El periodista polaco Maciej Stasinski nos deleitaba hace unos días con un artículo publicado en Gazeta Wyborcza cuyo título, a mi modo de entender, es muy revelador de lo que ocurre actualmente en España y Polonia: “La razón duerme cuando la ideología oscurece la vista”. Un excelente artículo el de Stasinski, quien, dicho sea de paso, conoce mejor España que muchos españoles y tiene un dominio de la lengua de Cervantes que debería servir de ejemplo a algunos de mis compatriotas. Stasinski, que suele ser un personaje incómodo y polémico entre los sectores intelectualmente tarados y políticamente reaccionarios de la derecha integrista y la izquierda sin vergüenza polacas, se refiere en el artículo a la situación política y económica de España durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. Dice el autor: “Nunca he pensado que un día tuviera que defender al primer ministro José Luis Rodríguez Zapatero, pero si el portal Wpolityce.pl escribe ‘estas son las consecuencias de desperdiciar una década entera en experimentos sociales izquierdistas: en España el paro subió a un 21,52 %’, me ha parecido que tal declaración está en contra de cualquier justicia y sentido común. Durante los siete años de gobierno de Rodríguez Zapatero, efectivamente el paro se ha duplicado y ha empujado a España a un hoyo del que le será muy difícil salir. Esta es la consecuencia de insistir en mantener un modelo económico excesivamente dirigido a la construcción y de cierta incompetencia del gobierno frente a la crisis que comenzó en 2008”. Stasinski plantea la posibilidad de que “otro gobierno, más conservador probablemente, habría reaccionado más rápidamente y se las habría arreglado mejor”. Pero advierte que “esto no tiene nada que ver con los ‘experimentos sociales izquierdistas’ que se adjudican al gobierno de Rodríguez Zapatero”. A su juicio, “la facilitación de los divorcios, la liberalización del aborto o la legalización de los matrimonios entre homosexuales no son ni experimentos ni izquierdistas. Son reformas fundamentalmente liberales introducidas antes en otros países de Europa. España nada más que se unió a ellas. Además, todas estas reformas disfrutan de gran apoyo en la opinión publica en España hasta tal punto que la derecha española se opuso a algunas de ellas con menos firmeza que la Iglesia católica, que persiste en su oposición y que ya no ejerce poder sobre las almas en España. Rodríguez Zapatero ha consumido rápida y fácilmente el estado de ánimo laico de la aplastante mayoría de los españoles”.
Yo no lo hubiera escrito mejor que Stasinski. Comparto plenamente su planteamiento. José Luis Rodríguez Zapatero es, a mi juicio, un político mediocre y sectario hasta la médula, como José María Aznar, un reaccionario de escasos vuelos intelectuales amigo de George W. Bush, ese analfabeto funcional y ex alcohólico que un día tuvo la suerte de hablar con Dios. El gran problema de Rodríguez Zapatero es que, además de haber gestionado pésimamente la crisis económica, ha llevado a cabo una estrategia que ha fracturado política, social y territorialmente el país. Ha querido cambiar España, la sociedad española, que es lo que importa de verdad, a golpe de leyes y decretos, sin tener en cuenta que esa sociedad es un ente vivo, diverso, plural y contradictorio. Salvando las distancias y diferencias, el zapaterismo ha hecho en España lo que la derecha ultraconservadora nacionalista y populista que representa Jaroslaw Kaczynski en Polonia intentó llevar a cabo en su país cuando gobernó hace pocos años. España y Polonia no necesitan revoluciones conservadoras o progresistas, sino gobernantes sensatos y razonables que impulsen políticas equilibradas de cambios y mejoras que no dividan sin necesidad a la ciudadanía y generen debates racionales y desapasionados. Lamentablemente, con Kaczynski en Polonia y Aznar y Rodríguez Zapatero en España se ha hecho todo lo contrario. Como dice el escritor y comentarista político José María Ridao en un excelente artículo, ‘La agenda ideológica’, publicado en el semanario madrileño El Siglo, “existe un soterrado pero innegable paralelismo entre la ‘derecha sin complejos’ que reivindicó José María Aznar durante sus ocho años de gobierno y la ‘verdadera izquierda’ que, durante los suyos, proclamó Rodríguez Zapatero”. Si el aznarismo soñó con meter en cintura a millones de ciudadanos que no compartían sus objetivos políticos, el zapaterismo intentó construir una “España decente”, según palabras del propio presidente del Gobierno, que es una expresión tan inquietante como vacía. Aznaristas y zapateristas han hecho todo lo posible por dinamitar el consenso de los años de la transición de la dictadura a la democracia y la primera etapa del felipismo. Insisto una vez más: salvando las distancias y diferencias, los hermanos gemelos Kaczynski quisieron hacer lo mismo cuando dirigieron Polonia. Estaban obsesionados con su ‘revolución moral’ de signo derechista que no tenía en cuenta la pluralidad de ideas, sentimientos, creencias y modos de vida en Polonia.
Racionalidad
Dicho todo esto, creo que es necesario introducir cierta dosis de racionalidad en el balance crítico del zapaterismo. Lo digo, porque en España, por desgracia, muchos ciudadanos, alentados por políticos demagogos y medios de comunicación de ‘la derecha sin complejos’, han convertido al pobre presidente del Gobierno en una suerte de monstruo con siete cabezas y ocho rabos, en un personaje perverso que ha destruido España, la ha vendido a los terroristas de ETA y ha sembrado el país de desempleados y pobres de solemnidad. Este discurso claramente ideológico y carente del menor fundamento racional podría ser asumido por las nuevas corrientes neofascistas o de extrema derecha y un sinfín de tardo marxistas y postanarquistas que han surgido en España en los últimos años. El discurso agónico y catastrofista de “Me duele España” de los mequetrefes del nuevo populismo antidemocrático de derecha e izquierda es una negación radical de la compleja realidad española, pura bazofia ideológica de la que se nutren los aspirantes a salvadores de la patria, en su versión ‘revolución moral’ derechista o nueva toma del Palacio de Invierno izquierdista. Teniendo en cuenta la gran confusión que vive la sociedad española en estos momentos, a mí no me extraña que en Polonia, donde últimamente han surgido un montón de ‘especialistas’ en cuestiones españolas, algunas personas piensen que Rodríguez Zapatero es el culpable de todos los problemas políticos, sociales y económicos de mi país, y confundan churras con merinas. La falta de información y las anteojeras ideológicas nos hacen decir y escribir muchas tonterías. En este sentido, hay que estar muy ofuscado o estar muy mal informado para afirmar, como hacen algunos periodistas polacos, que en España las medidas que ha tomado el actual Gobierno socialista en materia de derechos civiles y cambios legislativos han generado una oposición mayoritaria en el país o son la causa de su degradación moral y social. Es falso, como bien lo recalca Maciej Stasinski en su artículo en Gazeta Wyborcza. Mezclar la pésima gestión económica de la crisis o la débil política exterior de España que ha llevado a cabo Rodríguez Zapatero con los avances en materia social y legislativa es, desde el punto de vista del debate político, una manipulación, y en el ámbito de la reflexión intelectual, una trampa. Claro que algunas medidas que ha tomado el actual Ejecutivo socialista, como la nueva ley del aborto, han generado descontento en algunos sectores sociales y en estamentos como la Iglesia católica. En democracia es bueno y, además, inevitable, que surjan esos desencuentros y conflictos. Lo que es inaceptable es que algunos, como los señores obispos, que no han sido elegidos por el pueblo y dirigen una entidad privada, quieran imponer sus ideas al resto de los mortales. Pero, en fin, ese es otro debate. Si algunos críticos polacos del zapaterismo tuvieran dos dedos de frente y un poco más de información de lo que ocurre en muchos países europeos, sabrían que el Gobierno español ha aprobado leyes y tomado medidas en la misma línea que el resto de las democracias avanzadas. Y en las democracias avanzadas europeas y occidentales gobiernan la derecha, la izquierda o el centro. Hace unos días, el Gobierno de la República de Chequia decidió que las checas podrán comprar la famosa píldora del día después sin receta médica. Esa píldora es un fármaco que para algunos católicos conservadores es la puerta abierta a una sexualidad desaforada, como si esto fuera un delito, y al aborto sin límite. Las compradoras tendrán que ser mayores de 16 años y tener asignado a un ginecólogo. La medida es muy parecida a la que tomó el Gobierno de Rodríguez Zapatero, aunque no sé si en España es obligatoria la asignación de un ginecólogo. Pues bien, por si alguien no lo sabe, Chequia está gobernada por un gobierno tripartito de centroderecha. El primer ministro, Petr Necas, no es ningún revolucionario peligroso, sino un conservador, y el presidente del país centroeuropeo, Václav Klaus, pertenece a la derecha dura y es amigo político de Aznar y Bush. ¿Qué es lo que quiero decir con esto? Pues, sencillamente, que a Rodríguez Zapatero lo podemos criticar y hasta alegrarnos, y es mi caso, de que se retire de la política activa y regrese a León para dar clases en la universidad. Pero, por favor, no lo criminalicemos, no lo transformemos en un demonio, porque sería la mejor manera de secuestrar la reflexión crítica sobre su gestión de gobierno y congelar la inteligencia. Supongo que esa estrategia le interesa a la derecha española porque está empeñada en ganar las elecciones del 20 de Noviembre y quiere a toda costa que la ciudadanía no piense y le entregue los destinos del país sin rechistar. Creo que en España, pero también en Polonia, hemos tenido a demasiados salvadores de la patria, falangistas, monárquicos, reaccionarios e integristas religiosos de distinto pelaje, pero también comunistas, anarquistas y zumbados de ultraizquierda, que nos han querido salvar de nosotros mismos. Ya somos mayorcitos, y los polacos también, y en la tierra donde yo nací no necesitamos a ningún Mesías. Yo, qué quiere que le diga, querido lector, prefiero que mi país de origen, España, se haya incorporado al club de los Estados más avanzados, como Reino Unido, Alemania o Francia, y no que se parezca en materia social a Moldavia o Albania. Lo digo con todo respeto por estos dos antiguos países comunistas. Lo mismo les ocurre a muchos polacos que conozco. No se trata de ser de derecha o izquierda, conservador o progresista, sino de vivir en el siglo XXI y no en el XIX. Quién viva anclado en el pasado y olvide que como decía Heráclito, “todo cambia, todo fluye, la realidad es cambiante y mudable”, acabará estancándose.
¿Por qué motivos?
¿Por qué en Polonia hay periodistas, intelectuales, comentaristas políticos o simples ciudadanos de a pie que confunden y mezclan los acontecimientos españoles y piensan sinceramente que Rodríguez Zapatero es un bellaco de lo peor? No es porque sean malvados, sino porque, como señala Stasinski “la razón duerme cuando la ideología oscurece la vista”. Bueno, ante todo es por falta de información. No puede haber opinión, diarrea mental sí, pero opinión no, si no hay información. Pero comparto con Stasinski que el problema es fundamentalmente ideológico. ¿Qué es la ideología? Karl Marx solía decir que es una “falsificación de la realidad”. La mayoría de marxistas y postmarxistas que todavía pululan y arrastran sus cansados pies por estos mundos de Dios lo han olvidado. Los que no son marxistas también. Es frecuente oír decir que la ideología es indispensable a toda sociedad, para formar a los hombres, transformarlos y ponerlos a disposición de sus exigencias, necesidades y anhelos. Louis Althusser, un marxista crítico que acabó estrangulando a su pobre esposa, advirtió que “la ideología es un medio fabricado y manipulado por la clase dominante para engañar cínicamente a quienes explota”. Dicho de otro modo más sencillo: la ideología es inevitable, pero suele ser un problema más que una virtud, porque nos nubla la vista, nos empaña el cristal de la realidad. Todos tenemos ideología, sin lugar a duda, pero sería bueno que lucháramos contra ella, y el mejor instrumento es la reflexión filosófica y crítica. Por eso Gérard Buis, en ‘Ciencia e ideología’, escribe: “La reflexión filosófica y crítica revuela la relación dialéctica entre ciencia e ideología y destruye los errores ideológicos. La esclerosis de los conceptos científicos, la solidificación ideológica, es un obstáculo epistemológico que se opone a cualquier transformación”. La ideología, insisto, es inevitable, pero corre el peligro de convertirse en fe. La fe, en sí misma, ni es buena ni mala, todo depende de quién la tenga y cómo la utilice. El teólogo católico de origen suizo Hans Küng, al que admiro, en uno de sus libros que leí este verano, ‘Faire confiance á la vie’ (Confiar en la vida), explica que él escribe para “aquellos que no solamente quieren ‘creer’, sino que desean ‘saber’”. El problema es que cuando la ideología invade el pensamiento del ser humano, le impide saber y comprender, porque ya no funcionan los instrumentos de la reflexión y la investigación. En este caso la ideología nos convierte en estúpidos. Es lo que les ocurre a algunos articulistas de la prensa polaca que escriben sobre España. Cuando tengo un día malo, suelo pensar que de los españoles no puede venir nada bueno, que cualquier barbaridad es posible. Es lo que piensa, escribe y dice en voz alta el escritor y pensador Fernando Sánchez Dragó, un anarquista de derecha que vota al Partido Popular, se declara español pero antipatriota, defiende el amor libre y a la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, y es odiado por los intelectuales perros guardianes del zapaterismo y por una multitud española de ‘progres’ pasados de moda, izquierdistas prehistóricos y revolucionarios de salón que jamás participaron en el Mayo del 68 francés. Lo dicho, de los españoles, a veces, me espero lo peor, entre otros motivos, porque como declaraba hace muchos años, el 30 de mayo de 1996, el escritor, poeta y ensayista Félix de Azúa en una entrevista con el diario catalán AVUI, “Som un país enemic de l´intel.lecte” (Somos un país enemigo del intelecto). Ya sé que habría que matizar esa afirmación, no es del todo cierto lo que dice Félix de Azúa. Pero tampoco va completamente desencaminado el escritor barcelonés. Los españoles nos situamos en primera línea a la hora de vociferar, rechazar al contrincante y, si es posible, eliminarlo de un plumazo, pero nos cuesta pensar y articular discursos coherentes. Nuestra historia está plagada de violencia, hazañas sanguinarias, curas trabucaires y locos redentores, y nos han faltado filósofos enciclopedistas y un siglo de Las Luces consistente. Para postres, éramos pocos y parió la abuela en los años 30 y durante casi 40 años de franquismo, en el siglo pasado. De aquellos polvos vienen estos lodos de intolerancia y estupidez que recorren las tierras de España desde hace unos años. España ya sé cómo es. Y es por eso que me duele tanto que algunos polacos se comporten, piensen y escriban como lo peor que tenemos en España.