Nos hemos vuelto locos. Una siempre lo ha sospechado, pero en días como hoy, los nostálgicos del papel asoman el hocico adormecido al quiosco y se frotan los ojos para eliminar las legañas, aunque no pueden evitar confirmarlo. Nos hemos vuelto locos. Y regresan convencidos a casa. Porque ésta vez, “es un estar locos” a secas y no hay canción de Ketama, que apostille un “sabemos lo que queremos”. Aquí nadie sabe qué quiere ni adónde se dirige.Si el periodismo es contrapoder, cuarto poder o si conserva algún resquicio de influencia no importa demasiado, el caso es que todos están convencidos de su capacidad para camelar la opinión de los lectores, tan amodorrados en esto del juicio propio que salen de casa cual zombies a comprar los diarios para tener una sólida opinión sobre lo que pensar. Tampoco es relevante que ahora sea el Estatuto de Cataluña lo que se queme a lo bonzo en los tabloides. La temática no importa, lo crucial es opinar. Ya lo dice el eslogan de La Gaceta –ese panfleto de los de Intereconomía- “tú lo piensas, nosotros lo decimos”. Al menos son honestos y coherentes con lo que escriben. Este es el periodismo de vanguardia.
Una docena de periódicos catalanes apoyan el editorial contra la sentencia adversa del Constitucional sobre el estatuto catalán. El órdago se tira al río y los peces se enredan en el anzuelo. Ya se sabe, les pierde la boca. Para unos la sociedad civil catalana se vuelca en la defensa de su texto autonómico, para otros, la dignidad de la Constitución ha sido vilipendiada. Los que todavía creen que el órgano constitucional tiene algo de independiente, tachan de mal gusto la presión hacia estos sabios del Derecho. Los que hacen gala de la retranca apelan a la “libertad de expresión” y en medio de tal batiburrillo de opiniones yo lo que no diferencio es dónde están los políticos, dónde los magistrados y dónde están los periodistas. Además, éstos últimos, muy dados al transformismo, gozan de vestir toga y usar el mazo de sus palabras para poner orden sobre los asuntos del día. Vaya panorama. Y mientras, Mingote ha saltado hoy a la primera plana, con su caricatura de un Zapatero bobalicón sobre el empedrado y fangoso lago de chapapote que es el “Estatut”. En fin, que yo ya no sé si seguir leyendo o tirar todo este papel al cubo de reciclaje.
Y es que lo peor no es saber que el periodismo ha cambiado, lo más lapidario es la incertidumbre, porque aquí ni la crisis de Polanco, ni los tirantes de Pedro J. ni el espíritu de Torcuato, son capaces de vislumbrar el futuro. Por esto rellenan el tiempo dedicándose a opinar, pobrecitos habladores, al fin y al cabo ¿a quién diantres le interesa la información? Si es que va a resultar que son unos visionarios estos del Intereconomía. Yo ya repito su eslogan con fe oratoria “tú lo piensas nosotros, lo decimos”.
Menos mal que todavía queda algo de Enric González para saborear, aunque sean sus últimas columnas. La sensatez no está de moda y la realidad tiene a veces más fantasía que la propia imaginación. Por eso Enric comenta, casi asustado –o aliviado por su próximo exilio a Jerusalén- que si nos descuidamos, aquí hasta el apuntador acabará convertido en el mayor narcotraficante de Nuevo México, al más puro estilo ficcional de la serie Breaking bad.