Comienza hoy la Semana Santa, un buen momento para recordar aquella película dura y polémica -pero, a la vez, maravillosa, encendida, realista... llena de fe y amor- que fue "La Pasión de Cristo" (2004). Un filme que, a pesar de sus detractores, tuvo un impacto tremendo y muy positivo en las audiencias de todo el mundo.
Con independencia de su posterior trayectoria personal, Mel Gibson ha reconocido que quiso rodar su película, llena de significación teológica, para agradecer a Dios la “fuerte crisis espiritual” que le había hecho “volver a mi fe cristiana”. Así lo contaba en una entrevista publicada poco antes del estreno:
“Yo siempre he creído en Dios, en su existencia. En mi familia me enseñaron a creer de cierta manera. Pero a mitad de mi vida, dejé algo de lado mi fe, y otras cosas ocuparon el primer lugar (...). En ese momento, comprendí que necesitaba algo más si quería sobrevivir. Me sentía impulsado a una lectura más íntima de los Evangelios, de la historia en su conjunto. Ahí fue cuando la idea empezó a cuajar dentro de mi cabeza. Empecé a ver el Evangelio con gran realismo, recreándolo en mi propia mente para que tuviera sentido para mí, para que fuera relevante para mí. Eso es lo que yo quería llevar a la pantalla”.
Precisamente por eso, el director australiano fue sido muy explícito a la hora de señalar qué le movía a realizar esta cinta. Por una parte, una suerte de catarsis, de purificación personal: “Descubrí que, para sanar las heridas de mi vida, debía observar las heridas de Cristo; y, por tanto, contemplar la Pasión”. Por otra, una oportunidad para que la gente sencilla pudiera redescubrir la manifestación máxima del afecto divino: “Es la historia del amor más grande que se puede tener: dar la vida por alguien. La Pasión es la aventura más grande de la historia. Creo que es la mayor historia de amor de todos los tiempos: Dios que se hace hombre y los hombres que le odian y le matan”.
Para esta recreación de los relatos evangélicos, Gibson optó por una narración y una puesta en escena decididamente realistas. No quería dulcificar ni un ápice el duro relato de la Pasión, y su guión definitivo abundó en escenas crudas, como la flagelación y coronación de espinas, los malos tratos de la soldadesca, la creciente asfixia colgado en el madero, la muerte agónica sobre la cruz.
En síntesis, el cineasta quiso reflejar a Cristo en toda su doliente humanidad (maniatado, flagelado, insultado y arrastrado hasta la cruz) como manifestación plena de su inmenso amor por los hombres. Esa es la imagen que nos muestra de Jesús: no un Jesús bello y hermoso; tampoco uno distante o angustiado por nuestras faltas; sino un Jesús doliente: humano, plenamente humano, que asume el castigo que sus hermanos los hombres merecíamos.
El Jesús de Caviezel apenas habla, y tampoco expresa muchas emociones. En silencio, calla y sufre: porque esa es la Voluntad de su Padre. Y Gibson nos hace ver que esa noche de amargura no fue en absoluto un trance fácil por el hecho de que fuera Dios. Como hombre, sufrió en la misma medida de su amor, que era inmenso. Por eso sufrió una agonía que el espectador llega a sentir en su propia carne. Más de uno ha tenido que apartar la vista o salir por unos instantes de la proyección. Cuando, terminada la primera flagelación, le vemos levantarse para seguir sufriendo, somos conscientes de todo lo que nos amó...