Revista Diario

La “inseguridad”: un debate hipócrita

Por Julianotal @mundopario

La “inseguridad”: un debate hipócritaEl debate en torno a la ley de Responsabilidad penal juvenil vuelve a escena luego de un brevísimo tiempo que había sido eclipsada por el terror a las salideras bancarias. Los medios de comunicación sentencian como un juez que está por encima de la sociedad (y que pareciera no formar parte de ella) que resulta necesaria la baja de la imputabilidad, con el viejo argumento de “entran por una puerta y sale por la otra”, avivando voces de gente con sensación de inseguridad y de los políticos oportunistas de siempre.
En un excelente trabajo, Gabriel Kessler (El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito. Buenos Aires, Siglo XXI) estudiaba la evolución de la sensación de inseguridad en Argentina estableciendo que el miedo al delito es una figura relativamente novedosa, que aparece luego de la recuperación del país durante el 2003. En él, Kessler relativiza la manipulación mediática en cuanto a la instalación de una sensación de inseguridad. Debatir en torno a la importancia de los medios en base a la narración de la realidad sería como encerrarnos en el cuento del huevo y la gallina, pues la realidad no es algo etéreo o transparente (como le gusta promocionar a su programa Castro) sino más bien está ligada a un juego dialéctico, agravado en estos últimos años por la concentración mediática y la disputa por intereses políticos. No obstante, a partir del período 2003 a la actualidad, Kessler menciona que las imágenes del delito se organizan en torno a dos ejes: el primero fluctuante, vinculado a la novedad del delito (las salideras bancarias se incorporan así a los motochorros, los hombre-araña y los secuestros exprés); mientras que el segundo eje está vinculado estáticamente en relación a “nueva delincuencia” que se hacía “pública” y preocupante desde los noventa: los “pibes chorros”. El “nuevo” debate en ciernes está claramente vinculado a éste último, en éste se destacan los argumentos represivos, que claman “mano dura” por parte de sectores políticos de neto corte derechoso: referentes del peronismo federal y el Pro, y Scioli dentro del oficialismo.
La criminalización del menor a partir de un caso fogoneado por los medios refleja, una vez más, posturas ideológicas por parte de la sociedad y su clase dirigente. Lo lamentable es que por ambos lados, se encierran en discusiones donde la praxis de ejecución brilla por su ausencia. Habría que esperar que la gestión de Nilda Garré pueda volcar el debate de la “inseguridad” en torno a una solución inclusiva y progresista, aunque la solución del problema no depende de la ministra. Una amplia reforma de la estructura penal carcelaria, es una deuda pendiente de la clase política. Y en caso concreto, el problema de la juventud marginal sólo se puede vislumbrar una solución a partir de políticas sociales inclusivas que remiten a un trámite a largo plazo (y para ello hace falta un plan estructural que involucre a un compromiso de la sociedad toda: el crimen y el delito no aparece porque sí)
Mientras que por el lado reaccionario, el reclamo a la baja entra en la más ásperas contradicciones: no es casualidad que los mismos que ahora exigen criminalizar a los menores por otro lado reclaman la excarcelación de los gerontes genocidas (la situación de los “pobres viejitos” que tanto preocupa a Duhalde y Carrió).
Para finalizar cito nuevamente a Kessler:
“El sentimiento de inseguridad se estructura en torno a las propias percepciones y no en relación con las estadísticas”. Esta sensación se debe a la aleatoriedad de la figura criminal, no es casual que el temor y la condena siempre se agudice en torno a inmigrantes, villeros y jóvenes marginales, mientras que los criminales de “guante blanco” no sean una preocupación, sin darse cuenta que la vinculación es innegable, pues forma parte de un círculo vicioso. Mientras haya impunidad para los poderosos, el problema de la “inseguridad” no tendrá solución.

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