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A la exquisita dirección del finlandés Klaus Härö (“Cartas al Padre Jacob”, 2009) se suma una espléndida fotografía de Tuomo Hutri, fría y brumosa en los exteriores y saturada en los cálidos interiores. Redondea el conjunto una creíble ambientación y la emotiva banda sonora del alemán Gert Wilden Jr. Sin esta sobresaliente factura técnica, “La clase de esgrima” corría el peligro de ser considerada como una película más del género ‘maestro-discípulos con fondo histórico’… y no es así.
Año 1952. Ender Neils (Märt Avandi) llega en tren a Haapsalu, una pequeña localidad de la entonces República Soviética de Estonia. Quiere dejar atrás un pasado que el público conocerá gradualmente, y es contratado como profesor de un destartalado colegio que todavía conserva las huellas de la guerra. Sus alumnos, verdaderos héroes domésticos de unas familias castigadas por las infames purgas de Stalin, recuperarán la ilusión cuando Ender decida enseñarles esgrima. La trama se completa con la investigación sobre la vida anterior de Ender, la atractiva historia de amor que el protagonista vive con Kadri (Ursula Ratasepp) una de profesoras y los avatares del torneo de esgrima.
Con emoción contenida, característica del cine nórdico, “La clase de esgrima” nos presenta a unos personajes heridos en sus afectos más íntimos, que respiran un aire de sospecha y denuncia, pero que han sabido resistir y que conservan la esperanza. Una esperanza que el abuelo de Jaan (Lembit Ulfsak, el inolvidable protagonista de “Mandarinas”) transmite a su nieto en una conmovedora escena. La hermosa secuencia final eleva a Ender a esa categoría de profesor-padre (o profesora-madre) tan frecuente en el cine, y nos concede el final feliz que el espectador pedía a gritos.
Hay que decir que Ender Neils existió realmente. Fallecido en 1993, dos años después de la independencia de Estonia y de la caída de la Unión Soviética, el club de esgrima que creó aún existe hoy en día.