Hace más de dos años publicaba el comentario de lo que me sugería "Rosa cándida", magnífico fruto de la casi siempre agradecida tarea de leer literatura islandesa.
Tenía pues fundadas esperanzas de encontrarme aquí con un paso más de una literatura sencilla, intimista, de esa de te deja gustito de vivir al terminar el libro, algo así como un calorcito de licor pero sin licor.
Pero no. O debo andar bajo de Karma o me estoy haciendo tan descreído que ya no me levanta el ánimo ni Audur Ava ni el licor. Porque no he entendido nada. La novela me ha parecido una sucesión de episodios un tanto absurdos y desilvanados en los que no pasa casi nada.
Pero se la resumo para que vean: María está casada con un tío que se llama Floki. El hombre de su vida: guapo, bueno, buen padre y experto en la teoría del Caos -lo juro- . Pues el día de año nuevo, en plena celebración, va el campeón y le dice que se va de casa. Pero que no se preocupe que la deja, pero por otro tío. Que para más inri también es matemático y también se llama Floki. Entonces María se queda flipando toda la película. Viste a los niños, los lleva de excursión (casi los mata de frío porque la tristeza le impide percibir la temperatura ambiental), va de aquí para allá pero haciendo el fantasma. En este proceso la acompañan una vecina muy muy bajita que es o dice ser psicóloga y escritora que se pasa el libro comiendo. Ah, y también un estudiante que la ayuda ocasionalmente y que no se acaba de saber qué pinta. Y lo de la aparición fugaz de su padre biológico ya ni se lo cuento.
Allá ustedes. Aviso.