Algo inédito en el arte contemporáneo: una "escultura" hecha "contra el sistema"
Hacer la apología de la Web en el día de hoy equivale a repetir algo que a los nativos digitales les resultará una total obviedad, pero en mi condición de averiado sobreviviente de tiempos idos, y a pesar de haber ingresado hace ya varios años al mundo de las pantallas y los bits, sigo tan admirado ante el poder de Internet como los primitivos cristianos que creían asistir a la realización de algún formidable milagro.
La diferencia, claro, es que el incomprensible milagro de hoy se hace real gracias a esta nueva posibilidad de comunicación libre e irrestricta con todos los habitantes del planeta y al acceso instantáneo a una documentación infinita.
Entre otras muchas cosas, esto significa que sin esta maravillosa herramienta no podríamos conocer tan cabalmente las condiciones reales de la existencia cotidiana dentro de los regímenes dictatoriales, empeñados en mantener un absoluto dominio sobre el pensamiento y las acciones de los ciudadanos sometidos a su control.
Un reciente informe de Reporteros sin fronteras expone cabalmente la situación:
“Los nuevos medios de comunicación y sobre todo las redes sociales, han puesto a disposición de la población herramientas de colaboración que permiten cuestionar el orden social. La juventud se los ha apropiado. Facebook se ha convertido en el lugar de rencuentro de los militantes que no pueden salir a la calle. Un simple vídeo en YouTube –de Neda en Irán o de la marcha de color azafrán de los monjes birmanos– puede bastar para mostrar al mundo entero los abusos de los gobiernos. Una simple llave USB puede permitir la difusión de información prohibida, como sucede en Cuba, donde éstas se han convertido en las samizdats locales. (…) La lista de los enemigos de la Internet establecida por Reporteros sin Fronteras reúne de nuevo este año a los principales países que violan de la libertad de expresión en la Web: Arabia Saudí, Birmania, China, Corea del Norte, Cuba, Egipto, Irán, Uzbekistán, Siria, Túnez, Turkmenistán, Vietnam”.
Pero los mecanismos de censura y control del pensamiento no se detienen allí: la tentación totalitaria también emerge fuera de las dictaduras, en el seno de corrientes intelectuales y disciplinas específicas encorsetadas por las visiones dogmáticas y excluyentes, cuya acción pretende limitar la posibilidad de expresar discrepancias o aportar miradas alternativas, algo que la Web ha tornado afortunadamente impensable.
Mucho hemos hablado, en concreto, del dogmatismo que asfixia al campo del arte contemporáneo con un discurso autoritario y cerrado, que invoca al espíritu de la época como determinismo inviolable y absoluto, y agobia a los azorados espectadores con el cansador repertorio de tiburones, alambres, adoquines, zapatos, mantas, actuaciones groseras, videos irrelevantes, desechos industriales y otros mil objetos corrientes, incomprensiblemente e irracionalmente catalogados como obras de arte.
En ese contexto monocorde y sectario, impuesto por la globalizada manada de curadores, galeristas, críticos, funcionarios y periodistas que repiten a coro la Vulgata conceptual, el blog de Avelina Lésper ratifica el formidable aporte de la Web al desarrollo del pensamiento crítico e independiente y a la libre circulación de las ideas, para beneplácito de los amantes de la pintura concebida como una construcción racional de sentido y belleza.
A los lectores que ingresen por primera vez al blog de Avelina Lésper les asombrará, tal vez, el acento de viva indignación que recorre su última entrada, dedicada al gran “NO” de madera que el artista (de alguna manera hay que llamarlo) Santiago Sierra coloca en distintos puntos de la ciudad de México, movido por una noble inquietud:
“las personas que luchan en contra del sistema necesitan imágenes y los artistas se las debemos dar”.
MI opinión es que la indignación de Avelina Lésper se justifica plenamente, no por la flagrante estupidez de los que creen que la “lucha contra el sistema” es un mérito artístico, ni por los que creen que “las personas” necesitan ser guiadas políticamente como borregos en contra del “sistema”, ni por la estupidez paralela de creer que basta con mencionar al “sistema” para que todo quede nítidamente aclarado, sin necesidad de establecer cuál es el sistema malo y cuál será el sistema superador.
Según mi parecer, no es el simplismo obtuso y pueril de Santiago Sierra, que fusiona un dudoso progresismo artístico con un maloliente progresismo político, lo que provoca la justa indignación de Avelina Lésper, así como la de tantísimos pintores que a lo largo y a lo ancho del mundo se esfuerzan durante muchos años y estudian a los grandes maestros para desentrañar los secretos del dibujo y perseguir los efectos de la luz.
Nada de eso; según mi parecer, la verdadera causa de la indignación de Avelina Lésper, y de nuestra propia indignación, reside en la sistemática negación del talento y la disciplina como medios genuinos para la construcción artística, y en la operación que instala el facilismo y la irresponsabilidad en las grandes ferias y bienales, mediante la práctica de catalogar cualquier cosa como arte, o de legitimar como artista a cualquier holgazán que se ufana de luchar contra el sistema o dice repudiar a la sociedad de consumo... mientras la disfruta alegremente, impermeable a la contradicción y el sentimiento de culpa.
En otras palabras, la indignación frente al sistema del arte contemporáneo, cuyo accionar reemplaza al arte genuino por la falsificación institucionalizada, está fundada en el imperativo moral que nos enseña a premiar el talento, la disciplina y el esfuerzo, y nos acostumbra a despreciar las soluciones mágicas dictadas por la superstición.