Revista Arte

La insoportable maestría de Carlos Alonso

Por Deperez5
La insoportable maestría de Carlos Alonso
La insoportable maestría de Carlos Alonso
La insoportable maestría de Carlos Alonso
La insoportable maestría de Carlos Alonso En esta época de irrefrenable decadencia del arte, cuando se violenta la buena fe de mingitorios, tiburones, latas de sopa y desechos rescatados de la basura para introducirlos contra natura en galerías, museos y bienales (con la esperanza de provocar de una vez por todas la ansiada y siempre postergada muerte de la pintura), una exposición de Carlos Alonso es un acontecimiento decididamente subversivo y totalmente insoportable para los profetas y seguidores del arte más contemporáneo.
Si alguien quiere comprobar en vivo y en directo el raro fenómeno de un grupo de obras que por sí solas pulverizan la caudalosa corriente de supercherías abierta por el mito del ready made, le bastará con acercarse al centro de Buenos Aires para visitar las salas de la galería Hoy en el Arte, Juncal 848, y recorrer las obras en papel del genial artista mendocino, agrupadas bajo la frase sarcástica y terrible extraída de una carta de Van Gogh a su hermano Theo: “al fin pude encontrarme a mí mismo: soy un perro”.
Trazadas con el virtuosismo y el brío que lo caracteriza, el grupo de obras de Alonso recorre la dicha y las heridas de la existencia a través de una alucinada galería de personajes: perros pintando, perros leyendo, perros con cabeza humana, boxeadores golpeando pomos de pintura, una formidable naturaleza muerta, desnudos, cadáveres, los infaltables autorretratos, una mano que dibuja y/o acaricia un trasero, niños llorando, niños riendo, heterogéneos grupos de familia, todo ello vivificado por el embrujo de una línea espontánea, nerviosa y certera, que describe los movimientos anatómicos con la precisión y el amor aterrorizado de quien presencia y presiente con abrumadora lucidez la fuga irreparable de la vida.
Después de sus más de 60 años de ejercicio ininterrumpido de la pintura, no hay nada nuevo que se pueda decir de Carlos Alonso; inoculado con el virus de la vocación artística por sus inolvidables don Lino Spilimbergo y Lorenzo Domínguez, apasionado recreador de Rembrandt, de Courbet, de Van Gogh y de Renoir y continuador de la última época gloriosa de la pintura de caballete, cuando los grandes sobrevivientes del impresionismo convivían con los jóvenes Picasso, Modigliani y Chagall, Carlos Alonso fue beneficiado por la injusta y caprichosa Naturaleza con un talento excepcional para el dibujo, y ese talento lo califica como uno de las grandes cumbres de la pintura actual y un referente ineludible para los jóvenes que aspiran a integrar la leyenda heroica de la pintura de caballete.
Luego de salir de la Galería, camino por Juncal y recuerdo el pensamiento de Ingres: “Dibujar no equivale simplemente a reproducir unos contornos, el dibujo no consiste simplemente en el trazo: el dibujo, por el contrario, es la expresión, la forma interior, el plano, el modelado. ¡Ya me dirán qué queda si quitan el dibujo! El dibujo comprende las tres cuartas partes y media de lo que constituye la pintura”, y enseguida pienso en la gran ironía de nuestro tiempo, bastardeado por un arte oficial que brega por la supresión del dibujo, descree de la maestría pictórica, anula la conexión humana e ignora el estremecimiento metafísico; un arte oficial que ningunea a Carlos Alonso, lo expulsa de Arte BA y procura denigrarlo en los pasillos con el argumento de que “sólo es un dibujante”; un arte oficial que propicia el vacío serial de la novedad, privilegia el control burocrático e institucional y reprime la impredecible singularidad que caracteriza a los verdaderos artistas; perversa ironía de una época que a título de conceptualismo, desmaterialización, exploración y otros eufemismos diseñados para encubrir la mentira, premia a los incompetentes y despliega los torpes decorados de la banalidad para opacar la brillante pintura de Carlos Alonso y evitar que su insoportable maestría salga a la luz.

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