Revista Arte

La maldición de Mondonville

Por Felipe Santos
La maldición de Mondonville

La lista de recuperaciones históricas de William Christie es larga, quizá no tan prolífica y ecléctica como la de Jordi Savall pero al menos igual de relevante para la música barroca francesa. En el recuerdo, por ejemplo, sobresale el Atys de Jean-Baptiste Lully que dirigió en 1987 al frente de su ensemble, el formidable Les Arts Florissants.

Para este año había programado el rescate de una obra que permanecía en el olvido desde los albores de la Revolución Francesa, escrita por un contemporáneo de Jean-Philippe Rameau. Jean-Joseph Cassanéa de Mondonville, violinista de la corte, compuso Titón et L'Aurore, una ópera-ballet que dio en llamar pastoral heroica y que se convirtió en una de las muestras más simbólicas del teatro musical francés de la época prerevolucionaria. Se estrenó en 1753, justo en los años en que se libró una pugna intelectual, la querelle des bouffons, entre los partidarios de la tradición francesa y los defensores de una apertura a nuevas formas como la opera bufa italiana, entre los que se encontraba Jean-Jacques Rousseau.

Una maldición que ha querido conjurar William Christie con uno de sus compositores predilectos. Tan sólo existía una grabación dirigida por Marc Minkowski en 1992. No oculta el director americano afincado desde hace años en París que le atrae este estilo ligero y virtuoso a la vez, forjado en la tradición del teatro parisino dieciochesco. La Opéra-Comique de París tenía previsto ofrecer cinco funciones a lo largo del mes de enero pero, debido a la pandemia y al cierre de los teatros franceses, ha tenido que reducirlas a una, que al menos pudo ser retransmitida por streaming y que puede verse en el canal medici.tv.

Titón et L'Aurore se abre con un prólogo custodiado por dos preludios orquestales llenos de fuerza y vigor que servirán de guía al resto de la obra. En él escuchamos de Prometeo la afrenta de haber proporcionado el fuego a los hombres. "¿Qué somos, oh cielos?", canta el refinado coro de Les Arts Florissants, "esperanzas y deseos hay en nuestras almas", todo como una forma de avanzar la historia de Titono, el pastor, y la Aurora, que se abre cada día para encontrarse e iluminar el mundo.

Ese primer encuentro está contado con mucha finura y gusto por Basil Twist, el director de escena americano, que también se ha hecho cargo de la escenografía y el vestuario. Destacan el uso de la luz y las marionetas de tamaño natural que son manejadas por figuras vestidas de negro, al estilo japonés, y por hilos, a la tradición europea. El conjunto demanda del espectador dejarse llevar al territorio de la imaginación, de lo mítico, como corresponde a tan ilustres protagonistas.

Quien haya presenciado un amanecer entenderá aún mejor el fugaz ofuscamiento en el encuentro, cada mañana, entre el pastor y su amada. Cuánto hay de ese fulgor en una vida que se escapa entre los dedos, un fenómeno de la naturaleza que ocurre inusualmente deprisa. Hay un crescendo musical en esa iluminación súbita de la esfera celeste: primero una mitad, luego la otra, mientras las estrellas van perdiendo su brillantez. Al fondo, el azul que se deshace en tonos rojizos y luego amarillos, como si emergieran de un dulce volcán.

Del encuentro de los dos amantes recelan Eolo, el dios de la tormenta, y Palès, la diosa protectora del ganado, conspiran celosamente de esa felicidad y median para que el deseo de Aurora de que su encuentro con Titono dure para siempre se convierta en una maldición: el pastor seguirá viviendo pero al cumplir años irá mermando en sus sentidos hasta casi no poder ver cada mañana a la razón de su vida. La intervención de Amor, el otro dios que con Prometeo se presenta como aliado de los hombres, solventa el conjuro y reencuentra a los amantes en un final feliz avant la lettre.

Merece mucho la pena escuchar esta obra y sumergirse en ese ambiente grácil que dibujan las melodías de Mondonville, y más en estos tiempos de pandemia. Ayuda a relativizar bastante la situación que vivimos unas notas compuestas en un mundo también aún más terrible, ausente de derechos y acosado por enfermedades hoy consideradas leves. Ojalá pudiéramos rescatar gran parte de esa levedad existencial que nos revela como pocas esta música galante. Como nos dice Amor en el prólogo de esta obra: "Preservad vuestros mejores días para él".

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Foto: Stefan Brion

Publicado por Felipe Santos

La maldición de Mondonville

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos


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