Con irritante paciencia, con el control total de la pelota, cansino, como quien la cosa no quiere, no hubo un momento en el que despilfarrara el partido detrás de ninguna cobarde corazonada, y a puro cerebro, valiente, frío, calculador, se atrevió a protagonizar.
Sí, el gol tempranero contribuyó a la tranquilidad, al regreso del equipo pensado por el entrenador feirpleyano, al juego que había desaparecido detrás de la ansiedad en los dos partidos previos al de Argentina.
Hubieron momentos difíciles, cómo no. Un tiro libre de un peruano que dio en el poste. Alguna contra destartalada en los confusos pies de Adminícula. Y la intención constante de Paolo Guerrero que se disfrazó de héroe y combatió en soledad contra las virtudes ajenas y las dificultades propias. Todo terminaba en las inmediaciones de Yepes, Perea, Armero, Sánchez, y Ospina. Y se encendía en nuestro favor, cuando Aguilar y Mc Torres, cuando Cuadrado y Zúñiga, para exaltarse donde los botines de Teo y de Falcao.
Un equipo flexible que por momentos se adelantaba en el campo para achicarle espacios al rival, y por momentos se retrasaba para conseguir algún contrataque que consolidara con los números lo que en el juego ya era un sueño de carne y hueso.
Falcao de penal, luego Teo encontrando un buraco entre la impiadosa defensa rival, sembraron en el primer tiempo lo que la gran configuración de José cosecharía en el segundo. Así da gusto, Colombia, qué juego, qué inteligencia, qué generosidad para los cientos de miles de ojos oscilantes entre la alegría y la emoción, privilegiados observadores de la nueva era del fútbol colombiano.
En el segundo tiempo también. Pero Perú, dispuesto a vender cara la derrota, de puntín y de planchazo, de codo y de empellón, intentó copar la parada, renegando con el partido, y no obtuvo mejor suerte que alguna tarjeta amarilla o dos, y algún regaño del juez que aprovechaba los parates para chuparse el sudor que decantaba en las comisuras de los labios.
Allá por los 62', Colombia, sin perder la sobriedad, acogotó las ilusiones de Perú, hizo caer del partido al equipo de Markarián quien ya estando podrido, pero podrido, se abrazó a sí mismo resignado al costado de la cancha. Llovía.
Yo vi a Mcnelly, diré a mis nietos, regalarle a la suela derecha una caricia redonda, a Zúñiga tocar de primera y pasar, a Falcao y a Teo mirando para allá y saliendo por acá, a Cuadrado con una derecha de whisky y una zurda de sed, y a Armero mandarse unas cagadas bárbaras a la velocidad de la luz.
Ya a los 71', cuando Perú rajuñaba los rincones del cajón a ver si encontraba una luz de esperanza, y ni un jóforo quemado alcanzaba a tantear, con la diferencia de dos goles y un hombre, Colombia entretuvo a la afición sacándole a la pelota el canto de Oooleee Oooleee que hacía eco en las tribunas. Revolviendo el futuro en la búsqueda del mundial, dónde está el mundial para llevarle esta música, se sale del calendario por venir al encuentro de Colombia.
¡Gracias, Pekerman!. A su salud me clavo el último bonobón y un vaso de Coca. ¡Gracias!.
*Los goles los subo después, estarán en todos lados.
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