¿Qué hace Roald Dahl todo el día encerrado en la caseta que está al fondo del jardín? Es lo que sin duda se preguntaría más de un vecino de este señor. La respuesta es muy sencilla: crear sueños e ilusiones para los niños y jóvenes, y es que el escritor se aislaba en aquel refugio cargado de lápices americanos y una buena provisión de papel para ordenar y dar forma a todas esas magníficas ideas que le rondaban la cabeza día y noche. Matilda, James y el Melocotón Gigante o Las Brujas son algunos de los títulos que nacieron de la pluma de este hombre. Pero sin duda alguna, una de sus historias más emblemáticas y recordadas es la que vive el pequeño Charlie Bucket cuando encuentra su billete dorado. Sí, estás en lo cierto, hablo de Charlie y la Fábrica de Chocolate, nacida de la pasión de Dahl por el chocolate y de sus ansias infantiles por ser capaz de inventar un nuevo tipo del sabroso dulce capaz de impresionar a todo el mundo.
La mente brillante y la mano de obra
Para abrir un negocio lo primero que debe haber es alguien que quiera hacerlo. En este caso nos encontramos ante un peculiar y carismático personaje: el señor Willy Wonka. ¿Quién es el señor Wonka? Podríamos decir que un genio, un imaginativo artista lleno de ingenio. Pero también uno de esos personajes que sobreviven al paso de los años y que quedan grabados en la mente de las personas, generación tras generación; uno de esos personajes inmortales que tanto me gusta nombrar.“Llevaba en la cabeza una chistera negra. Llevaba un frac de hermoso terciopelo color ciruela. Sus pantalones eran verde botella. Sus guantes eran de color gris perla. Y en una mano llevaba un fino bastón con un mango de oro. Una pequeña y cuidada barba puntiaguda le cubría el mentón. Y sus ojos, sus ojos eran maravillosamente brillantes. […] ¡Y qué inteligente parecía! ¡Qué sagaz, agudo y lleno de vida! Hacía todo el tiempo pequeños movimientos rápidos con la cabeza, inclinándola a uno y otro lado, y observándolo todo con aquellos ojos brillantes. […] Su voz era aguda y aflautada”. Con estas palabras Dahl perfila al dueño de la fábrica de chocolate, aquel que fue capaz de crear un palacio hecho enteramente de chocolate, que inventó el chicle que nunca pierde su sabor o el helado que jamás se derrite. Una mente brillante que ideó todas esas mágicas recetas capaces de ilusionar a todos los niños del mundo.
En el libro se cuenta cómo para llevar a cabo todas esas maravillas el señor Willy Wonka tuvo que contratar a decenas de trabajadores y pronto la marca Wonka fue un éxito mundial. Sin embargo, ese éxito derivó en envidias y ansias de superación por parte de las demás empresas chocolateras, que enviaron a espías para hacerse pasar por trabajadores y poder robar así las recetas secretas. Este hecho tan desagradable provocó un despido masivo de todos los trabajadores y el consecuente cierre de la fábrica. ¿Por qué? Willy Wonka había dejado de confiar en la gente. Sin embargo, un día los habitantes de la ciudad descubrieron que las chimeneas de la fábrica volvían a echar humo: ¡volvía a estar activa! A pesar de eso, desde entonces no se vio entrar ni salir a nadie, jamás.La solución de Wonka había llegado cuando durante un viaje a África encontró a una tribu, llamados Oompa-Loompa: tres mil Oompa-Loompas que se alimentaban a base de orugas verdes, que adoraban los granos de cacao (con los que se hace el chocolate) y que resultaron ser, además, grandes trabajadores. Así pues, Wonka les propuso trabajar para él a cambio de vivir en la fábrica y tener todos los granos de cacao que necesitasen. Para crear a los Oompa-Loompas, Dahl se inspiró en la raza africana de los pigmeos de piel oscura, formada por individuos de muy baja estatura y que suelen ser utilizados como esclavos en la República del Congo. Este tema provocó una gran controversia que derivó en una revisión del texto para una reedición en la que se sustituyó África por la inventada tierra de Loompaland, y el aspecto de los simpáticos personajes cantarines pasó a ser de piel rosada y cabellos rubios.
Los billetes dorados
Un anuncio en el periódico revolucionará a todo el mundo: Willy Wonka ha decidido esconder cinco billetes dorados en cinco de sus chocolatinas. Sólo cinco en todo el mundo. El afortunado quinteto de niños que encuentre los billetes podrá pasar un día en la fábrica de chocolate, y además cada uno de ellos dispondrá de provisiones de chocolate y dulces para el resto de su vida.El pequeño Charlie ansía poder encontrar ese billete dorado que le abrirá las puertas de la fábrica de chocolate del señor Willy Wonka, cumpliendo así su mayor sueño. ¿Quién no ha deseado encontrar su billete dorado alguna vez? ¿Quién no ha soñado con un acontecimiento que le cambie la vida? Eso es lo que representa la fábrica para nuestro pequeño protagonista. Sabe que conseguir el billete dorado traerá algo bueno que posiblemente terminará con la precaria situación en la que viven tanto él como su familia, aunque sea por la ración vitalicia de golosinas que promete el premio. Una novedosa idea la del señor Dahl al introducir un tipo de concurso que después multitud de empresas no ficticias han utilizado para sus diferentes promociones.
La fábrica y sus estancias
Y por fin llega el ansiado día en el que los ganadores visitarán la fábrica: un lugar mágico, colorido y realmente gigantesco donde multitud de estancias, cada cual más disparatada y asombrosa que la anterior, se van sucediendo ante los ojos de los cinco afortunados y sus progenitores. ¿Quién puede olvidar el Recinto del Chocolate en el que la cascada de chocolate mezcla y bate el chocolate del río de chocolate? “¡Ninguna otra fábrica del mundo mezcla su chocolate por medio de una cascada!”. Todo un valle en el que cuanto ven tus ojos es comestible: los árboles, el césped, ¡incluso las colinas son comestibles! Otra de las estancias inolvidables es aquella en la que se fabricaba el chicle que nunca perdía su sabor, o donde se experimentaba para conseguir ese otro que es en realidad una comida de chicle: “una comida entera de tres platos”, según asegura el señor Wonka. Se acabó el guisar y el ir al mercado, con una comida de chicle estarás bien servido.Veruca Salt nunca olvidará el Cuarto de las Nueces, donde cientos de ardillas muy aplicadas trabajan sin descanso pelando nueces, porque “nadie excepto las ardillas puede sacar las nueces enteras de su cáscara”. La Sala del Chocolate de Televisión es sin duda una de las más extravagantes ocurrencias de la mente de Dahl en esta obra: una habitación en la que una chocolatina gigante es descompuesta en millones de partículas que viajan desde un extremo de la sala hasta el otro, donde vuelven a juntarse haciendo aparecer a la chocolatina, ahora en tamaño normal, dentro de un televisor.
La Sala de Invenciones o la de los Caramelos Cuadrados Que Se Vuelven En Redondo son otras de las zonas más asombrosas de la fábrica, y por supuesto no podemos olvidarnos del Gran Ascensor de Cristal (que provocó la existencia de una secuela, también escrita por Roald Dahl: Charlie y el Gran Ascensor de Cristal), en el que pueden viajar de un extremo a otro de la fábrica, hacia arriba, hacia abajo, en diagonal e incluso… Bueno, el señor Wonka estaba deseando pulsar el botón que rezaba: “ARRIBA Y FUERA”.
Pero sin duda tanto a Dahl como al señor Wonka les importaba más bien poco lo que se pudiera fabricar ese día en todas aquellas maravillosas estancias, pues la finalidad de las mismas (y sin ánimo de desvelar nada a quien no haya leído el libro) es otra bien distinta: enseñar una merecida lección a algunos de los ganadores de los billetes dorados. Así pues, el glotón de Augustus Gloop, la caprichosa Veruca Salt, la obsesionada mascadora de chicle Violet Beuregarde y el adicto a la televisión Mike Tevé saldrán de la fábrica bien distintos a como entraron.
Repercusión chocolatera
Una desbordante imaginación la que el señor Roald mostró con esta historia cargada de sabias enseñanzas y ese humor tan característico. Un lugar fascinante, misterioso y adictivo, y mucho, ¡mucho chocolate! ¿No quieres visitar la fábrica de Wonka?