Puesto porJCP on Jun 20, 2013 in Crítica
Los teóricos del “Gran Reemplazamiento” (la sustitución a medio plazo de la población francesa de origen europeo por la inmigrada) no han debido de salir de su asombro. Ellos deben estar pensando ahora en todos esos años en que se han esforzado en denunciar la islamización rampante de Francia, dibujando un posible país del mañana con minaretes y llamadas a la oración durante cinco veces al día, de cuscús por todas partes y de libertad por ninguna, de mujeres veladas y de cristianos perseguidos. Es como si se les hubiera lanzado arroz a la nariz, cuando no eran simplemente torrentes de invectivas las que se les venían encima. Y he aquí que una venerable personalidad del mundo musulmán, el portavoz del Colectivo contra la Islamofobia en Francia (CCIF), sale a la luz y lo anuncia alegremente: Francia podría vestir chilaba en un futuro próximo.
En su libro, “El Islam, el test francés”, Élisabeth Schemla informa de las declaraciones de Marwan Muhammad en la mezquita de Orly en el último mes de agosto:
“Quién tiene el derecho de decir que Francia, dentro de 30 o 40 años, no será un país musulmán? ¿Quién tendría derecho a negarlo? Nadie en este país tiene el derecho de negarnos esa esperanza, de negarnos el derecho de definir por nosotros mismos cual es la identidad francesa”.
Marwan Muhammad tiene razón, aunque eso no gustará a las Casandras y a los enamorados de una cierta idea de Francia. Y sí, Francia en un futuro próximo podría ser musulmana.
Y sin embargo… algunos tienen el derecho de decirlo y de quejarse por las críticas consiguientes. De creer a la “Granja de los Animales” de George Orwell, “habría ciudadanos más iguales que otros”. Y es que es para estar alarmado tras la “ofensiva islamista” sobre las ondas de RTL (la radio nacional), ya que el periodista conservador Ivan Rioufol se encuentra encausado tras su paso por allí y hacer públicas las declaraciones de Marwan Muhammad. La denuncia partió del Colectivo contra la Islamofobia en Francia, que reprocha al editorialista de Le Figaro haber comentado su propia campaña, “Nosotros somos la nación”, evocando una operación de “apropiación” islamista y un “rechazo de la integración”, no sin antes denunciar el término “islamofobia”, forjado por el Iran jomeinista.
En resumen, los gentiles dirigentes del CCIF profetizan su deseada islamización de Francia pero a la vez prohíben a los opositores deplorar sus intenciones.
Eso no impide que bastantes panfletarios compartan la constatación de Ivan Rioufol y se inquieten del abandono por Francia de sus propios valores. La excelecente Malika Sorel recuerda esta involución al fustigar un informe repleto de buenismo del consejero de Estado Thierry Tuot, y en el cual sugiere “adaptar más bien Francia a sus inmigrados que a la inversa”. En sus recomendaciones, este alto funcionario llega a mofarse de los derechos y deberes a los que debe estar sujeto todo ciudadano, de la propia ciudadanía y de la historia, las obras y la civilización francesa. En suma, de la patria y de la identidad como conceptos “desfasados“.
Así pues, teniendo en cuenta la mentalidad de estas élites oficiales, la Francia del mañana bien podría llegar a ser musulmana. Bastaría que la integración – preferida a la asimilación – siga condenada al fracaso, que la natalidad de las poblaciones inmigradas prosiga su crecimiento, que el antiracismo se obsesione con su persecución imaginaria de la bestia inmunda, que la dejadez en materia de seguridad se vea asociada constantemente con la problemática social [N.P.: identificar a la exclusión social como la única causa de la violencia y del rechazo a la integración por parte de cierta inmigración, cosa que no sucede con otras poblaciones inmigradas] y que los años pasen y al final todo venga rodado.
Pero no nos engañemos. La falta no está en los musulmanes o en esas comunidades con mayores veleidades que las del resto, más discretas y menos reivindicadoras. Desde hace más de 30 años, el individualismo ha posibilitado que toda idea de pertenencia a una nación, en los países occidentales, recoja todo tipo de críticas. La actual sociedad moderna nos dibuja el retrato de una historia nacional muy oscura, sometida a creencias atrasadas, propia de “sociedades irracionales” presas de sus instintos, y nos propone a cambio una “sociedad racional” alimentada con la nutritiva leche del relativismo cultural que permite reescribir su propio futuro.
Así pues, en esta sociedad moderna actual ya no hay transmisión de valores, de comunidad y de bien común, sino un enjambre de individuos atomizados. En ella, fruto de la desestructuración y de la individualización, la razón del más fuerte acabará siendo la mejor.
Y siendo así, ¿en el país de los múltiples derechos subjetivos a ultranza – para que cada individuo pueda gozar de su propio placer -, la voluntad no ignorable de una parte de la población que desea ver a Francia fiel al Islam, sería entonces menos legítima que la de esa otra parte de la población que reclama “matrimonio para todos” o “racismo para nadie”? [N.P: lemas estos últimos políticamente correctos, propios de la ideología de las élites mediáticas y políticas]
A menos, claro está, que nuestra historia, nuestra herencia o nuestra cultura tengan un sentido, lo que no parece reconocerse en la lógica biempensante que domina nuestra época, donde toda referencia no es más que la expresión de un determinismo social.
En los años que vienen nacerán partidos demócratas musulmanes tal como existen hoy en día partidos demócratas cristianos. Ellos propondrán una visión de Francia y nadie tendrá derecho a negarles la esperanza de imponérsela al resto, ni tampoco rechazar, si es propuesta con los útiles de esta democracia tan alejada de lo real, una Francia musulmana.
JA