Revista Opinión

La dinastía Kim (1)

Publicado el 06 enero 2011 por Tiburciosamsa
La dinastía Kim (1) Kim Il-Sung y su hijo Kim Jong-Il departen en su casita de verano. "Como verás, hijo, esto de ser dictador es un chollo."

Hace 16 años Corea del Norte realizó la hazaña de convertirse en la primera
monarquía comunista, cuando Kim Jong-Il sucedió a Kim Il-Sung. Este año ha hecho el más difícil todavía: ungir a Kim Jong-Un como heredero al Trono. Sí, lo de este año ha sido para nota en comparación con la anterior sucesión. Aquélla fue el resultado final de un proceso bien armado que duró lustros. La presente ha sido tan improvisada como la desvalorización de la moneda de finales de 2009 y, al igual que dicha desvalorización, huele un poco a régimen acorralado y desesperado.
El fundador del régimen norcoreano, Kim Il Sung, empezó a preparar su sucesión a comienzos de los 70, cuando tenía sesenta y pocos y estaba sano y en plena posesión de sus facultades. Corea del Norte aún podía estar orgullosa de su desarrollo económico, aunque para esas fechas ya se había hecho evidente que Corea del Sur la estaba adelantando. La mitología de la Guerra de Corea, en la que los norcoreanos liderados por Kim Il Sung habían derrotado a los invasores imperialistas, aún funcionaba.
Incluso podría pensarse que Kim Il-Sung ya había estado pensando en clave sucesoria en la segunda mitad de los sesenta, cuando se quitó de encima al personal a cargo de la política económica y a quienes habían sido lo suficientemente temerarios como para criticarla y afirmar que a partir de ciertos niveles de desarrollo no cabe mantener unas altas tasas de crecimiento. Kim Il-Sung dictaminó que nadie entendía más de economía que él y a partir de ese momento el culto a su personalidad empezó a hacerse más acusado.
En 1972 Kim Il Sung promulgó una nueva Constitución, que instauró un régimen presidencialista. Eso son minucias en un régimen totalitario, donde el único artículo constitucional que vale es el que dice: “Aquí se hace lo que al Gran Líder (título oficial de Kim Il-Sung) le salga de las pelotillas”. Pero a los regímenes totalitarios les encanta guardar las apariencias y dotarse de constituciones muy bonitas, con un montón de apartados dedicados a los derechos de los ciudadanos. Lo principal del cambio es que Kim Il-Sung se convirtió en Presidente y dejó el puesto de Primer Ministro en manos de un pringado sin ningún poder, pero que sería un chivo expiatorio perfecto si algo salía mal.
Por las mismas fechas empezó la preparación de Kim Jong-Il para la sucesión, aunque algunos comentaristas piensan que la preparación ya había empezado discretamente mucho antes, desde que Kim entró en la universidad. Kim Jong-Il estudió en la mejor universidad del país y se graduó con todos los honores: o es que era muy aplicado, o es que no había huevos para ponerle menos de una matrícula de honor. Pronto empezó a acompañar a su padre en los viajes de inspección que a éste le gustaba hacer para experimentar los placeres de la microgestión y de tocar las narices (cuando ambas cosas se juntan uno puede acabar recomendando/ordenando a un director de escuela que se planten manzanos en una ladera erosionada que sólo es buena para producir piedras,- como ocurrió en cierta ocasión; pero como dijo entonces Kim Jong- Il: “es muy importante convencer a los niños de que nada será imposible si se ponen a aplicar la instrucción del líder de desarrollar las tierras altas para que sean tan buenas como los valles”. Tal vez el cambio climático pudiera arreglarse con alguna sabia instrucción del líder norcoreano).
El único obstáculo serio que Kim Jong-Il tuvo que superar en su ascensión fue el de su tío Kim Yong-ju. En 1970 Kim Yong-ju era miembro de pleno derecho del Politburó y el número seis del régimen. Parece que Yong-ju tenía el apoyo de la segunda mujer de Kim Il-Sung, Kim Song-ae. Aunque Song-ae detestaba a Yong-ju sólo unas décimas menos de lo que detestaba a Jong-Il, le quería como sucesor de Kim Il-Sung, contando con que, dada su edad, sería un líder de transición, al que podría suceder su hijo, Kim Pyong-Il, que era todavía demasiado joven para competir en la carrera por la sucesión.
Kim Jong-Il fue el que se llevó el gato al agua. No sólo era el hijo de papá, sino que demostró que a pelota no le ganaba nadie. Parece que fue Kim Jong-Il quien tuvo la idea de que los delegados al Quinto Congreso del Partido de los Trabajadores, celebrado en 1970, llevasen en la solapa pines con la efigie de Kim Il-Sung. Sí ya sé que hay cosas mucho más atractivas que lucir en la solapa que el careto de un tipo gordo con caspa, pero las luchas por la sucesión en los regímenes totalitarios son así.
Como el niño apuntaba maneras, Kim Il-Sung le puso a organizar su sexagésimo aniversario, una fecha muy señalada en Asia, en 1972. Kim Jong-Il ahí sí que se ganó una matrícula de honor. Su regalo de cumpleaños fue una estatua de bronce de Kim Il-Sung de 20 metros a cuyo descubrimiento asistieron 300.000 norcoreanos. Kim Jong-Il, en plan pelota, dijo: “Construir una estatua de bronce del Camarada Kim Il-Sung es una empresa para mantener y salvaguardar su alta autoridad y prestigio y legar a la posteridad su grandeza y augusta imagen. Por consiguiente, la estatua debe construirse de manera que pueda irradiar su grandeza como líder excepcional y su imagen como padre benévolo del pueblo.” Y de remate, se crearon ese día la Orden de Kim Il-Sung y al Premio de Kim-Il Sung, un reloj con el autógrafo del autócrata autosatisfecho. La próxima vez que mi mujer me regale una corbata por mi cumpleaños, se la tiro a la cabeza.
Pienso que fue ese día cuando Kim Il-Jong se ganó la sucesión con todos los honores. A ver si Kim Yong-ju podía mejorar eso. La edición de aquel año del “Diccionario de Términos políticos” suprimió la definición de “sucesión hereditaria” como una “costumbre reaccionaria de las sociedades explotadoras” que siendo “originalmente un producto de las sociedades esclavistas, fue después adoptada por los señores feudales como una manera de perpetuar su gobierno dictatorial.” Sólo alguien muy mal pensado podría opinar que eso se aplica a Kim Il-Sung y Kim Jong-Il.
En septiembre de 1973 Jong-Il arrebató a su tío el puesto de Secretario de Organización del Partido. En los años siguientes su figura fue encumbrándose más, hasta ponerse casi a la par de la de su padre. Es en ese tiempo cuando empiezan a producirse todas esas pinturas donde ambos aparecen sonrientes. También es entonces cuando la expresión “el núcleo del partido” comienza a utilizarse para referirse a Kim Jong-Il.
Su epifanía se produjo finalmente en el Sexto Congreso del Partido, cuando fue nombrado número cuatro del Comité Permanente del Politburó, número tres del Comité de Asuntos Militares y número dos, después de Kim Il-Sung, en el Secretariado del Partido. Para entonces los hijos de Kim Song-ae residían en el extranjero en cómodas sinecuras diplomáticas, para que no diesen guerra, y Kim Yong-ju se había eclipsado y no figuraba ni entre los miembros del Politburó.
En resumen, aunque eso de la sucesión hereditaria en un régimen comunista sonase a heterodoxo, la sucesión de Kim Il-Sung por Kim Jong-Il fue un asunto relativamente sencillo. Para empezar Kim Il-Sung era un líder carismático, que había sabido crearse toda una leyenda sobre su lucha guerrillera contra los japoneses (como en las historias de los buenos pescadores, algo de eso hubo, pero está muy exagerado) y sobre su liderazgo durante la guerra de Corea (la parte que cuenta que él la provocó, no suele incluirse en los relatos que les enseñan a los norcoreanos). Todavía en los años setenta, el régimen norcoreano tenía algo que mostrar, aparte de armas nucleares y estatuas del Gran Líder de veinte metros de altura. Además, la sucesión había sido una jugada que se había preparado con muchísima antelación, de manera que cuando Kim Jong-Il fue exaltado finalmente en el Sexto Congreso del Partido, no quedaba nadie con narices para oponerse.

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