Mi primer encuentro con Dominique Lapierre fue, como todo lo bueno en esta vida, puramente casual. O lo casual que puede ser encontrarse un libro suyo en la estantería de tu cuarto. Ese libro, que debía de ser de mi padre, era Más grandes que el amor, un impresionante testimonio de la lucha de varios médicos de EEUU contra el virus más fatídico de nuestros días: el sida. Conocido ya el autor no era difícil prever que, como la cabra
Pero, ¿de qué va realmente La ciudad de la alegría? Es difícil de explicar porque trata tantos temas e incide en tantos aspectos de la vida humana -de la verdadera vida humana- que es complicado situar este libro. ¿Es una novela? Bien, algo novelado está, la trama sigue un cierto orden cronológico y se suceden una gran cantidad de personajes. ¿Es una crónica de nuestro tiempo? Sí, está basado en hechos reales, el propio autor vivió en la India y tuvo acceso de primera mano a una gran cantidad de experiencias que aparecen en el libro. ¿Entonces qué es? Una obra maestra.
La ciudad de la alegría se divide en, por decirlo así, dos líneas argumentales que acaban convergiendo. Por un lado tenemos a Paul Lambert, un sacerdote católico francés cuyo mayor deseo es servir a Cristo entre los desheredados de la Tierra, vivir con ellos como ellos viven y formar parte de ellos, ser con ellos. Por el otro lado tenemos a Hasari Pal, un campesino hindú que a causa del monzón tiene que abandonar sus tierras junto a su familia en busca de un futuro mejor en la gran ciudad de Calcuta.
A medida que transcurre la trama asistimos a las dificultades que tiene Lambert para adaptarse, a la odisea de Hasari Pal para conseguir un trabajo como rickshaw walah -un tirador de esos carritos tan típicos que transportan a la gente por toda la ciudad-; a las durísimas condiciones de vida con las que han de lidiar los habitantes de la Ciudad de la Alegría -falta de higiene, desnutrición y enfermedades incluidas-; al poder de la mafia; a los esfuerzos de Lambert por mejorar las condiciones de vida de un pueblo condenado al olvido.
Si el libro se quedara ahí no se diferenciaría mucho de otras creaciones del género que han ahondado en la miseria de los hombres. Pero es que no se queda ahí: La ciudad de la alegría es un libro optimista. No, optimista no es la palabra: La ciudad de la alegría es un libro alegre, valga la redundancia. Un canto esperanzador. Una luz que brilla en las tinieblas. "Vosotros sois la luz del mundo" les dice siempre Lambert a los habitantes del slum. Y es que Lambert busca transformar las vidas de los que acabará llamando amigos, pero al final se da cuenta de que el que ha sido verdaderamente transformado ha sido él.
Sí, tiene película. La rodó Roland Joffé.
Porque, ¿tiene sentido el sufrimiento? ¿El sufrimiento de los inocentes? ¿Puede haber, existir amor en un sitio como ese? ¿Puede un hombre vivir con menos de un dólar al día? ¿Puede un hombre querer tener hijos, dar vida, en un sitio así? ¿Se puede ser feliz trabajando catorce horas y comiendo una vez al día? ¿Se puede ser feliz en medio del sufrimiento y la miseria? El libro responde a estas preguntas y a muchas más, pero lo que es aún mejor es que el libro te incita a cambiar a ti; este libro es en sí es una llamada a la conversión y a la caridad, una llamada dar la propia existencia, a darse a los demás. Somos -igual que Lambert- tranformados a medida que leemos y conocemos la vida en el slum. La ciudad de la alegría toca el corazón, y esa, pienso yo, es la raíz de su éxito.
Podría decir muchas cosas más, pero creo que me estoy extendiendo demasiado. Quizás quieras leerlo o quizás no, pero no te vas a librar de catarlo un poco. Este es uno de mis fragmentos favoritos:
Un sexto sentido advertía cada vez a la ciega de la llegada de Lambert. Cuando le oía acercarse, hacía un esfuerzo para incorporarse. Con lo que le quedaba de manos se alisaba la cabellera, patético gesto de coquetería en el fondo de su absoluta desgracia. Enseguida, preparaba un lugar a su lado, poniendo en orden a tientas un almohadón andrajoso para acoger a su visitante. Era feliz, sólo podía cargarse de paciencia, repitiendo su rosario con sus mutilados labios. Aquella mañana, la visita del sacerdote era una fiesta.
-Good Morning, Father! - se apresuró a decir apenas oyó sus pasos.
-Good Morning, Grandma! - respondió Lambert, descalzándose en el umbral-. Me parece que hoy te encuentras muy bien.
Nunca la había oído quejarse ni lamentarse de su suerte. Una vez más le impresionó ver su devastado rostro con aquella expresión de felicidad. Le hizo señas de que se sentara a su lado. Apenas sentarse, tendió hacia él sus brazos descarnados en un gesto de amor fraternal. Acercó sus muñones a su cara, los paseó por el cuello, los mejillas, la frente. La leprosa acariciaba el rostro del sacerdote como para palpar la vida. «Yo estaba muy conmovido», dirá. «Tenía la impresión de que era ella la que me daba lo que buscaba en mí. Había más amor en el roce de aquella carne podrida que en todos los abrazos del mundo.»
- Father, ¡deseo tanto que Dios venga por fin a buscarme! ¿Qué espera para pedírselo?
- Si Dios te conserva entre nosotros, Grandma, es que aún te necesita aquí.
- Father, si hay que sufrir más, estoy dispuesta -dijo-. Estoy dispuesta sobre todo a rezar por los demás, a rezar para ayudarles a soportar también sus sufrimientos. Father, tráigame sus sufrimientos.
Paul Lambert contó entonces la visita que había hecho al pequeño Sabia. Ella le escuchaba, fijando en él sus ojos sin luz.
-Dígale que rezaré por él.
En serio, merece la pena. Aunque en vez de pena, quizás debería decir que merece la alegría.
P.D: para los followers del blog. Esta entrada también tiene que ver con su secreto.