Por Elbio Laxalte Terra. Economista. Periodista y docente. Miembro del Comité Internacional de la AILP
Artículo publicado en la revista librepensadora francesa “L’Idée Libre” N° 296 - marzo de 2012.
A quienes nos preocupa e intentamos hacer algo para luchar contra la indiferencia social, estimulada por las políticas anestesiantes de las oligarquías partidarias y los sectores políticos en el poder, en el medio de las urgencias sociales más evidentes y pronunciadas que nos asolan, poco a poco empezamos a constatar, sin embargo, algunos nuevos retos del combate social. Porque, poco a poco, verificamos una situación que es la del nuevo avance del fenómeno religioso sobre la política y la sociedad, que proviene, en particular desde el vaticano, desplegando su virulenta estrategia de “Misión Re-evangelizadora”.En América Latina, hemos tenido tradicionalmente una vinculación religiosa principalmente católica con las viejas elites oligárquicas, conservadoras y despóticas de viejo cuño. Más recientemente, junto al triunfo de las ideologías basadas en el individualismo y la omnipotencia del mercado, hicieron asimismo entrada en fuerza las religiones y sectas cristianas evangélicas y neopentecostales, de origen esencialmente norteamericano, que disputan al catolicismo, a través de estudiadas estrategias de poder basadas en el marketing y el inmediatismo salvacionista, la influencia sobre los nuevos poderes que se fueron instalando sobre el continente, incluidos los gobiernos autodenominados “progresistas”. En toda América Latina, sobre el final del siglo XIX y principios del XX se desarrolló un gran combate liberal laicista. Porque el laicismo representaba la construcción de ciudadanía, la construcción de los estados y el afianzamiento de los sistemas democráticos republicanos. La clave de esas luchas era la separación de la iglesia del Estado y el desarrollo de la educación pública no confesional. Fue un gran combate, pues supuso una enorme resistencia de quienes no deseaban perder sus privilegios, en particular la iglesia católica. Ese proceso supuso fomentar y desarrollar cuanto pudo, con altos y bajos, una secularización que no solo significó la separación de la iglesia y del estado, sino una pluralidad de concepción que favoreció la introducción y desarrollo de nuevos cultos religiosos cristianos y no cristianos, así como un fuerte incremento de la no creencia como de las creencias personales y libres. En todo caso, en general, significó un fuerte detrimento de la hegemonía católica, que si bien sigue siendo predominante en el terreno espiritual, ya no es absolutamente monopólica como lo era hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX, y su influencia política también se redujo en muchos lugares. La “Misión Re-evangelizadora” actual del vaticano, se justifica en ese retroceso, teniendo como objetivo recuperar el terreno perdido. Durante décadas, los ideales laicos fueron valores muy fuertes por los que se luchaba como un aspecto esencial para el progreso de las sociedades latinoamericanas. Sin embargo, el tiempo, el desgaste, la desmotivación y otros intereses, terminaron por debilitar estos ideales que fueron quedando – allí donde hubo avances institucionales significativos - reducidos a normativas legales y a una rutina administrativa. Los personeros de los Estados muchas veces guiados por intereses políticos de corto plazo, e intereses personales, fueron olvidando los grandes ideales sobre los cuales se construyeron los cimientos de nuestras repúblicas, transformándoles en los mejores casos sólo en discursos vacíos de contenido con fines demagógicos o populistas. La realidad es que, en general, la clase política – todos colores confundidos – ha olvidado el real contenido valórico del laicismo. Incluso, las esperanzas que algunos tuvieron para un continente esencialmente católico, de ver el posible desarrollo de un progresismo católico, como la llamada teología de la liberación, fenecieron sin penas ni glorias, absorbidas por una iglesia católica que permite diversas tendencias que acumulen, pero no disidencias que contraríen su centralidad de poder. Menos aun, que obstruyan su actual estrategia de mantenimiento y/o recuperación de poder social, político o económico. Esta es una estrategia global; pero que aplica con énfasis diferentes de acuerdo a los países y sociedades en concreto. Vemos como intenta en Europa retomar su influencia, teniendo bajo la mira dos objetivos claros: Francia y España.Francia, porque es ejemplo de laicismo y secularización, y la Iglesia no les perdona a los franceses republicanos el haber pensado y practicado un modelo político que hace del ciudadano libre y virtuoso, su centralidad soberana. Y España, por que fue siempre la hija predilecta del vaticano, pero más aun, porque España es una cabeza de puente cultural, aunque también política y económica, sobre un continente de casi 600 millones de habitantes, en su gran mayoría hispano-hablantes y proclives a la influencia religiosa católica. En este último país, la reciente victoria electoral del partido conservador pro-clerical, ya está procediendo a eliminar dos de las conquistas importantes de la secularización ibérica: la política de interrupción voluntaria del embarazo y la de formación para la ciudadanía, dos aspectos fundamentales para el proceso de emancipación social y fortalecimiento de la ciudadanía, y que – no es casualidad – son justamente temas que están en debates en la casi totalidad de las sociedades americanas, junto a otros, como son el matrimonio entre personas del mismo sexo, la eutanasia o la adopción de niños por parejas homosexuales. La estrategia re-evangelizadora católica está poniendo la proa en nuestro continente, y está enfocada principalmente hacia México y Uruguay. Recordemos que estos han sido los países tradicionalmente más laicos de toda América Latina. Y lo hace en una estrategia de alianza con sectores del poder político. Alianzas que ya no tienen – como antes – una predisposición natural hacia los estamentos oligárquicos y conservadores. Ahora su estrategia va hacia sectores con los cuales, incluso, pudieron haber estado históricamente enfrentados. En México está claro, cuando, con el apoyo de sectores políticos herederos del juarismo (recordemos que Benito Juárez fue quien estableció la reforma laica en México y desposeyó a la iglesia católica de buena parte de sus bienes terrenales) más los sectores tradicionalmente conservadores y pro-católicos, intentan reformar el artículo 24 de la constitución para dar a la iglesia católica potestades hasta ahora impensables, que van desde la enseñanza religiosa en las instituciones de enseñanza públicas hasta el financiamiento de la iglesia con dineros públicos. Hoy en México hay una insurgencia laica como no se veía hacía décadas, que incluye a religiones minoritarias que ven con preocupación la posible hegemonía política del catolicismo. En Uruguay la situación es más intrincada, pues la ofensiva clerical actúa persistente y activamente pero de manera subrepticia y solapada, la más de las veces sin hacer demasiado ruido y sin atreverse aun a una ofensiva abierta. Pero es seguro que si México se inclina ante las pretensiones clericales, el siguiente paso es hacer caer a Uruguay. En su ofensiva ideológica de gran escala contra la laicidad, México y Uruguay, son el banco de pruebas: si logran vencer, es todo el sistema de ideas humanistas, librepensadoras y laicas a nivel continental, incluso mundial, que se verá resentido. Decíamos que el Uruguay es uno de los países donde los ideales laicos penetraron más profundamente en el continente. Tempranamente, hacia 1861, se nacionalizaron los cementerios. En 1877 tuvo lugar la reforma escolar, propuesta por José Pedro Varela, a través de la cual se dio inició al proceso de secularización. No pudo ser completa, porque si bien se sacó la enseñanza escolar de la órbita católica, no pudo erradicarse totalmente la enseñanza religiosa, la cual quedó como optativa hasta que se eliminó completamente en 1009. En 1879, la creación del Registro Civil, ya que hasta ese momento eran las iglesias las que llevaban el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones. En 1885 se establece la obligatoriedad del matrimonio civil. El 6 de julio de 1906 se ordena el retiro de los crucifijos de los hospitales públicos y otras dependencias. En 1907 se suprime la referencia a dios y a los evangelios del juramento de los parlamentarios, y en 1918 del juramento del presidente de la República. También en 1907 se aprueba la Ley de Divorcio, incluyendo el divorcio por la sola voluntad de la mujer. En 1909 se suprimen definitivamente la enseñanza y prácticas religiosas en las escuelas públicas, quedando la enseñanza hasta el día de hoy de carácter obligatorio, gratuito y laica en toda la extensión del estado. En 1909 se eliminaron las capellanías católicas en las fuerzas armadas, y los honores militares en las ceremonias religiosas. En la reforma constitucional de 1918, se separa finalmente la iglesia del Estado. Así, el Uruguay se conformó como un Estado Laico, y como tal fue reconocido. Situación existente hasta el día de hoy. Después de casi un siglo de prudente silencio, la Iglesia católica, incluso aliada con otras iglesias cristianas fundamentalistas, comenzó una contraofensiva sobre aspectos claves de la modernidad social. Todo empezó en 1984, cuando, el gobierno militar de la época, meses antes de entregar el poder a los civiles, en uno de sus últimos actos de gobierno, aprobó la creación de la primera universidad privada del país, la Universidad Católica. A ella se le sumó, inmediatamente, la Universidad de Montevideo regida por el Opus Dei. Las falencias de la educación pública agravadas por la desidia gubernamental y la falta de presupuestos, más un corporativismo sindical que olvidó la necesidad de unir las luchas reivindicativas con la vocación y la calidad de la enseñanza, fueron aprovechadas por los sectores mercantilistas, pero sobre todo confesionales, para desarrollar una enseñanza primaria y secundaria privadas, las cuales, también hay que decirlo, pese a la presiones institucionales aun no reciben abiertamente subvenciones públicas. Esta situación, ha estado llevando a la educación básica y secundaria del país a funcionar en dos velocidades: una privada, sobre todo confesional de cierta calidad y seguridad, destinada a las familias de clase media y alta que pueden pagar los estudios de sus hijos, y otra educación pública gratuita, empobrecida y dirigida a las familias de los extractos más bajos y pobres. Esta situación no sólo se ha mantenido hasta hoy, a pesar de los sucesivos cambios de gobiernos de diversas ideologías. Y no es de extrañar, cuando las autoridades educativas públicas en buena parte han salido de las instituciones privadas y clericales. Y esto sin abundar sobre las presiones para financiar la educación privada con dineros públicos, algo que aun no se ha concretado. La Conferencia Episcopal Uruguaya ha editado un manual de procedimientos para el personal directivo y docente de los institutos de enseñanzas católicos. Y en el mismo discrimina del empleo a quienes estén divorciados y a quienes tengan opciones sexuales consideradas a su criterio “antinaturales”. Discriminan a docentes por sus opciones sexuales, pero toleran y ocultan la existencia de curas pederastas en su seno. En Uruguay el aborto es penalizado desde hace más de 70 años, causando un enorme perjuicio sanitario a la población femenina más pobre. Sistemáticamente la Iglesia se opone a los intentos de despenalizar el aborto y legalizar la interrupción voluntaria del embarazo por parte de la mujer. Actualmente hay un proyecto de ley aprobado en el senado de la República, que espera su aprobación por la Cámara de diputados. Las presiones desplegadas por la iglesia sobre los legisladores han llegado incluso a amenazarlos públicamente con la excomunión. Y, aliada a sectores políticos, intentan hacer aprobar un proyecto de ley llamado de “Libertad religiosa”, donde intenta legalizar un “derecho de objeción de conciencia” no solo para las personas individuales, sino también para las instituciones, en particular aquellas instituciones privadas de salud creadas al amparo de las instituciones religiosas, de manera de no aplicar las políticas obligatorias de salud sexual y reproductiva que actúan para la planificación familiar, la contracepción y asesoramiento en caso de embarazos no deseados. Estos son grandes temas. Sin embargo, hay otra manera mucho más subrepticia de penetración y control. Por ejemplo, el estado subvenciona guarderías para niños en edad pre-escolar. Una buena parte de ellas están administradas por estructuras afines a la iglesia católica, e incluso funcionan en parroquias. El estado subvenciona indirectamente los colegios católicos, adjudicándoles gratuitamente banda ancha de Internet, y facilitando préstamos sin intereses para la adquisición de equipamiento. Por la vía de los hechos, y ante la complicidad oficial que lo acepta sin tapujos, se le está cambiando de nombre a la plaza central del casco histórico de Montevideo, nuestra capital. Efectivamente, desde 1843 esta plaza se llama “Constitución” en homenaje a nuestra primera constitución republicana. Hoy oficiosamente, la iglesia está imponiendo que se la llama “Plaza Matriz”, porque frente a ella se encuentra la catedral de Montevideo que fue la matriz de las iglesias católicas uruguayas. Lo grave es que el mismo municipio de Montevideo, guardia del nomenclátor de la ciudad, también le está llamando de ese modo. Y, por último señalar la inauguración de una estatua del papa Juan Pablo II en el centro de Montevideo en el 2005, con la presencia de la esposa del presidente de la república, donde el arzobispo de Montevideo Nicolás Cotugno aprovechó para atacar la laicidad y condenar las propuestas de despenalización del aborto. Podríamos seguir narrando situaciones por el estilo. Parecen pequeñas, pero para un país que modernamente presentó una firme raíz laica son síntomas muy fuertes de esa ofensiva clerical. Por esta razón, y concluyendo, así como la ofensiva re-evangelizadora católica es global, también nuestra respuesta laica debe ser global. Debemos apoyarnos unos a otros en nuestro común combate, que es bueno aclarar, no es sólo contra el catolicismo, aunque este sea lo más evidente para nosotros, sino contra cualquier fundamentalismo o integrismo dogmático, sea del signo que sea, y no solo en el plano religioso. La lucha por la laicidad, debe ser para nosotros librepensadores, la piedra de toque de nuestras propuestas de construcción social, que naturalmente, abarca otros aspectos en todos los terrenos del quehacer humano; pero sin ella, nuestras sociedades tenderán a caer nuevamente presa del oscurantismo y el retroceso, y todo otro combate tendría un menor sentido. Por Elbio Laxalte Terra. Economista. Periodista y docente.
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