Hace ya un tiempo nos dimos cuenta que las cosas tenían que cambiar y que, entre otras cosas, habíamos sido arrastrados por la adicción a las compras, alimentada por miles de millones en publicidad.
Quizás nos dimos cuenta que la única solución era el cambio de sistema económico. Cambiar a uno en el que se comprara menos, se ahorrara más y se compartiera lo que se tiene con los demás.
En poco tiempo apareció un movimiento económico en el que todos, y en especial los jóvenes, tenían a su disposición un instrumento para extender con rapidez y eficacia este movimiento basado en compartir lo que tenemos. Ese instrumento, que ha sido Internet, ha permitido que millones de personas hallaran a otras con las que compartir lo que pudieran necesitar.
Y así nació lo que llamamos la economía del compartir, una forma diferente de economía que depende mucho más del capital social que del capital de mercado y que se alimenta más de la confianza social en los bienes comunes que en las fuerza anónimas que rigen el mercado.
Y es Rachel Botsman la que nos describe el camino que nos ha llevado al consumo colaborativo y observa que el Internet social ha pasado por 3 etapas: una primera, en la que los programadores compartían código; una segunda, donde compartíamos nuestras vidas en las Redes Sociales; y una tercera y última, donde compartimos el resultado de nuestra creatividad en medios como Youtube y Flickr.
Seguramente la cuarta etapa ya esté en marcha y sea la de utilizar toda esta tecnología para compartir toda clase de activos del mundo real
El caso es que si bien el Internet de las Comunicaciones tiene una función facilitadora, al fusionarse con el Internet de la Energía y el Internet de la Logística en los próximos años para dar lugar a una infraestructura ecointeligente que pueda operar con un coste marginal cercano a 0, otras formas de compartir como el alquiler, las redes de distribución y los intercambios de carácter cultural, profesional y técnico crecerán de una manera extraordinaria.
Seguramente el día que esto suceda, la producción y el intercambio en colaboración dejarán de ser un sector marginal para convertirse en el paradigma dominante, y el capitalismo será lo poco habitual, y no al revés como sucede ahora.
Cada vez practicamos más el consumo colaborativo en sus formas tradicionales de compartir, comerciar, trocar, prestar, alquilar, regalar o permutar, pero redefinidas por la tecnología y las comunidades entre iguales.
El consumo colaborativo hace que las personas seamos conscientes de las ventajas que nos supone acceder a productos y servicios en lugar de poseerlos, unas ventajas que se plasman en el ahorro de dinero, de espacio y de tiempo, en los nuevos amigos que hacemos, y en la sensación de volver a formar parte de una comunidad activa.
No nos podemos olvidar que este sistema también tiene ventajas desde el punto de vista medioambiental por aumentar la ecoeficiencia, reducir residuos, estimular el desarrollo de productos ecointeligentes y eliminar excedentes debidos a un exceso de producción y de consumo.
¿Nos cuentas tu experiencia con el consumo colaborativo?
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