Revista Expatriados

La idea del Señor Jinnah (4)

Por Tiburciosamsa

En enero de 1933 Rahmat Ali publicó en Inglaterra un panfleto incendiario titulado “Ahora o nunca: ¿vamos a vivir o a morir para siempre?” En el panfleto apareció por primera vez la palabra “Pakistán”, creada a partir de las partes que lo compondrían: Punjab, Afghania (la Provincia de la Frontera del Noroeste), Kachemira, Sindh y Baluchistan. Además, en urdu el nombre podía significar “la tierra de los puros”.
El planfleto está escrito en un tono apocalíptico: la constitución de la federación india representará “la firma de la sentencia de muerte” para el Islam en el Subcontinente y los delegados musulmanes en las negociaciones que la aceptaron, cometieron una “traición increíble”. Rahmat Ali afirma que la India no es más que un nombre, una creación de los británicos que reunieron a pueblos que nunca habían estado unidos. El argumento es sólido desde un punto de vista histórico. Rahmat Ali pide que en las cinco provincias que enumeró se cree una federación musulmana separada. Afirma que los musulmanes son un pueblo diferente y alardea de una manera bastante racista: “Estas diferencias no se limitan a principios básicos y amplios. Lejos de ello, se extienden hasta los detalles más nimios de nuestras vidas. No comemos juntos, no celebramos bodas mixtas…” En otros tiempos y latitudes a esto se le habría llamado limpieza de sangre. Rahmat Ali distancia su propuesta de la de Iqbal en 1930 indicando, pienso que correctamente, que aquél sólo pensaba en una unidad musulmana dentro de la federación india, mientras que él quiere una nación musulmana completamente independiente.
El panfleto se olvida de varias cosas, cuyo olvido tendrá más tarde consecuencias funestas sobre el Pakistán independiente: 1) No es cierto que existiera una nación musulmana unida y homogénea. Un baluchi no tiene mucho en común con un punjabi y ya no digamos con un bengalí, aunque los tres sean musulmanes; 2) En todo caso, seguiría habiendo musulmanes (y bastantes) que seguirían viviendo en la India y ahora como una minoría todavía más minoritaria, pero los buenos nacionalistas siempre han entendido que no se puede hacer una tortilla sin romper huevos y que otros tendrán que sacrificarse para que ellos puedan cumplir con su sueño; 3) Asume que la escisión de Pakistán será un proceso pacífico.
Rahmat Ali trató de venderle sus ideas a Ali Jinnah. Ali Jinnah aún no había renunciado a un entendimiento con el Congreso. Por otro lado, la impresión que debió de causarle aquel exaltado y religioso individuo a un político laico y liberal como Jinnah debió de ser inenarrable. Durante su encuentro, Jinnah le hizo una pregunta, de la que convenientemente se olvidaría diez años después: ¿y qué ocurrirá con los musulmanes que vivan fuera de Pakistán? El ingenioso Rahmat Ali vendría después con la idea de crear un Bangistan en Bengala, un Osmanistan en Hyderabad, un Siddiquistan en Bundelhand y Malwa… No hay nada más peligroso que un nacionalista con imaginación.
Si sólo se le hubiesen acercado iluminados, AliJinnah se habría quedado en Inglaterra para siempre. Pero héte aquí que eran bastantes los musulmanes indios que le tiraban los tejos para que regresase a la India y asumiese el liderazgo de la Liga Musulmana que andaba bastante perdida. Entre los que le tiraron los tejos estuvieron Muhammad Iqbal, Liaqat Ali Khan y Abdur Rahim Dard, un misionero ahmadi (una secta del Islam que muchos musulmanes ortodoxos niegan que sea musulmana). Un argumento que utilizó Dard y que pesó sobre el ánimo de Ali Jinnah fue que si no regresaba sería un traidor a la causa musulmana.
La Liga Musulmana cuyo liderazgo retomó Ali Jinnah a mediados de los treinta seguía siendo un partido de notables, básicamente terratenientes e industriales, con poco contacto con las masas. Y lo peor es que estaban divididos y no estaban de acuerdo sobre cuáles debían ser sus objetivos últimos. La Liga además se enfrentaba al ejemplo de Partido Unionista en Punjab que de cuajar, ofrecía una alternativa a la integración de los musulmanes en la vida política. En el Punjab, de mayoría musulmana, las élites se habían unido en el Partido Unionista. Era un partido laico de mayoría musulmana, pero que contaba también con el apoyo de hindúes y sikhs. El Partido Unionista había sabido alinearse con el Raj británico y usar esa alianza para controlar la provincia. El Partido Unionista mostraba que los intereses regionales podían primar sobre los intereses religiosos y que a lo mejor un musulmán del Sindh podía encontrar más terreno de entendimiento con un hindú del Sindh que con un musulmán de Baluchistán.
En 1935 entró en vigor la Ley del Gobierno de la India, en virtud de la cual se celebraron elecciones en febrero de 1937. Las elecciones supusieron un rotundo éxito para el Congreso que triunfó en Madras, las Provincias Centrales, Bihar, Orissa, las Provincias Unidas, Bombay, Assam y la Provincia de la Frontera Noroeste. Las tres provincias en las que no logró imponerse casualmente eran de mayoría musulmana: Bengala, Punjab y Sindh. En las dos últimas provincias sus oponentes lograron presentarles ante los votantes como un partido hindú. O sea que, después de todo, la religión sí que podía influir en la política. Por cierto que la Liga Musulmana de Ali Jinnah obtuvo unos resultados pésimos en todas partes.
Y sin embargo 1937 sería un año importante en la marcha hacia la creación de Pakistán. En octubre Ali Jinnah firmó un pacto con el líder del Partido Unionista, Sir Sikandar Hayat Khan, por el cuál éste se integraba en la Liga Musulmana y la apoyaría en el resto de la India, al tiempo que consideraría a Ali Jinnah único portavoz de los musulmanes a nivel nacional. A cambio, la Liga se subsumiría en el Partido Unionista en el Punjab. Me parece que Hayat Khan no se dio cuenta que en este pacto él había ofrecido mucho más que Jinnah.
Otro cambio que se dio en este año es que Iqbal, al que le quedaban pocos meses de vida, se movió hacia posiciones secesionistas. En una carta que le envió el 21 de junio de 1937 le dice que una federación separada de las provincias musulmanas es la única manera de asegurar la paz en la India y proteger a los musulmanes del dominio de los no-musulmanes. Iqbal dice: “¿Por qué no se debería considerar a los musulmanes del Noroeste de la India y de Bengala como naciones con derecho a la autodeterminación, igual que otras naciones dentro y fuera de la India?”
En esos años, Jinnah aún no cortó lazos con el Congreso. Nehru, por su parte, intentó atraerse a los musulmanes. No fue posible un arreglo que hubiera permitido una India unida. Pienso que hubo ante todo un problema de egos. Un proverbio chino dice que en el cielo no puede haber dos soles. Jinnah y Nehru tenían egos en los que hubiera cabido un sistema solar mediano. Sospecho que los dos aspiraban al papel de padre de la independencia que, como los padres biológicos, es un papel que sólo puede desempeñar uno. El problema de egos se veía agravado por el hecho de que no había ninguna química entre ambos. Y para rematar, el laico Nehru era incapaz de comprender la intensidad del sentimiento religioso entre los musulmanes. Por otra parte, para finales de los treinta las pasiones comunales se habían agitado tanto que ya resultaba muy difícil devolver ese genio a su botella.
La causa inmediata del fracaso de los intentos de colaborar fue que el Congreso no estaba dispuesto a compartir el poder que había conquistado y se negaba a aceptar la idea de los electorados separados. El Congreso tenía una idea secular de la India y se sentía incómoda con la idea de tratar con una Liga cuya cohesión venía dada por la religión. Además, al Congreso le parecía que con su agitación los musulmanes intentaban conseguir más de aquello a lo que tendrían derecho por su solo peso demográfico. En esto no les faltaba razón: siendo la cuarta parte de la población, consistentemente pedían la tercera parte del poder.

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