Revista Opinión

La codicia del hombre-urraca y el potlach

Publicado el 14 octubre 2012 por Mario

Una de mis opiniones que más abucheos ha cosechado últimamente es la de que deberían abolirse las herencias.  Forma parte de mi abanico de ideas evidentes que irritan a todo el mundo, como si uno se moviera de continuo entre Marichalares y Bofiles, que para nada es el caso (precisamente por eso llama aún más mi atención; porque evidencia hasta que punto hemos interiorizado los mensajes de la lobotomía educativa en la que hemos crecido: asumiendo, como propios, argumentos no solo descabellados, sino que operan en nuestra contra. Hay demasiados casos: esta mañana charlaba sobre el pernicioso efecto de los mensajes que trasmite la música popular en el imaginario sentimental colectivo, pero eso esa es otra guerra…).
Al turrón: el problema estriba en lo que denomino comportamiento del hombre-urraca, o la tendencia a la acumulación sin objeto o con fines espurios.  Hubo un tiempo en que dicha acumulación podía tener cierta explicación: los días del hombre-ardilla. Y digo "cierta" porque toda acumulación opera mediante la falta de fe o temor al futuro, sentimiento corrompido y corruptor. ¿Cómo puede calificarse de “sana” una existencia enfocada en futuras catástrofes?  Nada puede salir bien así.
Una vez más, la mirada hacia la humanidad prístina de los aborígenes nos devuelve incómodas  respuestas a las cuestiones que en nuestro devenir han evolucionado en falso progreso. Hay abundante documentación sobre la práctica del Potlach, sana costumbre de ciertas tribus de dilapidar en un banquete ritual todos los excedentes de temporadas. Esto, a ojos de cualquier occidental, puede parecer un  disparate pero pienso que estos señores en taparrabos saben bastante más de la naturaleza humana y del funcionamiento del universo que todas las Facultades de Ciencias del planeta juntas. Lo que expresa en última instancia, el Potlach es, de una parte, la necesidad del ser humano de no dormirse en los laureles y, de otra, una inamovible fe en que  el universo volverá a cuidar de nosotros.
Si por algo soy muy crítico con el estamento funcionarial es precisamente porque considero un error básico en la articulación del Estado la institución de una casta al margen del reto; cuando es evidente que el ser humano necesita retos para su desarrollo Alguien que recibe su recompensa con independencia de la brillantez o el esfuerzo entregado en su tarea es carne de escaqueo. Por eso una sociedad donde el funcionariado se convierte en aspiración mayoritaria es una sociedad enferma.  Con la herencia sucede algo semejante: resulta una práctica desmotivadora, aparte de tremendamente injusta. La apropiación de un esfuerzo ajeno, por mucho de tu propia sangre que sean; germen de la codicia, combustible de crisis como la que atravesamos actualmente.
La codicia como acumulación sin objeto, como posesión sin disfrute habría de estar penada, de no ser los propios encargados de erradicar la plaga los principales afectados por esta.  Pretéritas las épocas de hambrunas y plagas, el hombre-ardilla que acumulaba por temor al futuro, persiste en su costumbre ya sin objeto. Como el primate que sigue amamantando el cadáver de su retoño y al perder la perspectiva convierte en necesidad lo que no es sino demencia. Y como sucede con todas las perversiones, al carecer de objeto, el deseo se dispara en una espiral imposible de satisfacer.
La solución quizás pase por lo que cantaba Krahe en su copla La Costa Suiza: levantarse cada día, trabajar, vivir y beber de nuestro jornal y al atardecer arrojar al mar el excedente de monedas para, al amanecer siguiente, comenzar desde cero…


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