De las 55 películas españolas que se rodaron en 2011 es posible que ni una docena contenga historias cercanas a la gente real de cualquier época, sin que sus personajes sean militares o guardias civiles franquistas o atletas sexuales a los que nunca les falta cocaína.
Y la gente está tan cansada de los mismos estereotipos repetidos mil veces, que ya nadie va a ver la docena de buenas películas que merecen conocerse.
Por eso el cine español atrae ahora solamente al 13 por ciento del público nacional.
Primero, tenemos películas sobre la guerra-posguerra civil y el fascismo. Siempre hay personajes con uniforme militar o falangista que al verlos ya sabemos que violarán o matarán a los buenos.
Luego, está el cine con personajes actuales. Algo de coca, y al fornicio, al que se destina tres o cuatro veces más tiempo que el que pueda encontrarse en cualquier modelo de cine que no sea porno.
En España se presenta a casi todos los hombres y mujeres agradables y atractivos como homosexuales, o por lo menos bisexuales. Es cine de género ambiguo muy en la línea zapateril, es decir, rechaza lo claramente heterosexual viril o femenino, y escenifica la vida en camas redondas.
Los personajes a los que no se les ve practicar sexo son puritanos desagradables, una prolongación de los fascistas de la guerra civil; ya tenemos así el bucle del cine español actual: los buenos, siempre víctimas de los fascistas.
Como todo es tan falso, con personajes tan anómalos, la gente se cansa y prefiere Gran Hermano, que tiene los mismos ingredientes, pero gratis y en directo.
Los españoles pagan entradas únicamente para ver el último Torrente, que sublima todo este cine español de fachas y sexo, pero sólo en dos horas.
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SALAS