Revista Viajes
Ferdinand de Saussure definió el lenguaje como un sistema abstracto de signos. Roman Jakobson se centró en las funciones comunicativas del lenguaje. Para Noam Chomsky el lenguaje es “una colección (finita o infinita) de frases, cada una finita en su longitud y construida con una serie finita de elementos.” Pues bien, yo me quedo con lo que dijo nuestro compatriota Antonio de Nebrija de que “la lengua es compañera del imperio”. El lenguaje, además de ser un sistema abstracto de signos y todo lo demás que nos dicen los lingüistas, es una herramienta política, un instrumento de dominación.
Unos que lo entendieron muy bien fueron los norteamericanos. En 1901, cuando apenas hacía tres años que habían reemplazado a los españoles en Filipinas y aún estaban combatiendo a los filipinos que luchaban por su independencia, mandaron a las islas a los thomasitos. Los thomasitos eran jóvenes idealistas que llegaron a bordo del navío “Thomas” para enseñar a los filipinos las grandezas de la democracia norteamericana y, de paso, el inglés.
Los thomasitos han sido a menudo ensalzados por su fervor educativo y sus esfuerzos por contribuir a la modernización de Filipinas. Pero su labor también tuvo su lado siniestro. El objetivo era norteamericanizar a los filipinos, inculcarles los valores norteamericanos, para que así fueran más manejables. En este objetivo el inglés jugó un papel clave.
Los norteamericanos entendieron que, dada la división idiomática y cultural del archipiélago, si los filipinos optaban por darse una identidad común fuerte para rechazar al invasor anglosajón, la lengua que utilizarían sería el español. De hecho los líderes de la independencia habían escrito todos en español y la parte de la élite que se opuso a la invasión utilizó el español para expresar su rechazo a lo norteamericano.
La marginación del español fue un proceso lento que tomó décadas. Los primeros pasos consistieron en la extensión de la enseñanza primaria en inglés y en convertirlo en lengua cooficial. Pronto los ambiciosos vieron que el inglés abría puertas en la administración colonial. Además hubo factores sociales que influyeron. Mientras que los padres se aferraban al español para expresar su rechazo al invasor y su apego a las tradiciones de las islas, sus hijos abrazaron el inglés con entusiasmo porque era el idioma del mundo moderno y de todas las novedades que les traían los norteamericanos. Hubo más factores que influyeron en la progresiva desaparición del español en Filipinas, pero lo que me interesa aquí es que EEUU había comprendido perfectamente el adagio de Nebrija.
El idioma puede crear identidades. Cuando Indonesia accedió a la independencia, era un archipiélago inmenso donde se hablaban unos 700 idiomas. No se trataba de adoptar como idioma oficial el de los odiados holandeses, lo cuales, en todo caso, tampoco se habían preocupado de enseñárselo a los indonesios. La opción que hubiera parecido más lógica habría sido adoptar como idioma oficial el javanés, al ser Java la isla más poblada y desarrollada y el centro político tradicional del archipiélago. Sin embargo, los líderes de la independencia tuvieron la sabiduría de optar por el bahasa indonesia, una lengua franca que estaba extendida por todo el archipiélago aunque tenía muchísimos menos hablantes maternos que el javanés.
Cuando Timor Este alcanzó la independencia de Indonesia en 2002, también se encontró con dificultades para escoger un idioma nacional. Timor había sido una colonia portuguesa, pero el idioma portugués, que era el de la administración colonial, apenas se difundió entre la población. Los timoreños hablaban el tetum, que está dividido en cuatro dialectos poco inteligibles entre sí. Uno de esos dialectos era el tetun dili, una forma criollizada del tetum que funcionaba más o menos como lengua franca. También se hablaba el fataluku, un idioma papúo en el este del país. En 1975 Indonesia invadió Timor y resolvió los problemas lingüísticos a las bravas: impuso el bahasa indonesia, que era poco conocido por la población como única lengua oficial.
En 2002 los nuevos gobernantes timoreños se encontraron con un dilema. No querían utilizar el odiado bahasa, pero resultaba que ése era el idioma en el que las jóvenes generaciones se habían educado. La Constitución de 2002 establece que el portugués (que no habla casi nadie) y el tetum serán los idiomas oficiales. Al mismo tiempo, en un ejercicio de realismo, la Constitución establece que el inglés y el bahasa indonesia serán “idiomas de trabajo” en la Administración pública a la par que las lenguas oficiales, cuando sea necesario.
A veces los idiomas pueden servir no para crear, sino para manipular identidades. En la primera mitad del siglo XIX Siam se anexionó los territorios al oeste del Mekong, que tradicionalmente habían pertenecido al reino de Laos. El idioma predominante en la región era una variedad dialectal del laosiano. En la actualidad, al idioma que se habla en la región se le denomina isarn, una hábil manera de presentarlo como una realidad diferente del laosiano. El isarn no se enseña en las escuelas y apenas hay medios de comunicación que lo utilicen. Se le considera una lengua de campesinos y carece de todo prestigio social. Cualquier habitante de isarn que quiera ascender social y económicamente, sabe que lo que necesita es hablar thai.
El ejemplo más extremo de la interrelación entre identidad, política y lenguaje es el del urdu. El urdu está estrechamente emparentado con el hindi. Ambos son idiomas de la familia indoeuropea. La principal diferencia entre ambos estriba en que el urdu sufrió más la influencia del persa, el turco y el árabe y tomó más préstamos de ellos, mientras que el hindi recurrió más a su antepasado sánscrito para formar nuevas palabras. También les distingue el alfabeto en el que se escribe cada uno. La relación entre urdu y hindi se asemeja a la que existe entre el croata y el serbio. Realmente es el mismo idioma y es el hecho de haber sido influido por áreas culturales distintas más las ganas que se tienen los hablantes, lo que ha hecho que tiendan a verse como idiomas distintos.
Durante el imperio mughal el idioma oficial de la corte fue el persa, mientras que el urdu era el idioma hablado por las élites gobernantes. En 1837 los británicos reemplazaron el persa como idioma oficial por el urdu en el norte de la India. En la década de los sesenta del siglo XIX los hindúes empezaron a reclamar que el hindi reemplazase al urdu. La élite musulmana, que era la que había controlado la mayor parte del país hasta la llegada de los británicos, entró en pánico. Los hindúes eran tres veces más que ellos, así que era fácil que los británicos aceptaran. Dirigidos por Syed Ahmed Khan los musulmanes se unieron para la defensa de la oficialidad del urdu y fue en esta lucha lingüística donde empezaron a desarrollar una conciencia política y a verse como una comunidad diferente. O sea, que Pakistán vino a existir ochenta años después por lo que inicialmente había sido una controversia sobre cuál debía ser el idioma oficial.
El urdu se convirtió en la bandera de los musulmanes. Precisamente muchos de sus líderes provenían del norte del país y lo tenían como lengua materna. El creador de Pakistán, Ali Jinnah, tenía como idioma materno el gujarati, pero defendió que el urdu debía ser el idioma nacional de Pakistán porque “encarna lo mejor que hay en la cultura islámica y en la tradición musulmana y es el más próximo a los idiomas utilizados en otros países islámicos.” Para Jinnah el patriotismo pakistaní, el Islam y el urdu estaban indisolublemente unidos.
Muy bonito, pero impracticable como otras tantas ideas de Jinnah, empezando por la de crear un país llamado Pakistán. La partición hizo que los lugares en los que se hablaba el urdu quedasen en la India, no en Pakistán. El censo de 1951 de lo que era entonces el Pakistán Occidental arrojó las siguientes proporciones de hablantes: punjabi, 67,08%; sindhi, 12,85%; pashtún, 8,16%; urdu, 7,05%; balochi, 3,04%. En general el urdu era hablado por los “mohajirs”, los musulmanes que habían tenido que huir de la India en el momento de la partición y que eran vistos por muchos de sus compatriotas como intrusos que detentaban más poder que el que les correspondía.
La situación se veía agravada por el hecho de que en la parte más poblada del país, el Pakistán Oriental, el idioma mayoritario era el bengalí, que podía presumir de tener una riquísima y antiquísima tradición literaria, más incluso que el urdu. Que la historia no terminaría bien pudo apreciarse el 19 de marzo de 1948 cuando Jinnah realizó su primera y última visita al Pakistán Oriental. Durante su visita hizo declaraciones que Antonio de Nebrija habría suscrito, pero que a los bengalíes sentaron a cuerno quemado: “Permitidme que os aclare que el idioma estatal de Pakistán va a ser el urdu y ningún otro idioma. Quienquiera que intente engañaros en realidad es el enemigo de Pakistán. Sin un idioma estatal, ninguna nación puede permanecer sólidamente unida y funcionar. Mirad la historia de otros países. Por tanto, en lo que se refiere al idioma estatal, el de Pakistán será el urdu.” Jinnah estuvo 9 días en el Pakistán Oriental pronunciando discursos incendiarios de ese jaez, más o menos señalando que rechazar el urdu era como traicionar a Pakistán. La mala sangre que dejó ese viaje ya no se borraría y la cuestión del idioma sería uno de los detonantes del movimiento independentista bangladeshi.
Contar toda la lucha para la defensa del idioma bengalí y cómo acabó conduciendo a la independencia del Pakistán Oriental daría para una entrada entera. Simplemente apuntaré aquí que una de las principales fiestas en Bangladesh es el Día del Movimiento del Idioma o Día de la Revolución del Idioma o, también, Día de los Mártires del Idioma, que se celebra el 21 de febrero. Si lo supiera Antonio de Nebrija, seguro que diría desde su tumba: “¿Qué os decía yo sobre la lengua y la política?”