
Porque empecemos por ahí, muchos somos los que estamos aquí semana a semana dándolo todo con las series de esta mujer. Los que aplaudimos ante cada locura absurda de Scandal sabiendo que son la verdadera definición de genialidad. Porque lo son. Igual que no deja de ser fascinante que, independientemente del desgaste natural por el paso de los años en Grey’s Anatomy (al fin y al cabo, la serie lleva casi diez años en antena, que se dice pronto) la serie siga teniendo sus momentos, y consiga hacer que muchos de nosotros nos involucremos con ella. Ya sea por adoración hacia ciertos personajes o desde el odio más absoluto a otros (algo que se traslada muy bien a Scandal, por cierto, donde la mayor parte de los personajes son total y absolutamente despreciables… y todo ello forma parte del encanto de la serie), y aunque en algunos casos concretos no pueda evitar caer en la indiferencia, en general la serie nos sigue importando. Y probablemente lo hará hasta que decida acabar.
Todo ello tiene mucho mérito, y por mucho que nos guste reírnos del absurdo de todas las series de Shonda Rhimes, todos, absolutamente todos, deberíamos reconocerle el mérito que tiene, porque, como digo, lo tiene, vaya si lo tiene.
Pero ni siquiera es esa realmente la razón por la que a mí personalmente me parece total y absolutamente necesario alabar a Shonda en todo lo que hace. Y es que si en algo está a años luz de prácticamente todo el mundo es en la representación general de diversidad que hay en todas sus series. Que a estas alturas parece una tontería decirlo, pero no lo es, ni mucho menos.

En el último episodio emitido de Grey’s Anatomy, por ejemplo, se resalta varias veces la bisexualidad de Callie, y teniendo en cuenta que los personajes bisexuales en televisión tienden a ser cómicamente (o más bien tristemente) ignorados por norma general, el mensaje que transmite es como para mandarla a todas las demás series (bueno, no a todas, que tampoco es que Shonda sea la única que hace las cosas bien, pero sí a una amplia mayoría) a repetirles la lección a ver si se quedan con la copla. Y nos da igual la intención de esta trama, a qué viene que nos lo recuerden ahora de repente, porque es algo que siempre han sabido llevar tan bien, que tienen todo el camino necesario recorrido y ahora se han ganado el derecho a utilizarlo para lo que les dé la realísima gana.
Al igual que ocurre en temas raciales, los personajes LGBT de las series de Shonda encajan de forma perfectamente natural en sus series, sus culebrones son exactamente los mismos que los de todo el mundo. Y lo mismo podemos decir de sus personajes con discapacidades, ya sea en forma de Arizona y sus momentos que nos hacen quererla y odiarla a partes iguales o de la arrogancia y extraña adorabilidad (o igual es solo cosa mía) del Dr. Fife en la ya difunta Private Practice (sí, me vi Private Practice entera y no me arrepiento de nada).
Por no hablar, por supuesto, de que Shonda no tiene ningún problema en poner a mujeres como protagonistas absolutas, mujeres en posiciones de poder, mujeres que, con sus defectos (que a veces son muchos), a su manera son absolutamente grandiosas.
Así que ya sabemos, cuando inevitablemente Shonda acabe dominando el mundo y todos nosotros seamos sus súbditos, ese es el mundo que nos espera. Y, sinceramente, yo estoy muy a favor de un mundo tan mamarracho y con tantas cosas positivas.