Revista Cultura y Ocio

La historia del conejo fantasma

Publicado el 01 marzo 2018 por Biblioteca Virtual Hispanica @BVHispanica

Richard Adams
No hay hombre ni oveja en estos parajes que use el pozo de los gemidos, ni que lo haya usado en todos los años que llevo aquí.M. R. James, Wailing Well
De los cuatro efrafanos que se rindieron en el ruinoso Panal ante Quinto la mañana de la derrota de Vulneraria, tres llegaron pronto a ser muy apreciados por Avellano y sus amigos.Hierba Cana, que poseía incluso mejores dotes de patrullero que el mismo Negroso, fue, a pesar de su devoción por el general, una valiosa incorporación a la madriguera. Mientras que Cardo, por su parte, libre de la disciplina de Éfrafa, resultó ser un conejo divertido y agradable.La excepción fue Tusílago. Nadie sabía qué pensar de él. Era un conejo austero y silencioso, cortés con Avellano y Pelucón, pero decididamente brusco en sus tratos con los demás. Y tampoco parecía hacerse mucho con sus compañeros de Éfrafa. Durante silflay, siempre se le veía a muchos metros de los demás y, ciertamente, a nadie se le hubiera ocurrido pedirle que contara una historia.Un día, cuando Pelucón se quejaba de «ese tipo apestoso con una cara más larga que el pico de un grajo», Avellano aconsejó que lo dejaran tranquilo, pues eso era lo que parecía querer, y que esperaran a ver qué pasaba más adelante, cuando se acostumbrara a la nueva madriguera.Campanilla, al cual se pidió que dejara de hacer chistes a su costa, hizo notar que su mirada plañidera le recordaba a una vaca en medio de la lluvia.Durante la primera parte del invierno que siguió a aquel trascendental verano, el tiempo fue muy benigno. Noviembre trajo consigo muchos días de sol. Aparecieron las diminutas florecillas de la pamplina y el pan y quesillo, e incluso aquí y allá, colina abajo, se abrieron los brotes de los fresnos y pudieron verse los estilos de color rojo oscuro en las ramas de las juncias.Kehaar apareció un día, para regocijo general, y trajo consigo a un amigo, un tal Lekkri, cuya manera de hablar, según palabras de Plateado, estableció un récord de ininteligibilidad. Por supuesto, Kehaar no sabía nada de lo sucedido desde la mañana que siguió a la fuga de Éfrafa. Escuchó la historia de labios de Diente de León una tarde ventosa y nublada, mientras las hojas de las hayas volaban en remolinos y la hierba se agitaba. Cuando concluyó, dijo al perplejo narrador que el gato de Nuthanger era «muy ruin que mucho cormorán», opinión con la que Lekkri se mostró de acuerdo con un graznido chirriante que hizo que un conejo joven que había por allí diese un bote y corriera en busca de su agujero.A menudo, en las mañanas despejadas, podía verse desde la pendiente norte de la colina la figura blanca de las dos gaviotas, que bajaban a buscar comida y resaltaban bajo la luz del sol sobre los campos arados, en los que el trigo de la siguiente temporada empezaba a madurar.Una tarde, hacia fin de mes, Negroso se llevó con él a Escabiosa y Threar (el hijo de Quinto) a un asalto de entrenamiento al huerto de Laddle Hill House, alrededor de un kilómetro y medio hacia el oeste. («A dar un pequeño toque», como dijo él.) A Avellano le inquietaba que los más jóvenes fueran tan lejos, pero dejó que fuera Pelucón, como capitán de la Owsla, el que tomara la decisión (y no difirió mucho del «Que l’enfant gagne ses éperons», de Enrique III en Crécy, por cierto). No habían regresado aún cuando el sol empezó a ponerse. Avellano escudriñó el paisaje en compañía de Pelucón hasta que la oscuridad impidió que pudieran ver nada, y bajó al Panal inquieto.-No te preocupes, Avellano-rah -le dijo Pelucón alegremente-. A lo mejor Negroso ha decidido hacerles pasar la noche fuera para que conozcan la experiencia.-No es eso lo que dijo -respondió Avellano-. No recuerdas que dijo que…Justo en ese momento oyeron ruido de pasos que venía del corredor de Kehaar y, tras unos instantes, aparecieron los tres expedicionarios, cubiertos de barro y cansados, pero por lo demás, ilesos.Todos se sintieron aliviados y complacidos. Sin embargo, Escabiosa, que parecía bastante abatido, se limitó a tenderse en el suelo allí mismo.-¿Por qué habéis tardado tanto? -preguntó Avellano con brusquedad.Negroso no dijo nada. Tenía la expresión de alguien reacio a hablar mal de sus subordinados.-Fue culpa mía, Avellano-rah -dijo Escabiosa sacudiéndose-. He tenido… una mala experiencia en la colina, cuando volvíamos. No sé qué pensar de lo que me ha pasado. Negroso dice…-Jovenzuelo estúpido -le interrumpió Negroso-. Lo que pasa es que ha escuchado demasiadas historias. Mira, Escabiosa, ya estás en casa, ¿no? ¿Por qué no lo dejamos ahí?-¿Qué ha pasado? -preguntó Avellano con un tono más afable.-Cree que ha visto el fantasma del general en la colina -dijo Negroso con impaciencia-. Le he dicho…-¡Pero es que lo he visto! -insistió Escabiosa-. Negroso me ordenó que me adelantara para inspeccionar unos arbustos, y cuando estaba allí solo lo vi. Una figura completamente negra… enorme, grande… igual que en los cuentos…-Y yo te digo que era una liebre -volvió a interrumpirle Negroso algo molesto-. ¡Frith en una vaca! Yo mismo lo vi. ¿Es que crees que no sé el aspecto que tiene una liebre? No conseguí hacer que se moviera hasta que le di una patada -le susurró a Pelucón-. Estaba tharn…-Era un fantasma -insistió Escabiosa, aunque con menos convicción-. El fantasma de una liebre, quizá…-Yo nunca he visto el fantasma de una liebre -terció Campanilla-, pero la otra noche casi veo el fantasma de una pulga. Digo yo que sería un fantasma, porque me levanté más picado que una pimpinela y por más que busqué, no pude encontrarla. Imaginaos, esa horrible pulga fantasma, toda blanca y reluciente…Avellano se había acercado a Escabiosa y estaba hocicándole el hombro gentilmente.-No era un fantasma, Escabiosa, ¿lo entiendes? No he conocido en mi vida un solo conejo que haya visto un fantasma.-No es cierto -dijo una voz desde el otro lado del Panal. Todos se volvieron sorprendidos. Era Tusílago el que había hablado. Estaba solo, sentado en un hueco que había entre dos raíces. Su acostumbrado silencio y aquella posición parecían darle un aire diferente, le conferían una especie de distancia, de autoridad, y hasta Avellano, que había querido tranquilizar a Escabiosa, calló, esperando a que continuara.-¿Quieres decir que tú sí has visto un fantasma? -preguntó Diente de León, que podía oler una historia. Pero no había necesidad de que insistieran. Ahora que había encontrado la ocasión, Tusílago habló. Al igual que el antiguo marinero, Tusílago conocía a su audiencia, y sabía que era menos reacia, pues, bajo aquel oscuro impulso, el Panal entero guardó silencio y escuchó sus palabras.-No sé si todos sabéis que no soy de Éfrafa. Yo nací en el bosquecillo de Nutley, en la madriguera que el general destruyó. En aquel entonces formaba parte de la Owsla, y hubiera luchado como el que más. Pero da la casualidad de que estaba silflay bastante lejos cuando el ataque se inició, y me hicieron prisionero en seguida. Me asignaron a la marca del Cuello, como podéis ver, y el último verano me escogieron para el ataque a la colina de Watership.»Aunque todo esto no tiene nada que ver con lo que le he dicho a vuestro conejo jefe hace un momento -dijo, y calló.-Bueno, ¿y? -preguntó Diente de León.-Había un lugar al otro lado de los campos, no muy lejos del bosquecillo de Nutley -continuó Tusílago-, una especie de valle arbolado, pequeño y cubierto de malezas y espinos… eso nos decían siempre, y lleno de viejos agujeros de conejo. Estaban vacíos y fríos, y ningún conejo de la madriguera se hubiera acercado allí ni aunque le hubieran perseguido hrair comadrejas.»La historia había ido pasando de generación en generación durante sabe Frith cuánto tiempo, y lo único que sabíamos era que algo muy malo les había sucedido a los conejos de aquella madriguera hacía mucho tiempo, algo relacionado con hombres, o chicos, y que el lugar estaba encantado y lleno de espíritus malignos. Todos los que estaban en la Owsla lo creían, y el resto de los conejos también, por supuesto. Que nosotros supiéramos, ningún conejo había agitado la cola allí en vida de nadie, ni mucho antes, aunque algunos decían que al anochecer o en las mañanas en que bajaba la niebla podían oírse chillidos que venían de allí. La verdad es que no era algo que me quitara el sueño. Yo me limitaba a hacer como los demás, me mantenía alejado.»Durante mi primer año, cuando aún era considerado un vagabundo en la madriguera, lo pasé bastante mal, igual que dos o tres amigos que tenía. Y el caso es que un día decidimos marcharnos y buscar un sitio mejor. Había otros dos machos conmigo, mi amigo Estelaria y un conejo muy tímido llamado Festuca. También había una hembra. Creo que se llamaba Mian. Partimos un día bastante frío de abril, alrededor de ni-Frith.Tusílago hizo una pausa. Estuvo un rato mascando sus bolitas, como si meditara sus palabras, y entonces continuó:-Aquella expedición fue un desastre. Antes del anochecer, el frío se hizo insoportable y empezó a llover a mares. Nos topamos con un gato que iba de caza y suerte tuvimos de escapar. Éramos muy inexpertos, no teníamos ni idea de adónde queríamos ir, y no tardamos mucho en perder toda orientación. No podíamos ver el sol, claro, y cuando llegó la noche tampoco pudimos guiarnos por las estrellas. Y luego, por la mañana, un armiño nos descubrió, un armiño muy grande.»No sé cómo lo hacen, no he vuelto a ver ningún otro desde aquel día, pero lo cierto es que allí nos quedamos los tres, sentados, indefensos, mientras aquel animal mataba a Mian. La pobre no hizo el menor ruido. Conseguimos salir de allí de alguna forma, pero Festuca estaba muy mal, y no dejaba de llorar, pobre tipo. Al final, poco antes de ni-Frith del segundo día, decidimos volver a la madriguera.»Pero era más fácil decirlo que hacerlo. Supongo que estuvimos andando en círculos mucho tiempo. El caso es que, para cuando empezó a anochecer, seguíamos tan perdidos como antes, y avanzábamos con dificultad, completamente desesperados. Entonces, de pronto, me encontré en una pendiente, atravesé un zarzal y vi que había un conejo delante de mí, muy cerca, un extraño. Estaba silflay, comiendo entre la hierba, y vi su agujero y varios otros más atrás, al otro lado del pequeño valle en el que estábamos.»Me sentí contento y aliviado, y estaba a punto de hablarle cuando algo me impulsó a detenerme. Fue entonces cuando me detuve y lo miré, cuando comprendí dónde debíamos de estar.»El poco viento que había me daba de cara. Mientras pacía, el conejo se detuvo a hacer hraka, a pocos metros de mí, pero no me llegó ningún olor, nada, ni la más ligera señal. Habíamos aparecido delante de él, abriéndonos paso a trompicones entre las zarzas, y no levantó siquiera la vista, no hizo el menor ademán de habernos visto. Y entonces vi algo que me asusta incluso ahora. Una moscarda muy grande se le puso en un ojo, pero él no parpadeó ni agitó la cabeza. Siguió comiendo tranquilamente, y la moscarda… la moscarda desapareció, se desvaneció. Un momento después el conejo brincó un poco más adelante y vi a la moscarda en el suelo, donde había estado el conejo.»Festuca estaba junto a mí, y le oí dar un pequeño gemido. Y en ese momento reparé en que no había ruidos en aquel lugar. Era una tarde agradable, soplaba una ligera brisa, pero no se oía cantar a ningún mirlo, no se agitaba ninguna hoja, nada. La tierra que rodeaba aquellos agujeros estaba fría y dura, no había ni arañazos ni marcas. Supe entonces con seguridad lo que tenía ante mis ojos y, con los sentidos enturbiados, me recorrió el cuerpo un profundo temblor. El mundo entero pareció tambalearse y abandonarme en aquel lugar terrible y silencioso donde no había olores. Estábamos en la Nada. Miré a Estelaria, que estaba a mi lado, y tenía el mismo aspecto que un conejo que se está ahogando atrapado en una trampa.»En ese momento vi al chico. Se arrastraba entre los arbustos, un poco más allá de donde nosotros estábamos, y también tenía el viento de cara, de modo que el otro conejo no hubiera podido olerle. Era un chico corpulento, y lo único que puedo decir es que tal vez hubo un tiempo en que los hombres tenían ese aspecto, pero ahora no son así. Parecía como sucio, y había en él algo salvaje, igual que en todo cuanto había en aquel sitio. Llevaba unas botas viejas demasiado grandes para él. Su expresión era cruel y estúpida, y tenía los dientes en muy mal estado y una verruga grande en una mejilla. Tampoco él hacía ruido, ni olía.»En una mano llevaba un palo ahorquillado con una especie de cordel colgando y, mientras lo observaba, cogió una piedra, la puso en el cordel y lo estiró hacia atrás, casi hasta el ojo. Entonces lo soltó y la piedra salió volando y le dio al conejo en una de las patas traseras, en la derecha. Oí cómo el hueso se rompía, y el conejo saltó y gritó. Sí. Aún me parece oírlo, y sueño con él. ¿Podéis imaginar un grito sin aire, sin respiración? Era como si el grito procediera del mismo aire y no del conejo que estaba pataleando sobre la hierba. Como si fuera el lugar entero quien había gritado.»El chico se levantó, con una risa chillona. De pronto la hondonada pareció llenarse de conejos que corrían en busca de los agujeros vacíos y fríos.»Era evidente que al chico le divertía lo que había hecho. No era sólo haberle acertado al conejo lo que le hacía reír, sino verlo allí, sufriendo y gritando. Fue hasta donde estaba, pero no lo mató. Se quedó allí, mirando cómo pataleaba. La hierba estaba cubierta de sangre, pero sus botas no dejaron ninguna huella, ni en la hierba ni en el barro.»Gracias a Frith, no sé qué tenía que suceder después, y nunca lo sabré. Creo que el corazón se me habría parado, me habría muerto. Pero de pronto oí voces de hombres que se acercaban y me llegó el olor de un palito blanco, como cuando estás bajo tierra y te llega un sonido del exterior, muy distante. Y de verdad, me alegré, me alegré como un jilguero en la hierba de oír aquellas voces y oler el palito blanco. Un momento después aparecieron abriéndose paso entre los espinos, y un sinfín de pétalos cayeron por el suelo. Eran dos hombres grandes, y olían a carne. Vieron al chico, sí, lo vieron, y lo llamaron.»No sabría cómo explicar lo diferentes que se veían aquellos hombres de todo lo demás. Cuando aparecieron ruidosamente entre los espinos tuve la sensación de que el conejo y el chico…, y todo lo que había allí, eran como bellotas que caen de un roble. En una ocasión vi un hrududu que rodaba por una pendiente. El hombre lo había dejado en la pendiente y supongo que hizo algo mal, porque el hrududu empezó a bajar lentamente y no se paró hasta que se metió en el arroyo que había al fondo.»Con ellos era así. Estaban haciendo lo que tenían que hacer, no tenían elección… ya lo habían hecho antes… una y otra vez… no había luz en sus ojos… no eran criaturas que pudieran ver o sentir…Tusílago se detuvo, asfixiándose. En medio de un silencio sepulcral, Quinto dejó el lugar donde estaba y se tendió junto a él, y le habló en voz baja con unas palabras que nadie más pudo oír. Tras una larga pausa, Tusílago se incorporó y prosiguió:-Aquellas… aquellas… visiones… aquellas cosas… se desvanecieron cuando los hombres hablaron, se derritieron como la escarcha en la hierba cuando echas el aliento sobre ella. Y los hombres…, no parecieron notar nada raro. Creo que vieron al chico y le hablaron como parte de una especie de sueño y que cuando él y su pobre víctima se desvanecieron, no recordaban nada. Sea como sea, si habían acudido a aquel sitio era porque habían oído gritar al conejo, y no costaba mucho saber por qué.»Uno de ellos llevaba el cuerpo de un conejo muerto de la ceguera blanca. Le vi los ojos, pobrecillo, y el cuerpo todavía estaba caliente. No sé si sabréis cómo hacen los hombres ese trabajo tan asqueroso, pero lo que hacen es meter el cuerpo todavía caliente del conejo en el agujero de otra madriguera antes de que las pulgas hayan salido de las orejas. Y a medida que el cuerpo se enfría, las pulgas van pasando a los otros conejos, que enferman de la ceguera blanca. Lo único que puedes hacer es huir… si es que consigues descubrir a tiempo dónde está el peligro.»Los hombres seguían allí, y no dejaban de mirar y señalar los agujeros abandonados. El granjero no estaba con ellos, todos sabíamos qué aspecto tenía. Seguramente les había pedido que vinieran y trajeran el cuerpo del conejo y luego no había tenido ganas de acompañarlos, sí, seguro que fue eso, porque aquellos hombres no parecían muy seguros del lugar exacto. Se veía por la manera en que miraban de un lado a otro.»Al cabo de un rato uno de los hombres pisó el palito blanco y empezó a quemar otro, se acercaron a un agujero y metieron el cuerpo del conejo con un palo largo. Después se fueron.»También nosotros nos fuimos, aunque no recuerdo cómo fue. Festuca estaba como loco. Cuando volvimos al bosquecillo de Nutley se tendió tharn en la primera conejera que encontró y ya no salió, ni al día siguiente, ni al otro. No sé qué fue de él, porque después de aquello no volví a verlo. Estelaria y yo nos las arreglamos para hacernos con una conejera más adelante, aquel mismo verano, y la compartimos durante mucho tiempo. Nunca hablábamos de lo que habíamos visto, ni siquiera cuando estábamos solos. Él murió cuando los efrafanos atacaron la madriguera.»Sé que pensáis que soy muy poco sociable, que no me gusta nadie aquí, y que estoy en contra vuestro. Pero no es eso, ahora sabéis que no es eso… Oh, lo que… lo que me atormenta es pensar en ese conejo… ese pobre conejo, ¿tiene que pasar por eso una y otra vez, para siempre? ¿La piedra, el dolor…? ¿Y nosotros también…?Tusílago, fuerte y corpulento como era, empezó a sollozar como un cachorro. También Puchero lloraba, y en la oscuridad del Panal, Avellano sintió que Zarzamora temblaba junto a él. Entonces Quinto habló, con una serenidad que atravesó el horror que sentían como la llamada de un chorlito atraviesa los campos desnudos en medio de la noche.-No, Tusílago, no tiene que ser así. Es cierto que hay muchas cosas terribles y peligrosas en esa región del más allá donde estuvisteis tú y tus amigos aquella noche, pero al final, por muy lejano que pueda parecer, Frith mantiene la promesa que le hizo a El-ahrairah. Lo sé, puedes creerme. Las criaturas que viste no eran reales. Es sólo que a veces, en los lugares donde han sucedido cosas malas, persiste una especie de fuerza extraña, como los charcos que quedan después de la tormenta, y de vez en cuando alguien tiene que caer en el charco. Lo que viste no era real, convéncete; lo que oíste era un eco, no una voz. Y recuerda, eso fue lo que salvó tu madriguera aquella tarde. ¿A qué otro sitio iban a llevar aquel cuerpo si no… y quién puede entender todo lo que Frith sabe y lo que permite que suceda?Guardó silencio y, aunque Tusílago no respondió, no dijo más. Evidentemente, pensaba que Tusílago debía convencerse por sí mismo, sin necesidad de que insistieran o intentaran convencerlo con más argumentos. Poco después los conejos empezaron a dispersarse, cada uno se fue a su conejera para dormir, y en el Panal quedaron sólo Tusílago y Quinto.Tusílago lo entendió. Después de aquello, durante varios días se le pudo ver silflay con Quinto, comiendo hierba, hablando y escuchando a su nuevo amigo.A medida que el amargo invierno pasaba, su espíritu se fue iluminando y para la primavera ya se había convertido en un conejo alegre y hablador, al cual podía encontrarse con frecuencia en el terraplén, narrando historias a las crías.-Quinto -dijo Campanilla una tarde de principios de abril, cuando el perfume de las primeras violetas se dispersaba bajo las hojas nuevas de las hayas-, ¿crees que podrías conseguirme un fantasma bueno y agradable? Es que he estado pensando… y parece que a la larga los fantasmas son beneficiosos.-Muy a la larga -respondió Quinto-, y sólo para aquellos que son capaces de seguir corriendo.
Fin

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