Revista Espiritualidad

La crisis y los percebes benz

Por Joanillo @silosenovendo


Vayan por delante dos cosas. La primera; creo que las personas son libres de hacer lo que les venga en gana con el dinero ganado honradamente con su esfuerzo. La segunda; creo que la vida vale la pena cuando uno disfruta del fruto de su trabajo y se permite un lujo de vez en cuando. La vida no debe ser una penitencia para nadie.
Dicho esto, voy a reflexionar sobre las consecuencias de algo muy criticado en esta sociedad: vivir de puertas afuera, de apariencias. Relacionaré esta actitud con el mundo de los negocios y, en particular, con la crisis que estamos atravesando. Me pongo a ello.
Las estructuras piramidales que conforman la mayoría de las organizaciones tal y como las tenemos concebidas hoy en día, establecen jerarquías de poder en cada uno de los peldaños. A más altura, más poder. Pero para una sociedad como la actual -que perdió muchos de los valores de antaño y se basa en un consumismo exacerbado-, no es suficiente con tener poder: hay que demostrarlo ante los demás. Y aquí entran todos estos signos externos que hacen visible lo bien que nos va la vida, uno de los cuales lo constituye el coche de alta gama. Hago un inciso para decir que estoy generalizando: soy consciente que no todo el mundo hace las cosas de puerta afuera, sino que hay personas que las hacen por la satisfacción personal que les producen. Mi enhorabuena para ellas por esa coherencia, dándole prioridad a lo personal y no a las apariencias.
Trasladando esta actitud al mundo de la empresa, cuando entre sus directivos se instala ese afán por demostrar que uno tiene poder sobre los de abajo y que, además, eso conlleva una serie de prebendas económicas, también acude a los signos externos para hacer valer su posición. Entre ellos, la compra de un buen coche (un percebes o cualquier otra marca que todos tenemos en mente).
Y mientras las cosas van bien no hay problema: el jefe llega a la empresa en su Percebes y el empleado "de la base", que llega en su Opel Morsa, ya sabe qué posición ocupa cada uno en la jerarquía. Se entera a golpe de vista quien manda y quien obedece, no hace falta decir nada más. Estos gestos marcan las líneas del "organigrama mental" y construyen densos tabiques (prejuicios) entre las personas: "yo aquí, tú allí". O, "los jefes ganan mucho dinero". A veces es todo mentira y ese Percebes pertenece más al banco que a su conductor, pero es igual: una cosa es la realidad (que el empleado no sabe) y otra lo que se percibe.
La cosa se complica cuando la situación económica se tuerce y el propietario del Percebes necesita explicarle al del Opel Morsa que hay que hacer ajustes en los salarios. El jefe precisa que ese mismo trabajador que antes debía comprender quien manda y quien obedece, ahora tiene que comprender que del bache se sale con el apoyo de todos, independientemente del coche que conduzca cada uno.
Entramos en mensajes contradictorios: "¿pero no nos iba tan bien?" "¿cómo es que ahora soy yo el que debo asumir un ajuste en mi salario?" Y el jefe, que no puede presentarse ante su entorno (familia, amistades) como un fracasado que tiene que vender su Percebes para comprarse un Latuna, sigue conduciendo el mismo coche mientras confía que el trabajador entienda y asuma la nueva situación sin protestar. ¡¡Y claro que no protesta!!: se juega su puesto de trabajo. No protesta pero tampoco se compromete con la empresa para salir de la nueva situación. Esa implicación necesaria e imprescindible choca con el tabique mental que se construyó en la época de bonanza, cuando los unos demostraban su poder y su ¿buen hacer? con aquellos signos externos y los otros se morían de envidia. ¡¡Menudo problema!! ¿Qué hacemos ahora?
Hasta aquí puedo leer, como decían en un famoso concurso. Yo no tengo la respuesta para ello. No sé si una persona debe condicionar sus actos al qué dirán los demás (me refiero a si el jefe debe condicionar la compra de su vehículo por los efectos que ello deba tener en los otros) o si, por contra, es bueno contemplar estas repercusiones y guardarse los lujos para la casa. No lo sé, de verdad. Solo quería reflexionar para que cada uno de ustedes piense sobre ello y saque sus propias conclusiones.
Pero sí quería finalizar con un ejemplo sacado de otro país que a mí me maravilló: Holanda. En un viaje que realicé hace años pude comprobar como los empleados y los directivos llegaban a las fábricas del mismo modo (en bicicleta) y como "todo era de todos" (me refiero a las plazas de aparcamiento; no había espacios para los directivos y plazas para los empleados "de la base"). Y estoy convencido que esos gestos no extrapolables a nuestra cultura, allí están "igualando" a las personas y escondiendo el poder para dentro del organigrama: se sabe el puesto que ocupa cada uno pero no se exterioriza. Los jefes no presumen de lo bien que les van las cosas, o al menos, no lo hacen delante del empleado. Estoy generalizando, nuevamente; seguro que hay excepciones. La evidencia demuestra que esos países tienen menos conflictos laborales que el nuestro, y que los trabajadores y los directivos están en una entente más cordial que la que se estila por aquí. Ante lo cual yo me pregunto: ¿tiene algo que ver una cosa con otra? Y "me respondo": quizá sí, quizá no, como buen gallego que soy.
Un cordial saludo


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