LA GRAN BELLEZA
Título Original: La grande bellezza Director: Paolo Sorrentino Guión: Paolo Sorrentino, Umberto Contarello Fotografía: Lele Marchitelli Música: Luca Bigazzi Intérpretes: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio Distribuidora: Wanda Films Fecha de Estreno: 06/12/2013
Marcello Rubini, aquel periodista
al que daba vida Marcello Mastroianni en
La Dolce Vita de Fellini, se
encontraba perdido entre fiesta y fiesta. Deambulando por la noche, siguiendo
el ritmo de las celebridades que visitaban aquella Roma de los años 60, que era
la capital cumbre del estilismo europeo. Posiblemente, Jep Gambardella, el
protagonista de La Gran Belleza, al
que interpreta un inconmensurable Toni
Servillo, pasó su juventud sintiéndose fascinado por aquel glamour de la
alta sociedad. Viendo pasar cuerpos exuberantes como el de Anita Ekberg bañándose en La Fontana di Trevi, y viendo en ese
ensalzamiento del cuerpo la única respuesta a la belleza. Pero en ese final,
bastante poético, que Fellini se sacaba de la manga, nos hablaba de una
monstruosidad que estaba siempre presente durante su película. El realizador se
adelantaba a lo que ocurriría con la vida en la Italia en los años venideros.
Cincuenta años después de La Dolce Vita,
existen dos Romas. Por un lado tenemos la Roma más clásica, la de las
increíbles estructuras que parecen estar capitaneadas por ese impresionante Coliseo
romano que se asoma desde la terraza de Gambardella. Y por otro la Roma de
Berlusconi, la vulgar, heredera de aquella que mostraba Fellini, y que es la
que resuena al ritmo de la Carrá o We
Don't Speak Americano. Una Roma que se encierra en las fiestas que el
propio Gambardella da en su terraza cada noche entre snobs que se creen capaces
de entender el significado de la vida, mientras que el Coliseo observa atónito
desde el centro de la ciudad romana.
Entre medias existe una pregunta,
la misma que da el título a la película, la misma que se pregunta Jep y la
misma que se pregunta Sorrentino, y que todo ser humano se pregunta a sí mismo:
¿Dónde reside La Gran Belleza? Ya, desde el soberbio arranque de la película,
observamos que estamos hablando de una Roma de contrastes. Un grupo de turistas
japoneses observa las infraestructuras romanas, mientras que un coro canta
temas de resonancia angelical. Uno de los turistas se separa del grupo, observa
toda Roma a sus pies, y cae rendido al suelo observando toda esa belleza que es
incapaz de asimilar. Cae la noche, la música suena de manera atronadora, y no
podía ser más vulgar. Ahí se mezcla esa alta sociedad, esos personajes que son
tan Fellinianos, que creyendo conocer la respuesta a todo se dejan caer
rendidos ante la ordinariez de la fiesta, ante el divertimento más banal
ofrecido por las drogas y el alcohol. Acaba la fiesta, llega la mañana y Jep
pide a su criada que le despierte a las tres. Con ella y con la directora de su
revista, son con las únicas personas con las que tiene una relación humana. Una
directora que además es una enana, como bello contraste a esa alta sociedad,
esa élite a la que pertenece Gambardella. Dos personajes que parecen salidos de
una obra de Browning, pero que son los más reales de la película, más que el
propio Gambardella.
Porque Gambardella tiene sesenta
y cinco años, hace cuarenta años que escribió una novela, y no ha vuelto a
realizar nada más que entrevistas. Se encuentra perdido por completo, como si
todavía fuera un niño que renuncia a crecer, sintiéndose satisfecho simplemente
con lo que ha elegido vivir. Pero es entonces cuando se da cuenta de que apenas
tiene tiempo para creer en el futuro y que necesita volver a la nostalgia para
comprender el significado de su vida, cuando todo empieza a centrarse en esa
búsqueda de La Gran Belleza. El arte es quizá el símbolo en el que más enfatiza
en la película. De nuevo vuelven los contrastes, los de la Roma clásica, con
esa Fontana Di Trevi alrededor de la cual Gambardella pasea en mitad de la
noche con una mujer de exuberante belleza "quirofantástica", con la
que sólo desea acostarse. Enfrentando directamente a la inmensa estupidez que
rezuman actos de supuestos post-modernos que esa élite observa con perplejidad.
Una mujer desnuda, con un martillo y una hoz pintados en su vello púbico
empotrándose contra una pared. Una niña cabreada tirando botes de pinturas
contra una lona blanca. Mil interpretaciones y una sola pregunta que pasa por
la mente del protagonista, ¿qué significado tiene todo esto?
Gambardella busca comprender su
mundo, un mundo lleno de cinismo y mentiras. Una compañera habla de lo duro que
es para que ella la maternidad y de los sacrificios que tiene hacer por
mantener a sus hijos. Entonces el protagonista le tira toda esa hipocresía en
la cara, ¿qué sacrificio existe cuando no hay tiempo ni de ver a tus propios
hijos? ¿Cómo un ser humano puede comprender su vida, renunciando a ella? Poco a
poco Gambardella va siendo consciente de su soledad, la muerte le tiene que
rodear para que se percate de ello, y su mirada sobrecoge. De repente el
protagonista se percata de que es un hombre de sesenta y cinco años, que ya no
es el niño que deseaba ser, es un ser solitario que es incapaz de entender el
significado de todo lo que ha vivido, que observa alrededor y no entiende nada
de lo que ve. Se encuentra completamente perdido y es incapaz de hallar
respuestas, se acerca a un mago y le pregunta si sabe la forma de hacerle
desaparecer. Y sus palabras estremecen, porque de repente todo comienza a tener
sentido.
Y Gambardella empieza a buscar el
sentido de esto. Italia ha sido siempre un país de ferviente tradición
católica, a buen seguro que incluso el protagonista, pese a todos sus excesos,
sea un hombre cristiano. La aparición de una monja misionera de 103 años, que
apenas abre la boca (ya que tampoco siente que tenga nada interesante por lo
que hablar), hace cobrar mayor sentido a su vida. Una monja, que cuando habla
por primera vez, deja perplejos a todos los que la rodean por la fuerza que
emanan sus palabras. Su visita, a su avanzada edad, se debe principalmente a la
necesidad de redimirse por completo con un acto de tal sufrimiento como subir
unas escaleras de rodillas. Y no es la fe lo que le hace comprender a
Gambardella, algo que se encuentra intrínseco en él, si no el entendimiento de
que para poder encontrar esa belleza que con tanto ahínco busca, incluso
mirando al techo de su habitación para ver el mar proyectado desde su
imaginación, sólo se encuentra mirando atrás. De poco sirve quedarse en el
presente sin querer crecer, inyectándose botox para evitar esas arrugas que son
las únicas que son capaces de marcar el paso del tiempo. Y es que al fin y al
cabo, estos personajes son los mismos a los que hacían referencia los Red Hot
Chili Peppers cuando hablaban de la decadencia de la alta sociedad en
California, "pagando muy bien a su
cirujano para que rompan el encanto de envejecer"
Todo lo que durante cuarenta años
ha vivido Gambardella, desde la publicación de su novela, no le ha servido para
nada. Porque esa búsqueda de la gran belleza, tan necesaria en él para
comprender su propia existencia, se ve reducida al no haber sido capaz de
entenderla cuando la tenía frente a sus ojos. Así, la muerte es lo único capaz
de llevarle a comprender que la gran belleza se encuentra en una playa, ante
los ojos de un primer amor. Que toda vida su reduce simplemente a ese pequeño
detalle, que en cierto momento pudo pasar inadvertido ante sus ojos. Porque
Sorrentino, habla, al fin y al cabo, de que La Gran Belleza se encuentra a
nuestro lado sin que nos demos cuenta, y nos la representa con un hermosísimo
plano secuencia final que recorre el río Tíber. No sabemos cuanta vida le
quedará a Gambardella, a sus sesenta y cinco años es posible que se siga
sintiendo joven, quizá espiritualmente nunca haya envejecido, pero la necesidad
de buscar sentido a su vida y a la vez encontrarlo, también nos habla de que
el personaje, por fin, se muestra completamente preparado para morir. Porque
Gambardella es una Roma moribunda, perdida en la esperpéntica herencia de
Berlusconi, que pide a gritos la necesidad de mirar atrás en su larga historia,
para encontrar la belleza en cada uno de esos rincones que tan sólo los
turistas parecen saber apreciar, mientras que esa alta sociedad, que vive
perdida en su esnobismo, se ciega ante aquellos sinsentidos a los que
imperiosamente necesitan dotar de significado.