Hamed Abdel-Samad es un politólogo germano-egipcio que hace unos días publicó en www.theglobalist.com un controvertido artículo con el título “La globalización y el colapso futuro del mundo islámico”. Su tesis principal es que Occidente tiene miedo equivocadamente del Islam. Es el Islam quien está aterrado, y con razón, con Occidente. En contra de lo que hubiera pensado Huntington y de lo que creen muchos políticos de ultraderecha, el Islam no es una religión en alza, sino una que está en una profunda crisis, que no sabe ofrecer respuestas a las grandes cuestiones del siglo XXI y que puede que incluso esté en el camino de salida. Muchas afirmaciones sobre una religión que siguen 1.400 millones de personas y que es la fe que ha tenido el mayor número de conversos en los últimos años.
El fundamentalismo musulmán no sería una reacción de fortaleza, sino de debilidad. No teniendo una respuesta creativa que ofrecer al desafío de Occidente y a los grandes problemas del siglo XXI, los fundamentalistas se habrían refugiado en el seno materno, que es la sociedad utópica e idílica que suponen que fue la Medina del Profeta. Es una reacción muy habitual en tiempos de mudanzas y estrés, buscar refugio en un pasado idealizado. No es casualidad que la tentación fundamentalista también se haya hecho sentir en el cristianismo y el judaísmo actuales: vivimos unos tiempos que son cualquier cosa menos cómodos y seguros. Tal vez la diferencia sea que en el cristianismo y el judaísmo la modernidad ha hecho tales avances, que los fundamentalistas saben que no pueden moldear la sociedad según sus valores y que tienen que conformarse con sobrevivir en el gueto que ellos mismos se crean.
El fundamentalismo musulmán ha buscado reislamizar la sociedades musulmanas y ha tenido éxito. Por ejemplo, los partidos islamistas tienen resultados muy pobres en las elecciones en la secular Indonesia, pero han conseguido definir el terreno de juego. Ningún politico musulmán que aspire a ganar puede permitirse que le vean que no respeta el Ramadán o que bebe alcohol. En todo el mundo musulmán, el uso del velo y del hijab se ha extendido. El escritor egipcio Naguib Mahfouz comentaba en los años 90 la sorpresa que le producía ver que chicas jóvenes adoptaban la misma indumentaria que él en su juventud asociaba con las pueblerinas ancianas. Es uno de los efectos de la reislamización de la sociedad.
Mientras que muchos ven un peligro en esa reislamización, Abdel-Samad la ve como “una reacción nerviosa ante la retirada” del Islam. No teniendo soluciones reales que aportar, los fundamentalistas se refugian en los símbolos: que las mujeres adopten tal indumentaria, que el Ramadán se respete universalmente, que no se beba alcohol…
Abdel-Samad desmonta el temor a la “bomba demográfica musulmana”. En su opinión, la pura demografía no es herramienta suficiente para determiner el destino del mundo en el siglo de la nanotecnología. Aparte de que el crecimiento demográfico puede ser un arma de dos filos para los propios países musulmanes, al generarse un ejército de jóvenes sin expectativas.
Aquí discrepo de Abdel-Samad. Puede que la demografía no sea un arma determinante en el siglo XXI, pero sigue siendo un arma muy importante. Si no lo fuera, no estaríamos tan preocupados con cuestiones como el envejecimiento de la población en Europa o la proporción de inmigrantes que existe en nuestros países. Ahí el capon a Abdel-Samad, pero también un capón para quienes se muestran demasiado alarmistas sobre la supuesta “bomba demográfica musulmana”. La natalidad ya ha empezado a descender en los países musulmanes y los inmigrantes musulmanes en Occidente tienden a tener menos hijos que quienes se quedan en sus países de origen. Es cierto que en general los musulmanes en Europa, al menos en esta generación, tienden a tener más hijos que los no-musulmanes y que ha habido un fenómeno de reislamización de las segundas y terceras generaciones. Pero las presiones de las casas pequeñas, los horarios y los bajos sueldos que obligan a ambos cónyuges a trabajar, acabarán haciendo que su patrones demográficos se acerquen a los de los no-musulmanes. No creo que vayamos a ver dentro de pocos años una Europa en la que el 30% de la población sea musulmana. En cuanto a la no asimilación de las segundas y terceras generaciones, hay que decir que es un problema para musulmanes y no-musulmanes. Los últimos veinticinco años han sido terribles en lo que se refiere a una redistribución de la riqueza equilibrada y a la movilidad social. Los jóvenes musulmanes de segunda y tercera generación han podido sentir justamente que no se les permitía ascender, pero es que a muy pocos se les ha permitido ascender.
Los fundamentalistas, no sabiendo qué respuesta dar a Occidente, habrían intentado aislar sus sociedades de las influencias externas, algo imposible en el siglo de internet. Además de imposible, resulta pernicioso, ya que corta a los países musulmanes de los intercambios de ideas científicas y tecnológicas. Un pequeño dato de hace unos pocos años: se traducen al español en un año más libros de los que se han traducido al árabe desde el siglo XV.
Donde Huntington veía un choque de civilizaciones, Abdel-Samad ve un choque de culturas dentro de la propia civilización islámica. Mientras unos se ven atraídos por el mensaje fundamentalista y tratan de reislamizar la sociedad, otros se sienten atraídos por el individualismo y la libertad occidentales y desean romper con los moldes caducos. El politólogo piensa que “una confrontación amarga se ha hecho inevitable.” No estoy seguro de que esta dicotomía sea tan aguda como la presenta Abdel-Samad. Pienso que hay una gran masa entre ambos extremos. Esa gran masa, no ve del todo con malos ojos una parte del mensaje fundamentalista, ya que les aporta seguridad y confort en un mundo cada vez más hostil.
Abdel-Samad afirma que allí donde la modernidad se ha introducido en el mundo islámico, ha sido en su escalón más superficial: la sociedad materialista de consumo. Pero no hay ganas de ir más allá. Los auténticos reformistas, como hubiera podido ser una Benazir Bhutto en Pakistán, tampoco han ido mucho más lejos que la introducción del sufragio universal. Pero votar por votar, sin una reforma de las instituciones y de la manera de pensar no lleva a ninguna parte. O sí que lleva, como muestran las recientes elecciones afghanas: lleva a un parlamento y unos órganos de poder que reproducen el tribalismo y el poderío de los señores de la guerra, que es a lo que la población está acostumbrada.
Abdel-Samad critica que los reformistas no se atrevan a enfrentarse directamente a los problemas de la cultura y la religión islámicas y no osen hacerse la pregunta del millón: “¿Es posible que haya una carencia fundamental en nuestra fe?” El gran problema de los reformadores musulmanes es que el Islam todavía no ha llevado a cabo la separación entre política y religión que se llevó a cabo en Occidente. A diferencia de Cristo, cuyo reino no era de este mundo, el reino de Mahoma sí que fue de este mundo. Mahoma gobernó Medina durante una década y sus experiencias como gobernante aparecen reflejadas aquí y allá en el Corán. Un politólogo musulmán no sólo puede disgustar al poder político y acabar en la cárcel; también puede disgustar al estamento religioso, que puede tacharlo de herético y dictar una fatwa en su contra. Los reformistas, según Abdel-Samad, están engañando a la población con palabras dulces, induciendo la creencia de que una adaptación superficial de unas cuantas instituciones occidentales resolverá el problema, de que no hace falta replantearse los fundamentos mismos del Islam.
Los desafíos en los próximos lustros serán numerosos. Masas de jóvenes a los que el sistema no consigue incorporar y que verán el fundamentalismo como la única salida; agotamiento del petróleo y necesidad de preparar desde ahora un nuevo modelo económico que no esté basado en el petróleo; unos sistemas educativos que se han quedado atrás; el cambio climático; el desafío de las formas de pensar occidentales, que seguirán penetrando por más que se las quiera parar. Abdel-Samad prevé una intensificación de los conflictos en el seno del mundo islámico. Afghanistán, Iraq, Argelia, Pakistán, Somalia y Sudán serían anticipos de lo que está por venir. Abdel-Samad realiza la siguiente predicción: “Muchos países islámicos se desplomarán y el Islam lo tendrá difícil para sobrevivir como idea política y social y como cultura.” Ello traerá una oleada migratoria desde esos países a Europa y EEUU, pero los recién llegados no podrán quitarse con facilidad la dicotomía ellos (Occidente)- nosotros (mundo islámico) en la que se han criado y ni las instituciones de los países de acogida ni los musulmanes ya afincados en ello lo tenderán sencillo para integrarlos.
Hay algo en el análisis de Abdel-Samad que me parece incompleto. Por un lado, la única solución que ve es que el Islam emprendiese un proceso similar al que el cristianismo realizó en su día con el Renacimiento, pero al mismo tiempo parece dudar de su capacidad para realizar ese proceso. ¿Es realmente posible un Renacimiento musulmán? Mi opinión en la próxima entrada.