Revista Expatriados
La historiadora Yasmin Khan escribió “The Great Partition. The making of India and Pakistan” con la intención de ofrecer una visión omnicomprensiva de la Partición, insistiendo mucho en el elemento humano, en cómo la vivió la población. El resultado es un libro que se asemeja más a un reportaje periodístico que al tradicional libro de Historia. Khan intenta narrar el proceso desde los dos polos: el de los decisores y el de quienes sufrieron las decisiones. Desgraciadamente el segundo de los polos pesa mucho más que el primero. El Virrey Mounbatten, Jinnah y Nehru aparecen aquí y acullá, pero no hay una descripción rigurosa ni exhaustiva de las discusiones y negociaciones que realizaron y creo que no la hay porque lo que interesaba a Khan era el primero de los polos.
El libro se lee con la facilidad con la que se leen los buenos reportajes periodísticos. En un párrafo te cuenta cómo los bienes del Raj británico se repartieron en una proporción de 80% para la India y 20% para Pakistán y en el siguiente te presenta una de las listas que se hicieron para efectuar ese reparto, en concreto en el Ministerio de Sanidad. La puntillosa burocracia india fijó hasta el número de candados, lupas y papeleras del Ministerio que corresponderían a cada uno de los dos nuevos Estados. En otro cuenta cómo se desveló el 17 de agosto, dos días después de la independencia cuál sería la frontera entre los dos Estados y para mostrar las dificultades que tuvieron muchos para asimilar que el país se había dividido trae a colación a Kuldip Nayar, que recuerda cómo un campesino musulmán fue de su pueblo a Lahore para consultar con su abuelo que era abogado. Cuando llegó descubrió que se había ido. No era consciente de que la Partición ya había tenido lugar, que Lahore había caído en Pakistán y que los hindúes se habían marchado. Estos detalles son entretenidos y hasta ilustrativos, pero uno siente que la suma de muchos pequeños detalles no basta para hacer un buen libro de Historia, que los árboles en este caso no dejan ver el bosque.
Y es una pena, porque Khan aporta ideas originales sobre la Partición, que me hubiera gustado ver más desarrolladas. Por ejemplo, afirma que no había consenso entre los musulmanes indios sobre cómo debería ser ese Pakistán por el que estaban luchando. Que sería un Estado laico y progresista es algo que sólo figuraba en la cabeza de Jinnah, como se vería luego. También, en general, los musulmanes confiaban en un Pakistán de mayor tamaño que el que finalmente les fue adjudicado. Incluso había algunos ilusos que pensaban que les adjudicarían el norte de la India con Delhi incluida, de manera que el Pakistán Oriental y el Occidental estarían unidos por vía terrestre. Una curiosidad es que muchos pensaron que la división sería transitoria, que a la postre Pakistánvería que no era viable o que ambos países adoptarían algún tipo de acuerdo para reunificarse en un régimen federal o confederal. No sabían que en política a menudo lo que parece más transitorio acaba eternizándose y si no, hay tenemos el sistema autonómico español, que nació para salir del paso en una coyuntura difícil en la que se quería impedir que los nacionalismos vasco y catalán hicieran descarrilar la transición democrática, y ha acabado convirtiéndose en algo permanente e inamovible. Otra de las ideas es que el nacionalismo que provocó la Partición fue un movimiento básicamente urbano y de clases medias, mientras que quienes más sufrieron los progroms y se vieron forzados a emigrar fueron los habitantes del campo. O sea, lo de siempre, que los más desfavorecidos son quienes acaban sufriendo las consecuencias de las pajas mentales de los favorecidos.
Khan es bastante crítica con los británicos. Tras la II Guerra Mundialel Imperio británico estaba en bancarrota y no tenía ni los recursos ni la voluntad necesarios para mantener la lucha. Habíaentendido que su presencia en la India era ya insostenible y, por consiguiente, buscó abandonarla lo antes posible y al menor coste posible. A finales de 1946 los británicos se habían dado el plazo de año y medio para dividir el país y retirarse. Pues bien, ese plazo que ya era un poco justo, el último Virrey, Lord Mountbatten lo redujo a su mínima expresión: el 3 de junio de 1947 anunció que los británicos se retirarían del país para el 15 de agosto. Además de retirarse a toda velocidad, lo hicieron con mal estilo: dado que no querían problemas ni costes adicionales, no hicieron nada para frenar las matanzas intercomunales, que fueron especialmente graves en el Punjab y en Bengala. Entre 200.000 y un millón de indios perecieron en las masacres, estando la cifra real posiblemente más cerca de la segunda de estas cifras. Tal vez si hubiera muerto una decena de ingleses en el proceso, la actitud de la potencia colonial habría sido distinta. También sucedió que, como sabían que la delimitación de la frontera entre los dos nuevos Estados iba a generar mucho malestar, no la hicieron pública hasta el 17 de agosto, esto es, hasta dos días después de que se hubieran marchado. Por cierto que cómo se delimitó la frontera daría para una entrada por sí solo: lo hizo un tal Cyril Radcliffe, quien nunca había puesto sus pies en la India y que tuvo a gala trabajar sobre la base de documentos sin visitar el terreno, porque pensaba que así sería más imparcial. Imparcial no sé, pero que la cagó en numerosos distritos… Por decirlo con palabras de la propia Yasmin Khan: “La línea zigzagueaba precariamente por tierras de cultivo, cortaba a las comunidades de sus sitios sagrados de peregrinación, no se preocupaba por las líneas de ferrocarril ni por la integridad de los bosques, divorciaba las plantas industriales de las zonas agrícolas donde crecían las materias primas…” Khan concluye con un juicio que se queda corto: “En resumen, la línea Radcliffecreó un arreglo geográfico que habría sido difícil de gestionar en el mejor de los casos, incluso si todas las partes hubiesen estado de acuerdo.”
Aunque sea crítica con los británicos, Khan les culpa más por cómo efectuaron la Partición que por la Partición en sí. De hecho, afirma que la Misión del Gabinete que visitó la India en la primavera de 1946 estuvo a punto de conseguir un arreglo que hubiera evitado la Partición. Lo que falló al final fue la falta de confianza entre el Partido del Congreso y la Liga Musulmana. Khanno compra las tesis de que los británicos buscaron la Partición desde comienzos de los años cuarenta para castigar a los indios y asegurarse de que al menos en parte del subcontinente tendrían una suerte de Estado vasallo que garantizaría el enlace entre el resto de sus colonias en Asia y el Mediterráneo.
En el epílogo, Khan destaca aquello con lo que quisiera que nos quedáramos: 1) La Partición no fue inevitable. Otras soluciones habrían sido posibles; 2) El caos y la violencia que la acompañaron fueron mayores de lo que los políticos habían anticipado y tienden a ser subestimados desde la tranquilidad del presente. Ese caos y esa violencia estuvieron a punto de dar al traste con los dos nuevos Estados. De hecho uno puede preguntarse si Pakistán alguna vez llegó realmente a superarlos; 3) En parte, las imágenes actuales que tienen de sí mismos la India y Pakistán proceden del tumulto de la Partición.
Interesantes conclusiones de un libro que se lee con mucha facilidad, pero que deja la impresión de que se ha dejado muchas cosas en el tintero. Y es que hasta el mejor de los reportajes periodísticos tiene sus limitaciones para explicar una historia complicada.