Revista Cultura y Ocio
Siempre he pensado que la mejor decisión que podrían tomar los italianos es la de levantar una barricada enorme alrededor del Estado Vaticano para impedir que algunos de los que lo habitan puedan salir a hacer de las suyas en fiestas a las que nadie los ha invitado. Porque bueno, una cosa es filtrarse en el cumpleaños de un desconocido, tomar unas copas y coquetear con las amigas de su novia, y otra muy distinta llegar y empezar a decirle al dueño del santo que la decoración es una mierda, tocándole el culo a la novia y, en general, metiendo las narices en asuntos en los que él no pinta nada. Que es, precisamente, lo que suele pasar cuando el viejo Ratzinger, que algunos insisten en llamar Benedicto XVI (el papa, para los amigos) decide salir a dar un paseo por los barrios de sus vecinos. Recuerdo que, en su última visita a Londres, cobraban la entrada para la misa (como si los del coro cobraran el salario de los Rolling Stones) con la excusa de que los gastos del viaje les salían carísimos a los del Vaticano (como si hubieran pasado hambre alguna vez, ¿no?). Pero de este asunto ya he hablado alguna vez, así que mejor pasemos a la sección de actualidades. Hace no mucho, al papa le entraron ganas de salir a tomar un poco de aire, y se dijo que bueno, que en España hacía un verano maravilloso, y que no estaría nada mal darse un paseo por la Península Ibérica. Y no fue a los toros, ni a ver el flamenco, ni a comer tapas y paella mientras sorbía tintos de verano, no: fue a seguir promoviendo su campaña, una de las menos cristianas de la histroria del cristianismo. Siempre insisto en este punto, pero es que pareciera que hay que estarlo recordando siempre: hasta los ateos más declarados y tercos sabemos que a Jesús no le gustaba la intolerancia entre los hombres, sino más bien el Amor Caritativo ("Caritas", en latín) que recuerda, ante todo, que los hombres son hombres y que hay que amarlos por eso, por muy graves que sean sus pecados (para los que crean que existen los pecados, se entiende, porque su definición no pertenece al ámbito social ni penal sino al religioso y, sobre todo, teológico). Y, siguiendo estos puntos, salta a la vista que Ratzinger y Cristo sólo tienen en común el gusto por la demagogia, mientras en todo lo demás no hay más que abismos. Después de muchas semanas de voluntaria desinformación, al fin me he puesto a leer las noticias respecto a la visita de Ratzinger (B16, que le llaman), y ante todo creo que habría que decir que, a todas las críticas usuales que se hacen de este sujeto, podríamos agregar la de ser tan predecible, porque no hace más que repetirse, llenándonos de palabras que hacen pensar que, para él, no hay nada como la Edad Media. Qué tiempos aquellos, cuando a los herejes podías echarlos a una hoguera, ¿no? Pero bueno, tampoco sé qué otro tipo de discurso podríamos esperar del hombre que, en pleno siglo XXI, y contradiciendo lo dicho por Juan Pablo II, anunció que el Infierno existe, y que es un lugar físico y eterno en el que serán condenados por la eternidad las almas de los pecadores. "¡Azotaos, débiles de corazón!", le falta agregar antes de las pausas. En fin, ya está bien el retrato; ahora pasemos a los hechos. De las noticias que leo, me llaman particularmente la atención algunas de las críticas que Ratzinger ha hecho a un par de puntos de la constitución española; en particular, a los que dan legalidad al matrimonio homosexual y al aborto (éste sólo bajo ciertas condiciones). Son dos puntos muy interesantes que pueden levantar grandes disputas, es verdad, pero que yo encuentro admirables, como una vuelta de página para entrar de lleno a los tiempos que corren, echando a un lado prejuicios que llevaban demasiado tiempo bailando sobre las mesas de nuestros hogares. Claro que, sobre estos puntos (y, seguramente, sobre todo respecto del segundo) cada cual puede pensar lo que quiera, y yo no opino en nombre de nadie. Hace no mucho, comentaba a Eduardo (el del Café del Artista, claro) que siempre me habían chocado mucho las opiniones de Ratzinger, sobre todo porque, pese a todo, el tipo es un intelectual, perfectamente capaz de seguir una línea argumentativa a lo largo de un debate, como me dicen -porque yo no he leído ese texto todavía- que lo hizo alguna vez con Jürgen Habermas, el filósofo alemán. Opiniones que, como creo que ya ha quedado claro, me parecen una aberración retrógrada. Y ojalá fuera sólo eso: siempre he pensado, también, que las ideas de Ratzinger podrían llegar a ser hasta peligrosas, tomando en cuenta la influencia que tiene entre muchos. Sobre todo, en un momento en el que el diálogo se hace más necesario que nunca en todos lados, ya no sólo del mundo, sino aún dentro de las muchas culturas y formas de pensamiento que conviven en una sola ciudad.¿Quieren ejemplos? Pues vayamos a ello, para que no se me acuse después de demagogia a mí también. ¿Qué sentido tiene, en el fondo, criticar a quienes “desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto, quién es digno de vivir o no”? Porque tales fueron las palabras de Herr Papa en su visita a España. Y si no es la gente (que la sociedad también es gente, vamos), ¿quién va a ser? ¿El papa? ¿O dios, que habla a través del papa? Es el tipo de cuestiones que a mí me molestan de Ratzinger, esa mentalidad tajante y cerrada que convertiría en sus enemigos a todos los que se aparten de lo que él considera ético si no fuera porque los menosprecia demasiado como para que lleguen a tanto. A mí tampoco me gustan las ideologías, pero decir que ellas conducen "a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios”, hay un salto muy largo... En fin, que yo no soy partidario de las religiones, pero tampoco las desprecio. Siempre he pensado que cada cual tiene derecho a elegir qué cruz va a cargar a lo largo de la vida, y no soy quién para cuestionar las decisiones ajenas. Pero el que una persona con la autoridad y el poder de Benedicto XVI sostenga ideas tan íntima pero notoriamente violentas y discriminatorias, cuando representa a una institución cuya fe se basa en el amor, la tolerancia y el perdón, no me cala para nada. Tampoco el que vaya paseando su folletín inquisitorio al extanjero, a países sobre suya constitución y forma de vida él no tiene por qué decir nada en nombre de nadie. En otra de sus declaraciones, B16 sentenció que la juventud está sometida "a nuevas formas de esclavitud"; pues bien, ya que hay que cargar con cadenas, al menos que sean nuevas, y no las viejas y oxidadas que nos ofrece el viejo, el viejísimo dogma del que este sujeto (que lo es) no es más que un representante.