Revista Arte
Para los chinos, la caligrafía es la primera de las grandes artes. Basta con observar algunas imágenes de Shanghai, Beijing o Hong Kong, para darse cuenta de la importancia de la escritura en la sociedad oriental. En realidad, la caligrafía china es más imagen que escritura: las calles están llenas de enormes carteles que incitan a desviar la mirada hacia esos elaborados símbolos. Creados principalmente con tinta y pincel, no sólo son la expresión ancestral de un pueblo, sino también su signo de identidad. Los caracteres chinos han sido trazados, a lo largo de la historia, según cinco estilos diferentes: desde un estilo más cercano al pictograma -el más antiguo, llamado estilo sello-, hasta uno totalmente cursivo -de ejecución rápida-, pasando por un estilo regular propio de la dinastía Tang -siglos VII a X-.
La ejecución de los signos de la escritura también está muy relacionada con las prácticas taoistas. Para esta concepción fundamental del pensamiento oriental, la creación surge del interior cuando se unifica el espíritu. Es indispensable tranquilizar el alma y concentrarla para obtener la inspiración necesaria. La caligrafía, como arte, debe ser ejecutada a partir de estos principios.
La gestualidad que el calígrafo imprime en cada uno de los trazos inspiró a diversos artistas occidentales, principalmente aquellos que formaron el movimiento informalista, surgido después de la Segunda Guerra Mundial. Este término se utilizó para describir un tipo de pintura abstracta, gestual, espontánea, paralela al expresionismo abstracto estadounidense. Los artistas intentaron expresar la estética oriental en sus obras a través de una pincelada enérgica y automática. Buena muestra de ello son algunas de las pinturas que os traigo en esta ocasión:
Henry Michaux
Franz Kline
Jean Degottex
Robert Motherwell
Mark Tobey
Julius Bissier
Georges Mathieu
Hans Hartung
Antoni Tàpies
Joan Miró
Yves Klein
Cy Twombly
Jackson Pollock