Mientras tengas un ojo puesto en la meta, solo te quedará un ojo para el aprendizaje.
Esta frase puede ser un buen comienzo para este post, y un fiel reflejo de su significado.
Vivimos inyectados con el veneno de la prisa, todo parece que ha se ser para ayer, creo que la impaciencia es buscar maneras de saltarse aquello que necesitamos experimentar para crecer.
Parece que nuestra sociedad premia y ensalza la velocidad y la inmediatez, como si eso fuera la panacea, la excelencia o el camino correcto a seguir.
“Lo que causa tensión es estar ‘aquí’ queriendo estar ‘allí’, o estar en el presente queriendo estar en el futuro” (Eckhart Tolle)
Creo que la impaciencia es miedo, a no conseguir algo, miedo a perder o a otros factores que nos atenazan y nos abocan a esa precipitación que hemos normalizado empujados por los estándares que nuestra sociedad poco a poco nos va imponiendo.
Supongo que la frustración, rabia o irritación generan un estrés que irremediablemente nos acerca a ese callejón sin salida llamado impaciencia, cóctel nada beneficioso para nuestro organismo.
Esa ansiedad, nos acerca a una precipitación en nuestras decisiones, a menudo equivocadas que nos pueden costar, amistades, sufrimientos y hasta dinero….
La exasperación puede aislarnos de nuestro entorno, las prisas por obtener una respuesta o eso que queremos, genera a menudo una imposición de nuestras tesis disminuyendo poco a poco la capacidad de comunicarnos alejándonos de la tolerancia el respeto y otros valores ahuyentando a los demás.
Pensar antes de hablar, aprender a escuchar, dedicar un rato al día para mí, son cosas que me ayudan a vencer el ímpetu irrefrenable que tanto me angustia y que soy consciente he de mejorar.