El viernes pasado hablábamos en este blog de la influencia del cine en los valores y estilos de vida. Ponía algunos ejemplos de filmes que han provocado respuestas colectivas de cierta relevancia, como la ocurrida con la presentación en Sitges de Luna nueva.
Mencionaba también películas que han influido en nuestra imagen de la realidad: la de un artista, una ciudad o un sistema docente. A otro nivel, las películas han modificado, y mucho, nuestra actitud hacia productos concretos y nuestras pautas tradicionales de consumo.
Citaré tan solo algunos ejemplos especialmente memorables, todos ellos relacionados con la moda. En 1934, Clark Gable produjo un daño considerable a los fabricantes de ropa interior masculina cuando apareció sin camiseta en la película Sucedió una noche. Esa memorable escena recoge el momento en que, al llegar a un motel en una de las paradas del interminable viaje en autobús, se quitaba la camisa para así intimidar a la joven Claudette Colbert, que no estaba decidida a irse de la habitación. Que un ídolo como Gable vistiese —al menos en el cine— sin camiseta interior motivó que millones de americanos dejaran de usarla y, por tanto, de comprarla.
Habría que esperar diecisiete años para que Marlon Brando la recuperara en la película Un tranvía llamado deseo (1951). En ella, Brando aparece en buena parte del metraje con camiseta, pero ya no como prenda interior, sino como elemento básico de vestir, en sustitución de la camisa. A partir de entonces, y rebautizada como T-Shirt, se convertirá en el símbolo de la informalidad y el rechazo de lo establecido.
Algo parecido sucedió, por ejemplo, en la película Rebeca (1940). Los diseñadores de vestuario, para subrayar el origen sencillo y el carácter apocado e introvertido de la protagonista, Jean Fontaine, la habían vestido en numerosas secuencias con una chaqueta de punto: la indumentaria típica de las campesinas de la época. Era un símbolo visual constante de su condición de Cenicienta en un mundo aristocrático que le rechazaba. Pero el éxito comercial de la película —que consiguió el Oscar al mejor filme— hizo que esa prenda se pusiera de moda: pasó a ser el símbolo de lo sofisticado y moderno. La chaqueta de punto se vendió muchísimo en toda la década, e incluso llegó a ser conocida —al menos en España— con el nombre de la protagonista y del filme: Rebeca.
Por último, tal vez el caso más famoso de modificación de hábitos de consumo —y seguimos en el sector de la moda— la propició James Dean en la película Rebelde sin causa (1955). En buena parte de las escenas, su indumentaria básica es una cazadora: una prenda concebida —como su nombre indica— para las monterías y situaciones de caza. Pero la constante asociación del actor con esa prenda motivó la adhesión de los jóvenes a ella y la convirtió en todo un símbolo de la rebeldía juvenil.
Después de estos ejemplos, ¿podemos seguir afirmando que el cine no influye en nuestros comportamientos? Porque lo decisivo no es que modifique nuestros modos de vestir: que haga que los hombres dejen de usar la camiseta o las mujeres se apunten a la compra compulsiva de “rebecas”. Lo decisivo es que modifique nuestros valores más profundos: que haga cambiar nuestra concepción de la familia, de las relaciones padres-hijos, del sentido de la vida o del concepto mismo de felicidad o de libertad.
Y esto es lo que últimamente han pretendido, en nuestro país, las teleseries de mayor audiencia.