Revista Filosofía

La ideología peruana

Por Zegmed

Hace mucho tiempo se dice que en el Perú ya no existen las ideologías y que este país es, fundamentalmente, uno de votantes pragmáticos cuyo opción política se define en función al propio interés. Esta tesis, en general, me parece bastante apropiada para cierto marco de análisis, pero vista desde otro, creo que al menos merece ser retada. Les propongo una tesis “nueva”, que este país, sobre todo si es que se consuma la victoria del fujimorismo, es un país ideologizado. Hay varias formas de argumentar esto, pero les propongo la siguiente imagen como inicio de la reflexión:

La ideología peruana

Esta caricatura, del maestro Carlín, tiene una elocuencia abrumadora y es, como digo, un buen punto de inicio para la reflexión. La paradoja es significativa: tenemos una familia que, por las características de la imagen, vive en situación de pobreza (posiblemente extrema) pero que tiene en su cabeza (el padre) a un verdadero entusiasta de los anuncios televisivos del presidente de la República. En una frase, el padre de familia cree con convicción que el Perú avanza. Lo trágico y quizá cómico de la escena, es que hacia la puerta (inexistente) de la casa (de esteras) una madre, con uno de los hijos en manos le pide unas monedas para comprar pan que, muy probablemente, junto a algo de té, sería la cena del día. ¿Cuál es el objetivo de la explicitación de la paradoja? Desde mi punto de vista, mostrar en qué consiste la ideología peruana, a saber, que aún cuando los beneficios del progreso económico no nos lleguen, hay una suerte de deber moral de mantener el sistema tal cual con la esperanza de que llegarán. El modelo no se toca, se quiere hacer creer. Si lo tocan, te jodes (poco importa si estás jodido ya).

Este es asunto bien curioso, porque es pragmáticamente contraintuitivo. Como lo ha sugerido Daniel, aunque a través de una línea de razonamiento algo diferente, lo que uno supondría es que las clases sociales (para usar aún esa categoría) se mueven por intereses de clase. A partir de esa idea, uno imaginaría que una persona pobre debería votar en contra de aquellos candidatos que promueven un sistema que durante años no ha representado para dicha persona la salida de la pobreza. Si bien esto sucede, de allí la alta votación de Humala tanto en el 2006 como ahora, el caso que me interesa es otro: el de aquellas personas que padeciendo la dureza del modelo, lo defienden casi con fanatismo. Esto tiene varias formas de explicarse, algunas más perversas que otras. Ensayemos dos versiones:

1. El modelo, efectivamente, genera que las personas en situación de pobreza vayan saliendo de ella; luego, es un despropósito querer cambiarlo, cualquier desajuste generará mayor pobreza (cuidado!). Vayamos en piloto automático, sería una forma de traducir esto. Quizá el mejor representante de esta corriente de opinión sea Jaime De Althaus. El problema, entonces, no es el modelo, que no puede alterarse; sino el Estado, que es ineficiente y corrupto. Esta tesis es medianamente razonable y uno podría aceptarla como genuinamente cierta, lo que podría explicar la carlincatura que da pie a estos comentarios. Lo que el esposo podría contestar es: “mujer, hoy no tengo dos soles para el pan, pero tranquila, aunque no comamos esta noche, pronto lo haremos. El modelo nos va a salvar”.

2. La persona en situación de pobreza ha sido ideologizada. Este es un tema clásico de la teoría marxiana y marxista sobre la ideología, que encuentra uno de sus puntos de origen en la famosa Ideología alemana de Marx, texto que da nombre al título de este post, además. La pista sería más o menos la siguiente: los poderes fácticos tienen como disposición inherente no querer dejar su dominio, por ello desarrollan mecanismos para perpetuarse en el poder, nos venden ideología. Un ejemplo clásico, según Feuerbach, Marx, Nietzsche y otros, sería el de la religión: esta nos ofrece consuelo para la miseria terrena dándonos la esperanza de la dicha celestial; sin embargo, para estos autores, esta sería solo una movida cómplice de la religión para aletargar el ánimo crítico de las condiciones actuales de miseria y para legitimar los poderes de turno. Bueno, esto, de hecho, es históricamente cierto (aunque no aplica para todas las vertientes de las religiones) y, en muchos casos, vale aún para nuestros días. Basta ver el rol de católicos conservadores, como Cipriani o Rey, en la política nacional. El punto, en todo caso, es que quienes detentan el poder no quieren perderlo y para evitar tal situación se ocupan de desarrollar tácticas de manipulación que idioticen a las masas o que, al menos, les resten la capacidad crítica. Este es asunto que Walter Benjamin estudió muy bien en relación al fascismo.

Bueno, a dónde podemos arribar a partir de lo dicho. Mi sugerencia es que a una postura intermedia (aunque suene a solución comodona). Habría que estar demasiado ideologizado para creer que todos somos víctimas del manejo ideológico y que hemos perdido en absoluto la capacidad crítica. El votante pobre que enaltece el modelo ve en él un genuino camino para salir de la pobreza a través del progresivo aumento de su riqueza individual, normalmente mediante la obtención de empleos más duraderos y mejor pagados, lo que le ayuda a ir generando capital suficiente para invertir en pequeñas formas de negocio que luego forman un ciclo positivo de acumulación que poco a poco le dará bienestar. Ese es, creo que sin omisiones, el argumento de Jaime De Althaus, por ejemplo. El problema de esto; sin embargo, es que dentro de su razonabilidad, tiene una severa cuota de “optimismo” cómplice del actual estado de cosas. Al creer que el modelo a la larga dará frutos se pone el grito en el cielo cuando alguien quiere hacer ajustes sobre el mismo (impuesto a la sobreganancia, renegociación de contratos, cuestionamiento a las tazas de las AFPs, seguridad social universal, etc.), se trata de generar pánico en la población y se empieza a dibujar fantasmas en el imaginario de la gente. Los poderes fácticos hacen gala de su maquinaria ideológica y vetan la posibilidad crítica levantando los muros de las falacias para proteger al modelo económico. Yo no soy ni lejanamente partidario de un sistema como el cubano o como el que se vivía en la antigua URSS, pero, precisamente, el hecho de que tenga que hacer esa precisión es síntoma de lo ideologizado que está el debate…curiosamente, mucho más por la derecha que por la izquierda. La ideología del “modelo” se ha vuelto moneda de cambio habitual, al punto de convertirlo en intocable incluso para aquellos que son víctimas de las aristas más atroces del mismo. Hay que tener cuidado, porque nuestro espíritu crítico puede ser silenciado sin que nos demos cuenta. Una de las obras más sutilmente perversas de quien no quiere dejar sus privilegios es hacerle creer a quien demanda el cambio que ya lo ha conseguido o, mejor aún, darle dádivas muy puntuales para que se olvide de aquello por lo que luchaba. Un amigo sacerdote siempre me decía que la mejor treta del demonio era hacernos creer que él no existía y, quizá, la mejor treta del discurso ideológico del “modelo” sea hacernos creer que los ideologizados son aquellos que pretenden cambiarlo.


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