Por las tardes las patotas recorren las calles de Santiago. Detienen, golpean y torturan. Abusan sexualmente de las chicas. El Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile presentó 149 denuncias en 19 días. En estas semanas de manifestaciones populares, la policía chilena ha asesinado, golpeado, torturado y abusado sexualmente con una brutalidad que remonta a los tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet. Entre las víctimas hay más de 160 personas con graves traumas oculares, incluyendo pérdida de la vista y de globos oculares, reviviendo las historias más brutales de violencia policial del Estado contra la población civil. Los carabineros han actuado con una creciente violencia, episodios registrados por centenares de cámaras de teléfonos móviles que circulan por las redes sociales. Acciones aparentemente innecesarias, como una violencia que impresiona e indigna al país, se presume que responden a una estrategia de amedrentamiento previamente planificada. Han aparecido vehículos particulares secuestrando a manifestantes y operaciones de carabineros vestidos de civil. Una manera de operar que a no pocos les recuerda la dictadura. Más allá de la crisis está la catástrofe.
Para visibilizar y repudiar la represión, se realizó en Santiago una performance encabezada por el Programa de Psicología Social de la Memoria (Universidad de Chile), Pablo y Dominga Hermansen, y el Grupo de Trabajo CLACSO “Memorias Colectivas y Prácticas de Resistencia”, reclamando verdad, justicia y reparación para muertxs, heridxs y torturadxs.
La intervención consistió en marchar con un lienzo que muestra 160 imágenes de rostros con sus ojos heridos que fue colgado frente al monumento de la policía en Santiago.
Las medidas sociales que repite Piñera cada mañana han ido acompañadas de una creciente represión para controlar el descontento en las calles. A las personas asesinadas se han sumado, hasta este miércoles según cifras del Instituto Nacional de Derechos Humanos, 1.778 personas heridas en hospitales, de las que 177 corresponden a lesiones oculares, cifra inédita en situaciones similares en otras naciones, más de cinco mil detenidas y 219 acciones judiciales presentadas por organizaciones contra la policía. La encuesta semanal más divulgada y bastante cercana a Piñera, anunció que el presidente había roto todas las marcas históricas de repudio ciudadano. Sólo un trece por ciento de los encuestados le expresan aún su respaldo, guarismo que en los hechos ha de ser incluso menor.
Hace una semana Anonymous filtró información de las páginas oficiales de Carabineros con datos de seguimiento de organizaciones y líderes sociales. La policía chilena ha vuelto a ser también una policía política.
Cada día los hechos parecen precipitarse. Tras un miércoles intenso en movilizaciones, con largas batallas callejeras, Piñera reaccionó el día siguiente con un paquete de medidas que aumentan los castigos.
Cada hora que pasa suma nuevos adversarios por la represión desatada, por el aumento de jóvenes heridos y chicas humilladas y violadas en los cuarteles, por la prepotencia de una policía que parece haberse saltado todos los protocolos y cortado todos los límites.
En este conexto, y en consonancia con la nota de ayer, recordamos que mañana, 9 de noviembre, se cumplirán treinta años de un hito histórico que tumbó por el suelo el imperio soviético. Y no fueron los grandes políticos ni los poderosos generales. Tampoco los ejércitos invencibles ni las amenazantes potencias. Era un momento en que la economía de la paradójicamente llamada República Democrática Alemana enfrentaba serios aprietos, y se vivía un hartazgo de los desaciertos continuados del gobierno. Días antes del 9 de noviembre, miembros de la temida Stasi (policía secreta encargada de espiar a los ciudadanos) se reunieron con el nuevo encargado de la Unidad de Control de Pasaportes para redactar una nueva norma que permitiera la salida de ciudadanos alemanes que desearan abandonar el país de manera permanente. Días después se volvieron a reunir para hacer algunos cambios a ese documento, le entregaron el texto a un funcionario de segundo rango para que lo llevara al Consejo de Ministros que debía aprobarlo. Pensando que era el mismo texto que ya habían tratado días atrás, se lo devolvieron al mismo funcionario que se lo metió en el bolsillo y se fue a la rueda de prensa internacional donde leyó ese documento a los periodistas allí reunidos. La sorpresa fue tremenda. Y le preguntaron desde cuándo entraría en vigor la nueva disposición. Schabowski miró el papel que le habían dado y como no había nada en contra dijo que "Desde este mismo momento".
Cuando las autoridades quisieron reaccionar, ya era tarde. La gente de un lado y otro del muro se lanzó a la calle, desmantelaron las barreras de alambre de espinos, los jóvenes se treparon al muro y otros, con enormes mazos, derribaban los bloques de cemento con que fue construido. El mundo entero festejaba el acontecimiento.
Tan de sorpresa les tomó a todos, que incluso el primer ministro alemán, Helmut Kohl, tardó un par de semanas en reaccionar. En pocos minutos, la amenazante Unión Soviética había sufrido un golpe letal. Dos años más tarde, también se vendría abajo, sin un suspiro, como el muro de Berlín.
Todo gracias a la misma burocracia y la creencia de la gente en su propia libertad...