Revista En Femenino

La leyenda de la máscara

Publicado el 10 febrero 2014 por Femeniname

Se cuenta que en una antigua casa de la ciudad de Zacatecas, por el barrio de Mexicapan existió un hombre que para cada tipo de relación usaba una máscara. He aquí su leyenda.

Nadie supo ni nadie sabe cuando comenzó su práctica de utilizar máscaras; lo cierto es que las empleaba con gran habilidad, de acuerdo con el ambiente y circunstancias en que se hallara. Tenía una máscara familiar que era alegre, sonriente y acogedora; en cambio para su trabajo lucía otra que se distinguía por su frialdad y arrogancia. Cuando se reunía con sus amigos, su máscara expresaba malicia, picardía y vivacidad. Si iba al Templo mostraba otra de piedad y acogimiento.

Para cada ocasión escogía una máscara diferente…

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Pasaba así los días, cambiando así sus máscaras, sin prescindir de ellas ni siquiera en las noches, pues al quedarse dormido se veía en sus sueños representando simultáneamente los diferentes papeles, riendo consigo mismo por las discordancias que se presentaban ante él.

Al despertar estaba angustiado y confuso, pero con el nuevo día salía a repetir su comedia… Había convertido su día en un drama permanente, al asumir papeles contradictorios y artificiales.

Sucedió que una noche mientras dormía, alguien entró a su habitación y se llevó todas las máscaras, incluso la que tenía puesta; sintió la luz que iría sus ojos y una sensación muy extraña en su cara. Se miró al espejo y quedó asombrado al mirar su propio rostro, en forma apresurada se inclinó a buscar sus propias máscaras, sin hallarlas; examino incrédulo cada rincón, pero no las encontró.

Alguien golpeó a su puerta, se llenó de temor y desesperación, abrió la ventana que daba a la calle y salió por allí. Caminó apresuradamente ante la gente, sin mirar a nadie; quienes pasaban por su lado sólo se admiraban de ver su afán, más no lo reconocían.

Por fin llegó a las afuera de la ciudad; se sentó sobre la hierba húmeda de la mañana y respiró profundamente el aire fresco, acarició su rostro, maravillado de palpar su piel viva y cálida, diferente a la tela dura y fría de sus máscaras. Miró todo con calma a su alrededor y lo vio más hermoso, más nítido; observó la ciudad y experimentó un irresistible deseo de ir hasta allá; se incorporó y se fue andando, sin embargo, por una sensación se sosiego.

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Al llegar a las calles y encontrarse con la gente, entendía que algo muy novedoso acontecía en él, dentro de sí mismo; la novedad de su ser se abría, era él mismo, desaparecía la angustia y el temor… dejando fluir su alegría comenzó a gritar repetidas veces: (Soy feliz, me he encontrado a mí mismo).

Cuando regresó a su habitación encontró otra vez sus máscaras. Las miró con horror y dejando caer sus lágrimas en ellas, esas máscaras que antes habían sido suyas se fueron diluyendo hasta esfumarse.

Observó la ventana por la que había escapado antes; continuaría abierta, no para escapar, sino para estar en contacto con los demás.


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