En 1885 Lord Randolph Churchill era un hombre que sentía que el tiempo se le estaba acabando. Tenía 36 años y aspiraba a llegar a ser un día Primer Ministro, pero sospechaba que no le quedaba mucho de vida, tal vez quince años más con suerte. Cuatro años antes había tenido un fuerte ataque de algo que entonces diagnosticaron como sífilis, aunque es posible que se tratase de un tumor cerebral.
Cuando en 1885 los conservadores llegaron al poder, al Primer Ministro Lord Salisbury no le quedó más remedio que encontrarle una cartera al venado de Randolph, que había jugado un papel importante en la victoria. A Lord Salisbury no se le ocurrió otra cosa que darle el puesto de Secretario de Estado para la India. Lección política número uno: a un venado megalómano, con ganas de gloria, nunca le des nada que tenga que ver con la política exterior, porque seguro que te monta una guerra. Por cierto que Lord Salisbury tendría ocasión de arrepentirse de su decisión. Cierto día un amigo mostraba su simpatía por las dos pesadas cargas de las que tenía que ocuparse Lord Salisbury y que eran el Primer Ministerio y el Ministerio de Asuntos Exteriores. Lord Salisbury le replicó que se equivocaba, que sus cargas eran cuatro; de menor a mayor eran el Primer Ministerio, el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Reina y Lord Randolph Churchill.
Poner en manos de Lord Randolph la Secretaría de Estado para la India fue como haber dado una automática a un psicópata y haberlo soltado en un centro comercial. Lord Randolph sólo tenía que rendir cuentas al Primer Ministro, no al Parlamento. Prácticamente nadie controlaba sus comunicaciones con el Virrey británico en Calcuta. Pronto hizo de los asuntos de la India su feudo personal en el que nadie estaba autorizado a interferir. Tanto es así, que se cogió un rebote de aúpa cuando se enteró que la Reina había preguntado al Primer Ministro y al Virrey si podían colocar a un sobrino suyo al frente de la Presidencia de Bombay. ¡La Soberana había invadido sus dominios! Tuvo suerte la Reina Victoria con que Lord Randolph no la sacase a capones de Buckingham Palace o la mandase copiar cien veces “no me meteré donde no me llaman.”
En el momento en el que se hizo cargo de la Secretaría de Estado de la India, estaba en todo su auge lo que se ha denominado el Gran Juego, la lucha entre el Imperio Británico y el zarista por ampliar sus respectivas esferas de influencia en los terrenos que van del Asia Central al Indo. Lord Randolph se entregó con pasión al Gran Juego. Empezó a dar discursos alarmistas sobre la amenaza rusa sobre el Raj indio. Ordenó el aumento de los efectivos del Ejército de la India en 30.000 efectivos. Pidió al Virrey en la India que hiciese planes para marchar sobre Kandahar en Afghanistán. Sugirió al Primer Ministro que Gran Bretaña se concertase con Alemania en Persia para frenar allí al Imperio zarista (casi, si le dejan hacer, provoca el estallido de la I Guerra Mundial con treinta años de antelación y distintas alianzas). Llegó a proponer que la Secretaría de Estado de la India se encargase también de las relaciones con Persia y China y que Calcuta se convirtiese en una suerte de centro neurálgico de Asia. De todos estos planes iluminados, el único que llegó a concretarse fue el de conquistar Birmania.
A finales del siglo XVIII Birmania era un gran imperio. Los birmanos estaban tan crecidos que empezaron a expandirse hacia el oeste y allí tuvieron los primeros roces con los británicos que estaban haciendo lo mismo en la India. La tensión entre ambos imperios llevó al estallido de la Primera Guerra Anglo-Birmana (1824-26), en la que los británicos obligaron a los birmanos a cederles todas sus recientes conquistas en el oeste, así como la provincia costera de Tenasserim. La Segunda Guerra Anglo-Birmana (1852-53) fue provocada por los británicos con unas excusas muy endebles. En ella los británicos ocuparon la provincia de Pegu. Este hecho tuvo consecuencias muy serias para lo que quedó de Birmania: no sólo perdió su acceso al mar, sino que perdió la provincia que producía el arroz del reino.
En 1853, tras la Segunda Guerra Anglo-Birmana, subió al trono de Birmania el Rey Mindon. Mindon tenía claro que si Birmania iba a sobrevivir, sería modernizándose. A pesar de las perradas que les habían hecho, Mindon admiraba al Imperio británico y ése era el modelo que lejanamente inspiró sus reformas. Mindon albergaba la esperanza de que si era buen chico y reformaba el país los británicos les devolverían el sur del país. Eso era no conocer a los británicos.
Mindon estaba lleno de buenas intenciones y sus reformas tenían sentido. Pero tuvo que enfrentarse a la oposición de los sectores conservadores de la Corte de Mandalay y a la desastrosa situación financiera del reino.
La situación financiera del reino era imposible al haber perdido las provincias del sur. El norte era deficitario en alimentos, lo que obligaba a importar arroz del sur. Por otra parte, el rey y muchos nobles habían extraído de sus feudos en el sur una buena parte de sus ingresos. Ahora el rey se encontró con que no podía recompensar a los nobles y pagar a sus empleados concediéndoles el usufructo de fincas, sino que tenía que pagarles en metálico o en arroz, que había que importar. Para colmo, en los años siguientes a la guerra se produjo una fuerte emigración de campesinos birmanos del norte al sur ocupado por los británicos, donde las oportunidades eran mayores al estarse desbrozando nuevas tierras.
La solución para este dilema económico parecía ser la de imbricarse en el comercio internacional para obtener allí el numerario necesario para hacer frente a los gastos de la administración e importar el arroz necesario. Dada la situación geopolítica del país, esta vía implicaba el peligro de que la economía quedase en manos de los intereses británicos, que tenían los capitales y el control de los mercados, así como el apoyo del Ejército de la India, si hacía falta. Mindon tenía como objetivo primordial que Birmania recuperase soberanía y fuese admitido como miembro de pleno derecho en la comunidad de naciones. Para ello estimaba que mantener buenas relaciones con el Imperio Británico era imprescindible. Ingenuamente creyó que si realizaba concesiones comerciales y favorecía a los comerciantes británicos, las relaciones mejorarían y conseguiría esos objetivos. No se dio cuenta de que estaba poniendo las bases de la sujeción económica de Birmania a los intereses británicos y a su eventual absorción por el Imperio.
En 1862 firmó un tratado comercial con el Imperio Británico, que redujo las tarifas aduaneras en el comercio entre Birmania y el Imperio. Más importante todavía: otorgó a los comerciantes británicos privilegios especiales y el derecho a moverse a sus anchas por el río Irrawaddy. Los británicos se dieron enseguida cuenta de que, además de sus oportunidades de negocio, Birmania ofrecía una puerta muy interesante a los mercados chinos. Aún estaba fresca la tinta del tratado y ya había británicos planteándose que a medio plazo tendrían que anexionarse Birmania, para asegurarse que ninguna otra potencia interfiriera en lo que habían empezado a ver como su esfera exclusiva de influencia.
En 1867, aprovechándose de que el reino estaba debilitado como consecuencia de la rebelión de Myingun, los británicos impusieron a Mindon una serie de concesiones, tales como la eliminación de varios monopolios estatales, nuevas reducciones tarifarias, inmunidad para los súbditos británicos en el país y la necesidad de obtener aprobación del Comisario para la Birmania Británica para la adquisición de armamento.
En los años siguientes, al tiempo que exploraban las posibilidades de negocio con China a través de Birmania, los comerciantes británicos, con apoyo oficial, empezaron a agitar a las etnias chin y shan que vivían en las áreas fronterizas. Cuanto más débil fuera la autoridad de Mandalay en esas zonas, más fácil lo tendrían ellos para penetrar en ellas.
Para comienzos de la década de los 70, los británicos habían conseguido colonizar la economía birmana y hacerla producir en función de las necesidades de la India británica. También habían conseguido entrar en relaciones directas con los productores birmanos sin casi intervención del estado birmano y sin temor a la competencia de comerciantes de otras naciones.
En septiembre de 1877 murió Mindon y le sucedió Thibaw, un joven de 20 años que más que reinar se dejó llevar por los acontecimientos. Y lentamente se fue formando la tormenta perfecta. El reinado de Thibaw se vio afectado por querellas distintas entre los reformistas y los conservadores, querellas que se llevaron por delante a una buena parte de la familia real y a algunos nobles. A título indicador: de los 48 hijos que dejó Mindon a su muerte, para 1885 sólo sobrevivían 17. La situación financiera no dejó de empeorar y el gobierno no sabía cómo allegar más recursos: la presión británica hacía imposible un incremento de las tarifas aduaneras o el restablecimiento de los monopolios estatales y la agitación en el campo y la creciente autonomía de las etnias fronterizas hacía muy peligrosa una subida de impuestos. Los shan, cuyos estados eran muy ricos en madera, se hicieron semiindependientes con el apoyo subrepticio de los británicos. La presión iba subiendo y hubo tres elementos que llevaron finalmente a la guerra de 1885.
El primero fue el intento birmano de contrapesar a los británicos, buscándose otras alianzas. A comienzos de 1885 una embajada birmana visitó Paris con el fin de firmar un tratado de amistad y de atraer al país a los hombres de negocios franceses. El segundo fueron los comerciantes británicos, que habían llegado a la conclusión de que lo mejor para sus intereses era que el país fuese administrado directamente por el Imperio británico para no depender de los vaivenes de la política nativa. El tercero fue Lord Randolph Churchill.
Desde hacía un par de años la Cámara de Comercio de Rangún y otros varios grupos de presión británicos habían estado haciendo lobby en favor de la anexión de Birmania. Habían tenido un éxito moderado en su campaña hasta que dieron con Lord Randolph. Lord Randolph andaba buscando una guerra que declarar porque, como él mismo decía “un gobierno nunca deja de conseguir un cierto beneficio de una operación militar exitosa.” Con su demagogia acostumbrada comenzó a pintar un cuadro negrísimo en el que los franceses arrebataban Birmania a los británicos y los rusos estaban al acecho para abalanzarse sobre la India británica.
La excusa para la guerra fue la disputa entre el gobierno birmano y la Bombay Burma Trading Company a la que el primero acusó de haber talado árboles fuera del área que tenía concedida y no haber reportado esos ingresos ilegales. Los británicos exigieron que los birmanos aceptaran un árbitro británico para que resolviera el contencioso; es decir, estaban diciendo que no se fiaban de la justicia birmana en su propio país. Los birmanos se negaron y los británicos les echaron un órdago a grande: tenían que aceptar un nuevo residente británico en Mandalay, debían suspender cualquier acción contra la Bombay Burma Trading Company en tanto no se hubiera incorporado el nuevo residente, tenían que entregar a los británicos el control sobre sus relaciones exteriores y debían dar facilidades a los británicos para el desarrollo del comercio entre Birmania y China. El ultimátum equivalía a decirles a los birmanos: o renunciáis a vuestra independencia por las buenas u os la quitaremos por las malas. Los birmanos optaron por lo segundo.
La guerra fue rápida. El Ejército birmano estaba anticuado, gracias a que los británicos les habían impedido la adquisición de armamento moderno en el extranjero, y no fue rival para los británicos. Incluso parece que algunos en la corte birmana pensaban que la victoria británica sería un mal menor; pensaban que los británicos se contentarían con deponer a Thibaw y colocar a algún príncipe afecto en el Trono. Posiblemente eso es lo que habría ocurrido si la decisión la hubiese tomado Lord Salisbury. Desgraciadamente quien estaba al frente del asunto era Lord Randolph a quien se le había puesto entre ceja y ceja ofrecer la anexión de Birmania como regalo de Año Nuevo a la Reina Victoria.
A pesar de ese regalo tan bonito, el 1 de febrero de 1886 Lord Randolph fue cesado como Secretario de Estado para la India. Lord Salisbury pudo dormir tranquilo en lo sucesivo. Fue una pena para los birmanos que el cese llegase demasiado tarde para ellos.