La floja “Liz en septiembre”
Floja. Muy floja. Fue la frase que me vino a la mente al ver Liz en Septiembre de Fina Torres.
Tal vez iba un poco obsesionado con el eco de Oriana que al día de hoy aún retumba en mi mente como una de las grandes piezas de la cinematografía venezolana. Aquel uso magistral del flash back, el ritmo, las actuaciones. Esos silencios que lo decían todo. Aquella mujer que toma la camisa y se la lleva a la nariz y en el gesto evoca toda una historia. La sutileza en la manera de contar y de mostrar.
Liz en septiembre me resultó sosa. Bonita. Predecible desde la escena uno hasta los créditos finales. Pero lo predecible es lo de menos. Con esta pieza de Fina Torres, una vez más, tengo la sensación de que el gran problema del cine venezolano actual es de historias. De guionistas.
Es común tener un buen tema, como sin duda lo es el de “Liz en septiembre” y que se diluya en personajes superficiales, poco desarrollados e interpretados más por el oficio del actor que por un verdadero trabajo y esfuerzo interpretativo. ¿Mucho oficio y poco método? ¿O comodidad?
La película debió ser un canto coral de siete personajes femeninos que se enfrentan a dos temas muy fuertes como lo son el lesbianismo y la muerte. Pero la manera fácil de enfrentar los personajes en el guión hace que la película se quede a mitad de camino. Tanto el tema de la muerte como el de la diversidad sexual son abordados de manera fácil, superficial y complaciente.
Tenemos:
El personaje de Patricia Velásquez como columna vertebral, como mástil, como elemento que amalgama y da sentido a los otros personajes del film. Una lesbiana que sabe cuál es su orientación sexual desde muy niña y que la disfruta y asume a pesar de la culpa. Esta faceta del personaje se puede decir que está interpretado de manera óptima por la actriz. Pero donde se queda muy corta es en la faceta de enferma de un cáncer en etapa terminal. Lejos está de hacernos creer esto. Nada que ver con la brillante actuación de la española Carme Elias en “La distancia más larga” que desde la primera toma uno siente la presencia de la muerte, o aquella de Julia Roberts en “Steel magnolias”, otra película de personajes femeninos inolvidables.
Una Mimí Lazo cuyo personaje al principio parece ser una vez más su sempiterna interpretación de la diva decadente y cómica y que termina siendo una doctora, escritora. Con una primera línea tan absurda y fuera de lugar como esta: “Yo soy una mujer famosa en este país”. Y se lo dice a cinco amigas que se conocen de hace muchos años. Un poco de esfuerzo en los diálogos podría haberles dado una línea más creíble como: “Allá ustedes que no les importa que la gente sepa que son cachaperas pero a mí me conoce todo el mundo en este país…” Tal vez lo mismo, pero más creíble. Ella fue pareja de Liz (Patricia) y ahora mantiene una relación con una cubana.
Una Elba Escobar de cuyo personaje lo único que se sabe es que es una lesbiana alcohólica a quien su pareja la abandonó y administra una posada turística. No hay más.
Una cubana (no recuerdo el nombre de la actriz) que se casó para huir de la isla y que terminó en una relación amorosa con Mimí. Un personaje bien interpretado con picardía y gracia y que es el único que tiene un cierto conflicto en la trama al sentir que la moribunda aún duerme entre ella y su pareja.
Una chica que al final descubrimos que estudiará canto y que más pasa por relleno dentro de la trama que por un personaje relevante y su pareja que es una mujer que siempre está en competencia con Liz, sin que en verdad quede muy justificada esa relación y la competitividad entre ambas.
Y por último, la sifrina heterosexual que llega a la posada por accidente y que se convierte en objetivo erótico de Liz, luego de una apuesta con su amiga. Una mujer que no se despeina ni cuando está recién levantada, ni cuando anda en moto o por carretera con los vidrios abajo o en la orilla del mar. Una chica que perdió un hijo que murió por cáncer, luego de sufrir una larga agonía. Su esposo aparentemente tiene otro hijo fuera del matrimonio, esa parte no me quedó muy clara y no parece ser muy importante para la trama. Aunque sí debería serlo.
Eso es todo. Lo demás son hermosas tomas del paisaje costero de Venezuela. Muy “a lo Valentina Quintero” según un comentario escuchado a la salida del teatro. Buena fotografía. Una linda canción “Si no te vas mañana…”. Escenas con todo muy puesto oportunamente. Todo está al alcance de la mano. Diálogos fáciles y superficiales.
La escena cuando la sifrina y Liz se conocen es absolutamente sosa y desaprovechada. Es poco creíble que una lesbiana fuerte como se supone que es el personaje de Patricia no se abalance sobre la desconocida que lanza de nuevo al mar el pez que con esfuerzo acaba de pescar. Allí debió quedar planteada con claridad la historia:
La mujer cuyo hijo tuvo una larga agonía ve un pez en un canasto con estertores de muerte e instintivamente corre a liberar al animal del sufrimiento. Uno se espera que la aguerrida lesbiana se le vaya hecha una fiera a golpearla ¿no? No. Se pierde la oportunidad de un conflicto que lleve a las disculpas de la mujer explicando que no soporta ver a un ser vivo agonizar y de que la víctima del cáncer le diga que lo entiende y que, llegado el momento, ella esperaría que alguien le evitara una larga agonía y la pusiera a dormir. Para una nueva versión tal vez.
También es poco creíble que una relación de apenas 3 días y una acostada haga que la chica se ofrezca a poner a dormir a la mujer que acaba de conocer. Hay todo un trabajo sicológico y de relación. Un conflicto que enfrentar para que alguien pueda llegar a esa determinación. Primero insistir en la lucha. Empujarla a luchar por su vida. Hasta llegar al convencimiento de que la eutanasia o el suicidio asistido es lo mejor para evitarle sufrimiento.
Y por último, como crítica ociosa. Nadie se cree que una mujer sifrina y que no ha tenido experiencias lésbicas anteriores se dé su primer morreo con otra mujer con el aliento pestífero que debe tener al despertarse con la resaca de una botella de Ron Superior el día anterior entre pecho y espalda. Por muy Patricia Velásquez que sea.
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