Puesto porJCP on Dec 1, 2014 in Autores
1.- El pensamiento político realista es pesimista por su escepticismo ante la naturaleza humana, lo que le diferencia de otros modos de pensamiento sobre lo Político y la Política. En particular, del humanitarista -destructivo-, del ideológico -constructivista-, del imaginativo -literario- y, por supuesto del utópico, modo de pensamiento estéticamente de mal gusto porque permite no afrontar la realidad y evadirse de ella, pero gratificante. En tanto escéptico, el realismo político es ajeno o contrario a lo que suele pasar por Realpolitik: simplemente no se hace ilusiones. «El realismo político, ha escrito recientemente Jerónimo Molina, es la imaginación del desastre»(1). Carlo Gambescia dice “triste” en un libro también reciente sobre al liberalismo como expresión del realismo…(2) Las citas podrían multiplicarse. Baste recordar lo de Ludwig Marcuse: el pesimismo lógico es en política “un estado de madurez”.
Una causa fundamental, no siempre explícita, aunque constituye la prueba irrefutable que justifica la actitud realista (3), es la ley de hierro de la oligarquía, una ley inmanente a todas las formas del gobierno por ser una consecuencia de la naturaleza humana: «La potencia del gobierno no flota en el aire», decía Carlos Marx. Los gobiernos son siempre oligárquicos con independencia de las circunstancias, el talante, los deseos, las intenciones, la voluntad, las pasiones, los sentimientos y las ilusiones de los escritores políticos y, por supuesto, de lo que digan los políticos autoengañándose o para engañar a los demás.
2.- La verdad política fundamental es la libertad política. Lo Político existe siempre. Pero sin libertad colectiva no existirá la Política, tal como se entiende en la tradición occidental desde los griegos: como ejercicio de esa libertad, aunque esté restringida a unos pocos. Ahora bien, al ser colectiva depende de la opinión, que es plural. Y no sólo porque sean las circunstancias las creadoras de las opiniones de la mayoría de los hombres, como decía Dicey. En la opinión pública o común se mezclan confusamente creencias, ideas, necesidades, pasiones, sentimientos, deseos miméticos e intereses, con frecuencia contradictorios o por lo menos contrarios de todos y cada uno de los opinantes en materia política. Y como esto introduce la incertidumbre en la vida política, la libertad colectiva suele descuidarse hasta que el estado de cosas obliga a reivindicarla, no siempre pacíficamente: las revoluciones son reivindicaciones de la libertad política.
La ley de hierro de la oligarquía se ciñe principalmente al papel político de los intereses y los deseos miméticos. Decía Maquiavelo: «a los hombres nunca les parece que poseen con seguridad lo que tienen, hasta que adquieren algo más de otros». Pero pueden ser también determinantes otras motivaciones, desde los afectos, las emociones o las simpatías a las ideologías y las creencias. De ahí la relativa inutilidad del pensamiento político concebido con la mayor racionalidad y de las teorías políticas: «Es un puro ilusionismo -las más de las veces ideológico-, escribía Jesús Fueyo, el dar por sentado que existe una y una sola respuesta científica -¡y no digamos de una vez para siempre!- para los grandes problemas políticos. La realidad política es de suyo polémica y el verdadero pensamiento político no es científico en tanto discurre en plena beligerancia. Cuando llega a recibir el universal “consensus” de científico es cuando ha vencido, y también, cuando habiendo sido vencido conserva un digno interés arqueológico» (4). Y no sólo eso: distorsiona el resultado de los cálculos políticos más prudentes. Maquiavelo, que jamás teorizó sobre la política, la hacía depender de los caprichos de la diosa la Fortuna. Lo más eficaz es la crítica racional de la realidad política para mantener el espíritu de la libertad colectiva. Esta es la causa por la que todo poder político procura operar en secreto y controlar la información llegando acaso a la censura o sugiriendo la conveniencia de la autocensura mediante dádivas o amenazas más o menos sibilinas.
La política es siempre azarosa. Lo único seguro es que se asienta en el hecho de que «el poder recae siempre en manos de una pequeña minoría fuertemente organizada e integrada exclusivamente por sujetos individuales o, todo lo más, por pequeños grupos. En esto estriba precisamente la clave última de su superioridad, la razón de su éxito, el secreto que le permite habitualmente imponerse con asombrosa facilidad», decía Guglielmo Ferrero (5). Esto no obsta para que la política auténtica sea siempre una combinación de moralidad y poder (6).
La consideración de la ley de hierro de la oligarquía desde el punto de vista de los regímenes, le da un alcance que sugiere que es un leit Motiv del pensamiento político, sin duda, el principal.
3.- La ley de hierro tiene por lo pronto una ventaja: desenmascara los mitologemas (7) mediante la desilusión y descalifica o ridiculiza las pretensiones del pensamiento político que no se atiene a lo concreto y agible en el momento presente, a la realidad política.
Tiene también dos inconvenientes.
El primero, que hace imposible una teoría política universal. Sería un cientificismo, tal vez ideológico, no sólo porque la política presupone la libertad colectiva, sino porque la intensidad con que opera la ley de la oligarquía, depende del azar o el conjunto indefinible de causas, concausas y circunstancias de todo orden. De ahí que sea la prudencia la virtud principal del político. La política pertenece al ámbito de la filosofía práctica, no al de la teorética (8).
El segundo consiste en que si se extrema la actitud pesimista, se llega fácilmente a la conclusión de que el poder es malo, idea facilitada por la preponderancia del pensamiento político de origen protestante. Tras la revolución francesa, que sustituyó el origen natural o divino del poder aribuyéndoselo al pueblo, es decir, a las oligarquías que le representan, ha llegado a ser la dominante. El gran historiador Jacobo Burckhardt creía firmemente que «el poder es malo» (die Macht ist böse) y popularizó la idea el dictum «el poder corrompe y el poder político corrompe absolutamente» (9), de Lord Acton, quien estaba influido por el historiador suizo. Alimentada por la teología protestante, por ejemplo Karl Barth, quien atribuía los males políticos y económicos a la naturaleza pecaminosa del hombre, lleva a la separación de la moral y la política y a renunciar a la política dejándola, puesto que es inevitable, en manos de los peores. Este es el origen de la Realpolitik como Machtpolitik, política de poder.
El caso decisivo y más eminente es el del racionalista de orientación protestante Tomás Hobbes, cuyo lema podría ser el famoso homo hominis lupo. Este gran pensador radicalizó la pecaminosidad de la naturaleza humana, unió el poder político y el temor de los hombres a los demás hombres e identificó lo Político con el aparato estatal, concebido como un hombre magno cuya simple existencia hace del miedo una categoría permanente de la vida colectiva. Esto produjo la reacción de Rousseau. Lutero había dicho de la razón que es una Hure, una prostituta que extravía la fe, y Rousseau, educado en el calvinismo, sostuvo que si la razón es corruptora, la naturaleza humana es angélica en su origen -el Paraíso perdido-, por lo que reaccionó contra Hobbes dando preeminencia al sentimiento sobre la razón. De ahí la actitud progresista que, empeñada en restaurar la naturaleza humana a lo Rousseau, ha desembocado finalmente en la antipolítica pacifista, llamada popularmente “buenista”. Actitud que no es ciertamente humanista sino antihumanista, porque declara la ilegítimidad de la naturaleza humana, como muestra Rémi Brague (10).
El auténtico pensamiento político no es hobbesiano ni rousseuniano; ni siquiera prejuzga la naturaleza humana: ateniéndose a la realidad, la acepta según es, pecaminosa pero racional. Pero como escribió hace muchos años el chino Han Fei-tzu, «el más sabio de los ministros nunca será escuchado por un rey estúpido». Por eso decía Julien Freund, que pensar políticamente es «ponerse siempre en lo peor». La ciencia económica, que descansa sólo formalmente en el principio de la escasez que le permite ser determinista como demostró Gustavo Cassel, olvidando que no existe la economía pura y que en último análisis de una metafísica, ha usurpado teóricamente el sitio a la política. Reconociendo la supeditación de la economía a la política, escribe el economista James Buchanan: «en política, quienes toman las decisiones últimas sobre empleo de los recursos, no comparten ninguno de los costes del sacrificio de oportunidades abandonadas» (11). Y en otro lugar: «ningún sistema de organización social en el que los hombres puedan actuar libremente, es capaz de impedir la explotación del hombre por el hombre o de un grupo por otro grupo» (12). Son infinitos los testimonios que podrían aducirse sobre la primacía de la política, su estrecha relación con la ley de hierro y su lógico pesimismo. Podrían sintetizarse con otro célebre dictum de Carl Schmitt: en política, «quien escribe se proscribe». Hablar políticamente de la realidad es arriesgarse a ser proscrito. Habría que matizar: salvo que se sea hobbesiano o rousseauniano, según la situación.
4.- Desde hace tiempo y por supuesto en la actualidad, es preciso tener en cuenta el cambio sustancial experimentado en la vida política debido a la instalación de amplias clases medias -en recesión actualmente por la presión de las oligarquías- en la sociedad y en la cultura como clases independientes. El fundamento de estas clases es el trabajo: gracias a la libertad de trabajo se hacen poseedoras y propietarias. Universalizado el hecho de la libertad de trabajo, peculiar de la civilización occidental, que sustituye el ancestral estado aristocrático de la sociedad por el estado social democrático, es en el fondo el gran elemento revolucionario de la “globalización”.
Hannah Arendt llamó la atención sobre ese hecho: la aparición del trabajo como un factor político por implicación, introdujo un nuevo paradigma en la vida y el pensamiento políticos. Debe reconocerse el mérito de la famosa ley inspirada por el revolucionario Le Chapéliére, tan criticada sin embargo, al abolir el monopolio de los gremios, aunque Arendt atribuye con razón a Carlos Marx el mérito indiscutible de haber sido el primero en hacer hincapié vigorosamente en ello y con conocimiento de causa (13), aunque a la verdad, Tocqueville, que captó en Norteamérica lo esencial de la cuestión, dijo simultáneamente lo mismo de otro modo al pedir una nueva ciencia política para “un mundo enteramente nuevo” nacido del tránsito del estado aristocrático de la sociedad al estado social democrático debido a la formación de las clases medias y al reconocimiento social del trabajo (14).
El propio Tocqueville señaló que la gestación de ese gran hecho con categoría de acontecimiento, comenzó en el fondo de la Edad Media. La causa formal fue el cristianismo; la material consistió en la adición a las posesiones y propiedades inmobiliarias de un gran incremento de la posesión y propiedad de bienes mobiliarios que modificó la economía circular o de perpetuo giro (kreislauf decía Schumpeter). Ese hecho influyó sin duda en la formalización por Michels de la ley de hierro de la oligarquía. Ferdinand Lassalle, el fundador de la socialdemocracia partidaria de la revolución legal, el “socialismo evolucionista” (15), en contraste con el socialismo revolucionario de Marx, había rebautizado la ley de bronce de los salarios de David Ricardo como ley de hierro para darle más énfasis, y es muy probable que Michels, estudioso del partido socialdemócrata alemán, la generalizase como ley de hierro de la oligarquía, al aplicar esa idea de Lasalle a los partidos políticos.
Seymour M. Lipset observó la interrelación entre los estudios sobre la división del trabajo y el consenso de Marx y Tocqueville respectivamente con los de Michels sobre la oligarquía y Max Weber sobre la burocracia: «Ambos, dice refiriéndose a estos últimos, trataron de demostrar que las organizaciones y sociedades socialistas eran, o serían necesariamente, tan burocráticas y oligárquicas como las capitalistas» (16).
5.- Desde la publicación en 1911 del famoso libro de Michels Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna (17), suelen relacionarse las alusiones a la oligarquía con los partidos políticos, aspecto sobre el que existe bastante bibliografía, que, por lo general, sigue a Michels o parte de él. Sin embargo, en comparación con Weber inspiró pocos estudios posteriores a pesar de su afirmación, en el prólogo de 1915 a la edición inglesa de aquella obra, de que «la democracia conduce a la oligarquía y contiene necesariamente un núcleo oligárquico». Rara vez se considera esa ley como una ley general de la política. El propio Michels casi se limita a decir de la ley de hierro, que es «una ley sociológica más allá del bien y del mal».
La atención a la ley de hierro en relación con los partidos políticos -que hace ilusorias las exigencias de que “se democraticen internamente”- está sobradamente justificada, ya que parecen ser indispensables en la democracia de masas. Ahora bien, los partidos políticos son sólo un aspecto de sus implicaciones. Por lo pronto, no opera sólo en la democracia, aunque en este caso sean más notorios sus efectos. Sin embargo, no deja de ser sorprendente la relativa escasez de estudios concretos sobre esa ley desde este punto de vista (18), pese a que la historia de Occidente podría escribirse como una interpretación oligárquica de la historia bastante menos reduccionista que la interpretación económica socialista (19), o como una lucha permanente por la libertad política, mediada por la dictadura en situaciones límite o excepcionales a fin de conservar el equilibrio del orden político, y a veces a favor de las oligarquías o de la democracia como en las célebres luchas entre Sila, defensor de la oligarquía, y Mario, defensor de los plebeyos, y luego entre sus herederos Pompeyo y César. La sacralización de la democracia -la transformación de la democracia en una religión- tiene seguramente bastante que ver con la omisión del carácter universal de esa ley.
Montesquieu, bajo la influencia de la tradición de la Polis griega y ejemplos parecidos, y del pensamiento político tradicional, no concebía que fuera posible un gobierno democrático salvo en pequeñas ciudades o grupos de hombres, donde es posible la democracia directa o participativa. Por eso los partidos o como se les quiera llamar son indispensables en los gobiernos democráticos en espacios de mayores dimensiones, aunque Simone Weil pidiera su supresión esgrimiendo buenas razones, entre ellas la de la corrupción. Sin embargo, el problema principal no es su particular organización oligárquica, que responde al hecho de que en toda agrupación humana existe una jerarquización, por muy informal que sea. «Quien habla de organización habla de oligarquía», decía Michels (20).
El meollo de la cuestión radica en como impedir o mitigar que los que mandan, no sólo los partidos (aunque sean de notables, como los liberales del siglo XIX), se comporten oligárquicamente respecto al resto de la sociedad o sean meras correas de transmisión de los intereses, deseos y sentimientos de las oligarquías sociales. Lo importante políticamente es la función de la ley de hierro como un denominador común de todas las formas del gobierno, incluida la oligárquica. Nicolás Pérez Serrano notaba (21), que fortalece por ejemplo la figura del Jefe del Estado, aunque sea doctrinalmente inoperante, al confluir en su figura la tendencia oligárquica. La concentración de los poderes, la monarquización del mando, el secreto en las grandes decisiones, le llevó a Bertrand de Jouvnel a pensar que los sistemas políticos “democráticos” tendían a ser principados en los que proliferan las élites (22). Decía Michel Foucault, que el poder está en todas partes y lo decisivo es que la ley de hierro configura o estructura los regímenes políticos condicionando al gobierno, cualquiera que sea su forma.
6.- Con independencia de la “cuestión social”, cuyo trasfondo es la lucha por el reconocimiento político de la mayoría de edad del mundo del trabajo -una lucha por la representación-, el hecho de que la ley de hierro de la oligarquía haya pasado prácticamente inadvertida como tal hasta tiempos relativamente recientes, sugiere la salida a la luz pública de una idea emparentada con el tipo de «ideas filosóficas de elevada generalidad necesario para guiar a la aventura hacia lo nuevo y asegurar la realización inmediata de lo útil de este fin ideal» (23). Desde el punto de vista político, la ley de hierro de la oligarquía pertenecería al ámbito de la metapolítica, que, «como su nombre lo indica, en griego thá methá politiká, va más allá de la política, a la que trasciende en el sentido de que busca su última razón de ser, el fundamento no-político de la política» (24). La metapolítica es «una disciplina, prosigue Alberto Buela, cuyo objeto es doble. Es filosófico (se ocupa de los fundamentos últimos de la política) y político (se ocupa de la proyección político-social de dichos fundamentos)» (25). Esta podría ser otra causa de la desatención a la ley de hierro, pero lo cierto es que esta ley subyace en el pensamiento político desde su comienzo como un presupuesto metapolítico, pudiéndose citar multitud de escritos como el citado de Jouvenel -en realidad casi toda su obra- cuya ultima ratio o justificación consiste en que, sin mencionarla, la presuponen (26). El pensamiento político de Platón, el fundador de la filosofía política, o la ciencia (en el sentido griego) política de Aristóteles serían ininteligibles sin esa ley.
7.- Para remediar las consecuencias de la ley de hierro implícita en la vida colectiva, el pesimista Hobbes, para quien la innovadora ciencia natural de Kepler, Galileo y otros era “un pequeño poder”, imaginó una nueva ciencia política algo más optimista en tanto objetiva, introduciendo el nuevo paradigma que alteró el curso natural de la concreta política europea de origen más romano que griego (27), transformada doctrinalmente por san Agustín en escatológica (28).
Hobbes describió a este fin las pasiones o causas antropológicas del pesimismo político y las leyes de la naturaleza humana que justificaban su teoría del Estado, trasunto de la Pólis griega junto con los demás elementos (29), alterando la tradición de la omnipotentia iuris medieval, que reconocía la auctoritas del Derecho en tanto parte de las reglas del orden creado por Dios, el único soberano en el sentido moderno, sobre la política. Diseñando el Estado como una nueva forma de lo Político regida por el derecho político, origen del corpus del derecho público, una nueva rama del Derecho, puso Hobbes la omnipotentia iuris bajo la soberanía estatal: formar el derecho político -“o civil”, el derecho de los ciudadanos que rige la Ciudad como un todo-, «corresponde a quien tiene el poder de la espada, mediante la cual los hombres se ven obligados a observarlo, pues si no, no tendría sentido», escribió Hobbes (30). Creía en arriére pensée, que, al ser el Estado un artificio científico cuya potencia es impersonal, neutralizaría la ley de hierro de la oligarquía -que, en el fondo, es más o menos una síntesis de las leyes de la naturaleza humana que expone el propio Tomás Hobbes-, equilibrando las necesidades y los egoísmos para conseguir la paz. La naturaleza de ese ente artificial – “superentidad misteriosa” le llamaba el gran constitucionalista C. J. Friedrich- es por eso la neutralidad.
8.- Cassirer (31) y Carl Schmitt, discípulo ex lectione del pensador inglés (32), observaron que, irónicamente, Hobbes inventó un nuevo mito, que, como máquina de poder hace inevitable que el régimen en el que se apoya el maquinista, como se llamó metafóricamente al gobierno estatal, sea oligárquico. El poder es naturalmente egoísta (B. de Jouvenel) y como decía Burckhardt, el poder político se opone a todos los egoísmos desmedidos menos al suyo. Así, en Francia, la Monarquía Absoluta financió a la aristocracia transformándola en una oligarquía a su servicio: la sociedad cortesana descrita por Norbert Elias (33), una forma de la sociedad política que, junto con la burocracia (34), media entre el gobierno y la llamada, a partir de Hegel, sociedad civil, entendida como la vida económica del conjunto de los individuos dedicados a la actividad adquisitiva (Bürgergesellschaft).
Partiendo de Hegel, Lorenz von Stein sustituyó definitivamente el pueblo por la sociedad y, siguiéndole, Carlos Marx (35), mientras en Francia, Saint-Simon y Comte, los padres del cientificismo político contemporáneo, la creencia en que la ciencia sabe lo que es bueno -un juicio de valor- para el hombre, y enemigos de la política en el sentido griego, romano y medieval, consideraron solamente la Sociedad, reduciendo la estatalidad al gobierno científico o tecnocrático, de hecho una oligarquía ilustrada.
Tal vez por todo eso, no se habla hoy mucho de la oligarquía salvo como forma concreta del gobierno; quizá también porque el Zeitgeist es democrático y, como decía Tocqueville, la democracia «immatérialise le despotisme». Vincenzo Sorrentino llamaba la atención hace años en Il potere invisibile sobre la dialéctica de Hannah Arendt entre visibilidad e invisibilidad en : «Estamos lejos de toda utopía de la transparencia; la invisibilidad es, de hecho, una dimensión constitutiva del mundo y de la vida humana. Vivimos en un “mundo de apariencias”, en el sentido que -cita a Arendt-, “para nosotros lo que aparece -aquello visto y sentido por otros como si fuese por nosotros mismos- constituye la realidad» (36).
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[1] “Realismo político y crítica de las religiones seculares en Raymond Aron”. M. Herrero (ed.), Religion and the political. Hildesheim, Georg Olms Verlag 2012.
[2] Liberalismo triste. Un percorso: da Burke a Berlin. Piombino, Edizione Il Foglio 2012.
[3] Según el Diccionario de Abbagnano, la palabra realidad (que proviene de la realitas de Duns Scoto) indica en el discurso filosófico «el modo de ser de las cosas en tanto existen fuera de la mente humana o independientemente de ella» en contraposición a la idealidad que designa «el modo de ser de aquello que está en la mente y no puede ser o no está incorporado o actuado todavía en las cosas». P. P. Portinaro dice que, en el léxico político, la realidad es el modo de ser de las relaciones de poder consideradas independientemente de los deseos y las preferencias de los actores o de las teorías más o menos normativas de los espectadores». Distingue tres formas de realismo: el “complaciente”, el “melancólico” y el que “vibra de indignación moral” . Il realismo político. Roma, Laterza 1999. P. 13.
[4] Estudios de teoría política. Madrid, Instituto de Estudios Políticos 1968. Pról. p. XI.
[5] El Poder. Los Genios invisibles de la Ciudad. Madrid, Tecnos 1991. 8, p. 87. Cf. C. Schmitt, “Coloquio sobre el poder y el acceso al poderoso”•. Revista de Estudios Políticos. Nº 78 (1954).
[6] Un aspecto en el que insiste E. H. Carr en su notable libro La crisis de los veinte años (1919-1939). Una introducción al estudio de las relaciones internacionales. Madrid, La catarata 2004.
[7] «No es la des-velación, sino la des-ilusión, lo que quebranta los mitos y promueve el abandono de las actitudes míticas». M. García-Pelayo, Los mitos políticos. Madrid, Alianza 1981. ”Mito y actitud mítica en el campo político”. 4.1, p. 29.
[8] Cf. W. Hennis, Política y filosofía práctica. Buenos Aires, Sur 1973.
[9] A la verdad, Acton escribió que el poder -como la libertad, el dinero, las pasiones, etc.- tiende a corromper y que, si es absoluto, tiende a corromper absolutamente. La frase literal reza: «Power tends to corrupt and absolute power corrupts absolutely». Como escritor católico, no podía sostener que el poder sea malo en sí mismo. La expresión aparece en una carta privada (5.IV.1887) al obispo Mandell Creigthon a propósito de una recensión de The History of Papacy, cuyo autor era el obispo. Vid. Lord Acton, Essays in the Study and Writing of History. Vol. II. Indianapolis, The Liberty Classics 1985. 19, p. 383.
[10] Vid. de Brague, Le propre de l’homme. Sur une légitimité menacée. París, Flammarion 2013.
[11] Ética y progreso económico. Barcelona, Ariel 1996. 5, VI, P. 131.
[12] J. J. Rallo añade otra cita de El cálculo del consenso «Conviene enfatizar que ningún sistema de organización social en el que los hombres puedan actuar libremente puede impedir la explotación del hombre por el hombre o de un grupo por otro grupo». Vid. http://www.libremercado.com/2013-01-09/juan-ramon-rallo-james-buchanan-y-los-limites-del-poder-politico-66992/. Buchanan está aludiendo a la ley de hierro sin decirlo.
[13] Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental. Madrid, Encuentro 2007.
[14] Vid. D. Carrión Morillo, Tocqueville. La libertad política en el estado social. Madrid, Delta 2007.
[15] Vid. E. Bernstein, El socialismo evolucionista. Granada, Comares 2011.
[16] Según Lipset, «las teorías de Weber y Michels sobre la burocracia y la democracia junto con las de Marx y Tocqueville sobre el conflicto y el consenso, establecieron la preocupación básica de la sociología política moderna». El hombre político. Buenos Aires, Eudeba 1963. I, pp. 8-10.
[17] Buenos Aires, Amorrortu 1969. Esta edición, traducción de la versión inglesa, incluye el conocido prólogo de Seymour M. Lipset. La tesis de Michels no se ha librado de críticas. Se podrían resumir, decía hace tiempo un comentarista, en que «si todavía no ha aparecido en el planeta una organización capaz de evitar la ley de hierro, es que esta ley se basa sin duda en un ideal utópico». C. Fred Alford, “The ‘Iron Law of Oligarchy’ in the Athenian Polis…and Today”. Canadian Journal of Political Science. XVIII (2.VI. 1985). II, p. 298. El autor piensa que no es “completamente utópica” y puede mitigarse.
[18] Es muy recomendable el libro de B. de Jouvenel, Du principat et autres réflexions politiques. París, Hachette 1972. (Hay trad. española). Aunque no menciona esa ley, el conjunto de artículos es una reflexión sobre el carácter oligárquico de los gobiernos.
[19] Carl. J. Friedrich sólo menciona la ley de hierro de pasada en relación con los partidos en su importante tratado Gobierno constitucional y democracia. (2 Vols. Madrid, Instituto de Estudios Político 1975). Karl Loewenstein, que no la menciona aunque la describe, se limita a decir que «la nueva sociología histórica de Mosca, Pareto, Michels y Max Weber -por no citar a Giovanni Battista Vico- ha mostrado de manera convincente que no existe en absoluto una relación causal entre la estructura del mecanismo gubernamental y la localización fáctica del poder». Teoría de la Constitución. Madrid, Ariel 1964. II, p. 47. La oposición al socialismo, especialmente al marxista, y a su versión fascista -un socialismo nacional- puede ser una causa de la falta de atención a la ley de hierro y sus implicaciones generales. A.C. Pereira Menaut no menciona tampoco la ley de hierro en sus Lecciones de Teoría Constitucional. Madrid, Colex 2006. Una causa puede ser la desaparición académica del Derecho Político, sustituido al estilo positivista por el Derecho Constitucional.
[20] Tras la Segunda Guerra Mundial, la jerarquización organizativa ha llegado al punto que los partidos son en gran medida partidos de funcionarios, al haberse convertido el Estado en Estado de Partidos. Leibholz, teórico de esta forma del Estado, reconocía que la democracia es hoy plebiscitaria. Pero esto pertenece al tema de la representación, que cae fuera del presente trabajo. Sobre el Estado de partidos, M. García-Pelayo, El Estado de partidos. Madrid, Alianza 1986. A. García-Trevijano, Teoría Pura de la República. Madrid, El buey mudo 2010.
[21] Tratado de derecho político. Madrid, Civitas 1976. & 257, p. 324.
[22] Du principat “Du principat”, pp. 148ss.
[23] A. N. Whitehead en el breve prólogo a Aventuras de las ideas. Barcelona, Plaza & Janés 1942.
[24] “¿Qué es metapolítica?”. Ensayos de disenso (Sobre Metapolítica). Barcelona, Nueva República Eds. 1999. P. 97.
[25] Ibidem. Id P. 98.
[26] Manfred Riedel planteó el problema de la metapolítica en Metafísica y metapolítica. Buenos Aires, Alfa 1977. Según C. Gambescia, «en primer lugar, la metapolítica estudia la realidad política en los términos en que es y no en los que debiera ser». «En segundo lugar , la metapolítica se ocupa de las cuestiones ligadas a la legitimidad del poder (raíz y forma) tal como se presentan, sin apelar a alguna causa primera ultraterrena». «En tercer lugar, tiene un valor metodológico en el sentido de que individua y relativiza los juicios de valor». Metapolitica. L’altro sguardo sul potere. Piombino, Il Foglio 2009. 5, pp. 31-32.
[27] Vid. el importante trabajo de Á d’Ors, “Sobre el no-estatismo de Roma”. Ensayos de teoría política. Pamplona, Eunsa 1979.
[28] Vid. D. Sternberger, Drei Wurzeln der Politik. 2 vol. Frankfurt a. M, Insel 1978. Es de notar, que la palabra “política” era extraña a la edad media hasta que Guillermo de Moerbeke tradujo la Política de Aristóteles hacia 1260, probablemente a instancias de Santo Tomás de Aquino. Cf. de Sternberger, Die Politik und der Friede. Frankfurt a. M. 1986. Espec. “Das Wort Politik und der Begriff des Politischen”. Sternberger insiste en que el fin propio de la política es la paz. Cf. M. Revelli, La política perdida. Madrid, Trotta 2008.
[29] Al respecto, W. Naef, La idea del Estado en la edad moderna. Madrid, Aguilar 1973. Sobre la influencia de la Pólis en la génesis del Estado son clásicos los estudios de P. Joachimsen.
[30] Elementos de derecho natural y político. Madrid, Tecnos 2005. II, 1, 10, p. 221. Hobbes estudia las pasiones en la primera parte y en la segunda consagra el derecho político como un nuevo derecho, al que trasladó la auctoritas de la omnipotentia iuris en tanto creación del deus mortalis, el nuevo soberano político absoluto: auctoritas, non veritas, facit legem dirá Hobbes. El derecho político, que organiza la estatalidad, comenzó así a prevalecer como el derecho de la soberanía político-jurídico de Bodino, sobre el tradicional, que poco a poco quedó como ius privatum. Salvo en Inglaterra, donde subsistió la omnipotentia iuris medieval en la figura del Common-law. Elementos empezó a circular en copias en 1640, tres años después de la aparición del Discurso del método.
[31] El mito del Estado. México, Fondo de Cultura (varias edcs.)
[32] El Leviatán en la doctrina del Estado de Tomás Hobbes. México, Fontamara 2008. Y el mito de la Sociedad como contrapunto al del Estado.
[33] La sociedad cortesana. México, Fondo de Cultura 1982.
[34] Vid. el cap. II de la op. cit. de C. J. Friedrich, titulado “El elemento sustancial del gobierno moderno: la burocracia”
[35] El mecanicista Hobbes había reducido ya el pueblo, concepto orgánico, a la Sociedad -el pueblo como un conjunto de individuos- contraponiéndola al Estado. En Alemania, Stein introdujo la familia en la Sociedad ampliando así el concepto hegeliano y redujo la tríada de Hegel Familia-Sociedad-Estado al dualismo Sociedad-Estado como las dos formas eternas de la eticidad. Marx calificó bastante acertadamente el Estado como superestructura de la Sociedad económica hegeliana.
[36] Il potere invisibile. Il segreto e la menzogna in politica. Molfetta, Edizioni la Meridiana 1998. 5, p. 159. Arendt sólo conoció la prensa y la radio. Hoy se dice que Internet facilita la transparencia. Pero Internet, un oligopolio, depende de los grandes poderes oligárquicos.