Podría decirse que Frans Masereel (Bélgica, 1889 – Francia, 1972) es a la novela gráfica como lo son los esclavos afroamericanos para con el blues: un precursor. Masereel conoció la xilografía en un viaje a París a principios de siglo XX, una técnica que lo acompañaría durante el resto de su vida. A través de los grabados en madera, Masereel hizo públicas sus ideas pacifistas y de profunda crítica social en forma de ilustraciones, tiras cómicas, revistas y novelas gráficas sin palabras, entre las que destacan Mon Livre d’heures (1919) y La ville (1925). Es en esta última, traducida y publicada recientemente en el mercado español como La ciudad, en la que se muestra silenciosamente los rincones más sórdidos y elocuentes de una metrópoli de principios de siglo.
Masereel nos da una de cal y otra de arena en la construcción de La ciudad. Pero no es una ilustración donde una imagen se opone a la anterior, simplemente todo es el mismo fango que envuelve la sociedad y que, prácticamente, puede extrapolarse sin grandes cambios a cualquier época y lugar. De los felices años 20 en los que el lujo se divierte en los clubes, cafés, óperas y otros lugares de encuentro de la alta sociedad hasta los suburbios más inmundos y oscuros de las afueras obreras en los que apenas hay para comer. De afinidad hacia la Unión Soviética, Masereel se mostró muy crítico hacia las desigualdades sociales que imperaban en el mundo occidental, de hecho, junto al anarquista Claude Le Maguet fundó la revista pacifista Les Tablettes. Su estancia en Suiza hizo que conociera a intelectuales con ideas similares de la talla de Stefan Zweig y Romain Rolland.La riqueza no lo es todo, el autor sabe que todo tiene un precio y que, por mucha ostentación que exista, la vanidad, el egoísmo y la obscenidad corrompen cualquier atisbo de poder. Hombres trajeados y ricachones que acuden a cabarets y ambientes lúgubres donde el sexo y el alcohol dejan en la calle la compostura y la conciencia; mientras sus mujeres, con abrigos de pieles y sombreros a juego, acuden a tiendas mirando de reojo a gente tirada en la calle. En el lado opuesto, familias empobrecidas sin nada que llevarse a la boca y mendigando en la calle. Muchos de ellos enfermos, discapacitados o, simplemente, muertos de hambre. Los que tienen casa no viven demasiado mejor, hacinados en pequeños y oscuros pisos en los que la humedad y la suciedad entra hasta los huesos malviven en busca de un trabajo precario en fábricas y construcciones.
Una novela gráfica sin palabras marcada por una fuerte carga de violencia y de sexo. Las escenas de asesinatos, violaciones y personajes desnudos son una constante en este mar de desidia y marginación social. Se trata de una presentación en clichés de una sociedad caracterizada por la imagen y la apariencia que carece de concienciación y responsabilidad ética y social. Un mundo marcado por el lujo y la suntuosidad a toda costa en la que estorba quien no se encuentra en ella.
Una perfecta “película” sin palabras ni sonido que nos invita a recorrer por una ciudad cualquiera gobernada por la masificación, el duro trabajo y la soledad. No tiene palabras, ni las necesita. Masereel sienta las bases de un género que ha estado marginado durante largos años y que, a día de hoy, va teniendo su reconocimiento. Una perfecta unión que carece de hilo argumental ni historia en el fondo pero que, a pesar de ser una compilación de instantáneas, muestra una aleación sin fisuras y perfectamente compacta gracias a la crítica inherente en ella.
Puedes ver la colección completa, aunque en baja calidad, en este enlace (pincha sobre la imagen para ir pasando de una a otra).
Juanjo Sánchez
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