La deriva islamista norteafricana debe llamar la atención y despertar la curiosidad de los políticos, y los militares, occidentales, especialmente los de esta vieja Europa, más preocupada en lamer sus propias heridas ocasionadas por la crisis económica, que en una situación internacional compleja. No han faltado ilusos que pretendieron negociar con individuos de mentalidad medieval, algo que resulta especialmente difícil cuando el susodicho es poseedor de un número indeterminado de ojivas nucleares, bien de producción propia, bien adquiridas por medios inconfesables. Quienes aplaudieron el pacifismo de Obama están ahora bien callados, viendo como las relaciones estadounidenses con Irán se tensan hasta un límite en el que no se puede descartar una intervención armada, apoyada por el adalid de la paz y de la concordia. En España hacemos bien en disponer de un ejército profesional que frene el peligroso sur, donde se encuentra la verdadera amenaza, y nuestros vecinos y amigos de la OTAN harían bien en instrumentar los medios para que la puerta de entrada del islamismo radical a Europa, tuviese los adecuados cerrojos y se controlasen los flujos de personas a través de ella. Italia no está tan cerca. Francia mira más al norte. Pero Gibraltar son catorce kilómetros que separan dos mundos con rumbos muy diferentes: Mientras occidente defiende la libertad, en el sur impera el totalitarismo religioso. No valen las alianzas de civilizaciones, uno se siente más seguro con otro tipo de ellas, como la del Atlántico Norte. Estar preparado es imprescindible.