Dentro del cementerio de la Recoleta, se alza una escultura que inmortaliza a la joven Rufina Cambaceres (1884-1903), la hija del escritor argentino Eugenio Cambaceres, quien con sus ácidas obras desnudó hipocresías de la alta sociedad de fines del XIX, y al que se repudió por haberse casado con una bailarina italiana, Luisa Baccichi, a quien la “gente bien” apodaba “La Bachicha”.
El matrimonio tuvo una única hija y cuando Cambaceres murió, Luisa y la joven Rufina quedaron solas, con un palacete en la calle Montes de Oca, entre otros bienes. La niña desarrolló un carácter introvertido y solitario que se profundizó cuando su madre, cuatro años después de la muerte de Cambaceres, se convirtió en “la querida” del futuro presidente Hipólito Yrigoyen. Para entonces Rufina tenía catorce años, era hermosa y muchos jóvenes rondaban la casona de Montes de Oca, pero ella mostraba indiferencia.
Pero el 31 de mayo de 1902, el día que cumplía 19 años, Rufina murió presuntamente enterrada bajo un ataque de catalepsia. Su madre decidió construir, vecina a la bóveda familiar, el sepulcro para su hija. De ello resultó un importante monumento Art Noveau con una estilización de líneas curvas y profusión de tallos, hojas y flores. Es obra del alemán Richard Aigner, que representa a Rufina de pié, frente a la puerta, tomando el pomo como para abrirla.
Esta representación artística sumado a las circunstancias de su sorpresiva muerte, dieron lugar a que se tejieran diferentes leyendas en la sociedad porteña de la época, que continúan vigentes en la actualidad.
Es una de ellas:
El 31 de mayo de 1902 Rufina cumplía 19 años, su madre había organizado una gran fiesta y luego escucharían música lírica en el Colón. Cuando finalizó el festejo y debían partir hacia el teatro, Luisa escuchó el alarido aterrador de una de las mucamas, corrió a la habitación de Rufina y la encontró tendida en el suelo, rígida, muerta.
Al día siguiente, Luisa e Hipólito Yrigoyen, la sepultaron en la Recoleta. Poco más tarde, el cuidador de la bóveda de los Cambaceres, avisó el macabro hallazgo del ataúd de Rufina abierto y con la tapa rota.
La versión oficial sugirió un robo, ya que la niña había sido enterrada con sus mejores joyas; pero Luisa vivió el resto de su vida torturada por la convicción de que su hija había sufrido un ataque de catalepsia y fue sepultada viva.