogares se produce, además, el conocido como “gasto fantasma”. Es decir, el consumo que hacen los aparatos enchufados pero que no estamos usando. Para evitarlo, el gesto es tan sencillo como desconectarlos.
La inversión en ventanas y materiales de aislamiento del hogar, puede llegar a ser muy rentable económicamente gracias al ahorro consumo de energía para mantener la temperatura. Y también reduce nuestras emisiones de CO2.
También con el reciclaje, reducimos nuestra huella de carbono. Esta práctica está cada vez más extendida entre los ciudadanos. De los 24 millones de toneladas de residuo generados en los hogares españoles en 2010 (último dato disponible en el Instituto Nacional de Estadística), 19,4 millones eran mezclados y aproximadamente 5 millones estaban separados selectivamente para su posterior reciclaje (papel, vidrio y envases). Así, la recogida de papel y cartón aumentó un 32,9 % respecto a 2009 y la de vidrio se incrementó un 14,3 %. En esta línea, un estudio reciente de Cicloplast, entidad sin ánimo de lucro para impulsar el reciclaje de plásticos, revela que en 2012 los españoles reciclaron un 4% más de botes de champú, yogures y botellas de agua, que el año anterior. Pese a los buenos datos, España todavía está lejos de cumplir con los objetivos de la normativa europea en lo que a reciclaje se refiere. En opinión de Pablo García, sociólogo responsable de medio ambiente en la Unión de Consumidores de Asturias, “si no se recoge más selectivamente es porque los sistemas de recogida no lo facilitan. Pero la gente está implicada”.
En la mesa también se puede mitigar el cambio climático. Consumir alimentos de temporada y, en la medida de lo posible, de producción local, asegura que lo que nos llevamos a la boca no ha tenido que ser transportado miles de kilómetros, con las consecuentes emisiones que eso supone.
La reforestación se alza como mecanismo para compensar emisiones
“Lo fundamental es saber de dónde proceden nuestras emisiones e intentar cambiar hábitos para reducirlas. En último lugar, estaría la compensación”, alerta Miguel Ángel Ortega, director de Reforesta, entidad que se dedica a la conservación y reforestación de bosques. Dese hace pocos años se ha puesto de moda que empresas, e incluso personas individualmente, traten de compensar voluntariamente –más allá de las medidas que la ley exige en el caso de las compañías—sus emisiones mediante la plantación de árboles, que fijan [absorben] CO2.
En esta línea trabaja Bosques Sostenibles, que reforesta terrenos públicos degradados o que han sufrido incendios a través de acuerdos de colaboración con empresas que pagan los gastos. Crean lo que ellos llaman “bosques corporativos”, aunque la propiedad sigue en manos de los municipios a los que pertenezca el terreno. “Los clientes no solo costean la plantación, sino también su posterior cuidado y gestión durante el tiempo que haga falta. Tenemos que asegurar que lo que plantamos ahora sea un bosque en el futuro”, explica Elena Álvarez, máxima responsable de la entidad. “Se trata de una compensación voluntaria, un mecanismo simbólico”, añade.
Pocos detractores puede tener la reforestación de zonas degradadas con especies autóctonas. “Es una necesidad muy grande crear nuevos bosques”, afirma Álvarez. Pero hay quienes discrepan en cuanto a que esta práctica se presente como una vía de compensación inmediata de las emisiones. Uno de ellos es el director de Reforesta. Y explica: “El CO2 hay que retirarlo en el año que se produce para que no provoque efecto invernadero, y un plantón de un año de una encina apenas fija CO2”.
Para tener los datos con base científica de cuánto CO2 absorben los más de 34.700 árboles, entre encinas y abedules, que ha plantado Bosques Sostenibles para diferentes empresas en Cantabria y Castilla y León, iniciaron hace tres años un programa para evaluar la capacidad de las plantas para fijar dióxido de carbono. “Lo hacemos mediante un sistema de sensores que analizan el flujo de CO2 entre el árbol y la atmósfera a los largo de los años, teniendo en cuenta también las variables climatológicas y el área geográfica”, detalla Jesús David Sánchez, ingeniero de montes de la organización.
Los resultados tardarán en llegar. Sánchez afirma que un abedul, una de las especies que plantan, no es adulto hasta pasados al menos 30 años. “Y para dar un dato de CO2 retirado de la atmósfera por un árbol, hay que relacionarlo con el tiempo”, añade. Mientras llegan las conclusiones de esta y otras investigaciones que aseguren cuánto CO2compensa plantar un árbol a lo largo de los años, Ortega aboga por que las empresas que quieran compensar sus emisiones inviertan en la conservación de los bosques ya existentes, con árboles adultos que sí mitigan el cambio climático. Una de las sugerencias del experto es ayudar a la prevencióon de incendios. "Es una catástrofe cuando se quema un bosque", lamenta. “Aunque la inversión en terrenos donde no hay bosques autóctonos y realmente haya una necesidad, por ejemplo porque se ya se hayan incendiado es muy útil”, añade. “Es muy recomendable que cualquiera plante un árbol y, sobre todo, lo cuide. En el futuro será un agente contra el cambio climático”, zanja.
C. Marco