Revista Literatura
Y así llegamos al famoso discurso de Jinnah ante la Liga Musulmana en Lahore en marzo de 1940. Como todos los nacionalistas que en el mundo han sido, comenzó jugando la carta del victimismo: nos quieren esclavizar. Preparado el terreno con eso, afirmó que los 90 millones de musulmanes indios tenían que ser los árbitros de su propio destino. Negó que los musulmanes fueran una minoría: “son una nación por definición”. Y así llegó a su propuesta de solución: “El problema en la India no es de carácter intercomunal, sino manifiestamente internacional (…) [hinduismo e Islam] no soln religiones en el sentido estricto de la palabra, sino que son, de hecho, órdenes sociales diferentes y distintos y es un sueño pensar que hindúes y musulmanes puedan evolucionar en una nacionalidad común (…) Uncir juntas a dos naciones así en un solo estado, una como minoría y otra como mayoría, ha de conducir a un descontento creciente y a la destrucción final de la estructura que se dé al gobierno de un estado tal. (…) La unidad presente y artificial de la India se remonta sólo a la conquista británica y está mantenida por la bayoneta británica (…) Los musulmanes son una nación de acuerdo con cualquier definición de nación y deben tener sus patrias, su territorio y su estado.”
Ha habido cierta discusión sobre cuáles eran los objetivos últimos de Jinnah con este discurso. ¿Quería realmente la independencia o era un órdago que estaba echando pensando que no se lo verían? En los últimos años ha surgido en la India un grupo de historiadores revisionistas que piensa que era un órdago. La más destacada es Ayesha Jalal, que en su libro “El único portavoz” resalta la vaguedad de la propuesta de Jinnah, quien habla de “estados independientes”, no de “estado independiente” y deja indefinidos cuáles serían esos estados y cuáles serían sus fronteras.
Jalal piensa que Jinnah presentó con toda intención una propuesta que sabía que sería inaceptable para el Congreso y los británicos para forzarles la mano y conseguir lo que realmente deseaba: 1) La paridad en el gobierno central entre hindúes y musulmanes; 2) Que los musulmanes de la India no dividida fuesen liderados por una Liga fuerte y centralizada. La tesis de Jalal merece ser tenida en cuenta porque explica bien varias cosas: 1) Con la petición de un Estado musulmán independiente Jinnah se estaba apartado de lo que había sido su objetivo constante: una participación reforzada de los musulmanes en una India unida; 2) Hasta muy al final, Jinnah eludió dar detalles de cómo sería ese Estado musulmán independiente al que aspiraba, un poco como si fuera una baza política que no pensara que un día tendría que concretar.
Resulta instructivo comparar el discurso de Jinnah en Lahore, que iba dirigido a los musulmanes indios, con un artículo que había publicado dos meses antes en “Time and Tide” de Londres con el título “Enfermedades constitucionales de la India”. En dicho artículo, que iba dirigido a un público británico, Jinnah afirmó que la democracia occidental no estaba hecha para la India, porque suponía que el poder quedaría en manos de la mayoría hindú. Eso llevaría al conflicto ya que hinduismo e Islam son dos civilizaciones muy diferentes (por cierto que es de resaltar que Jinnah prefería hablar de hinduismo y de Islam como de “civilizaciones” en lugar de “religiones”). El artículo terminaba diciendo que “debe elaborarse una constitución que reconozca que en la India hay dos naciones que deben compartir el gobierno de su madre patria común.” La verdad es que hay margen para pensar que ésta era la verdadera posición de Jinnah en 1940: una India unida y federal, en la que el peso de los musulmanes fuera semejante al de los hindúes. Lo de Lahore, entonces, tal vez no fuese más que una baza negociadora para consumo interno como afirma Ayesha Jalal.
Tal vez Jinnah y la declaración de Lahore hubieran quedado como rarezas de la Historia, semejantes a los planes de conquistar China con cien españoles, si no hubieran intervenido la miopía política del Congreso y Winston Churchill.
El 3 de septiembre de 1939 el Virrey de la India, Lord Linlithgow, declaró que la India estaba en guerra con Alemania. Perfecto, pero hubiera debido consultarles previamente a los indios que tendrían que soportar el esfuerzo bélico, ¿no? Esa torpeza, o arrogancia, de Lord Linlithgow, hizo que el Congreso se preguntase cuáles eran los objetivos últimos de la guerra en lo que se refería a la India, porque si se trataba de mantener el status quo… La postura del Congreso fue que se opondría al esfuerzo bélico británico en tanto no se le garantizase la independencia. Como muestra de rechazo en agosto de 1940 el Congreso se negó a participar en el consejo asesor de guerra que el Virrey ofreció formar y en octubre de ese año lanzó una campaña de desobediencia civil. Defendiendo esa postura, el Congreso se creyó que era más fuerte de lo que era y que los británicos seguían teniendo la sartén por el mango. Aunque tuviera toda la razón del mundo, los británicos consideraron que su postura era una puñalada en la espalda que rozaba la traición. Uno de esos británicos fue Winston Churchill.
Churchill se había criado durante la última parte del reinado de la Reina Victoria y había comenzado su carrera militar en la India. Esa formación le había dejado una visión casi mesiánica del Imperio Británico. Dentro de ese Imperio, la India era la joya de la Corona. No sólo era su colonia más preciosa, sino que era aquélla sin la cual se desmoronaría el resto del edificio. Una buena parte de la carrera política de Churchill hay que verla desde la perspectiva de un político conservador cuya máxima aspiración era conservar el Imperio tal y como lo había conocido en su juventud. Churchill nunca pudo tragar a Gandhi y detestaba profundamente al Congreso. En su concepción del mundo, eran fuerzas que querían destruir su Imperio apreciado, en lugar de aceptar que debían ser fieles súbditos de Su Majestad británica, aunque un poco oscuritos. Su animadversión hacia ellos se multiplicó por infinito ante la posición que adoptaron de no colaboración en el esfuerzo bélico.
La miopía del Congreso hizo que subieran automáticamente las acciones de Jinnah y de la Liga. Si el Congreso se ponía demasiado tonto, podía mostrársele que había otros indios con otros intereses que sí que estaban dispuestos a colaborar con los británicos. No sólo eso, dividir a los indios podía ser la mejor manera de cortarles las alas independentistas. Por eso lo primero que hicieron los británicos fue reconocer el papel que Jinnah se había arrogado de portavoz de los musulmanes indios y negar que el Islam en la India era mucho más variado y estaba más dividido de lo que pretendía la Liga.