Comparto el último relato que he escrito para Salto al reverso.
No hay mejor medicina…
Él se asoma a la ventana. Hace un día espléndido, se imagina paseando con la cabeza levantada y los párpados cerrados, sintiendo el calor del sol de primavera. Paseando con ella, agarrados por la cintura. Le besaría el pelo, y se sumergiría en esos ojos verdes que brillan con la luz y que lo hipnotizan; aunque seguramente los tendría enmascarados tras las gafas de sol que le dan el glamur de las estrellas de Hollywood. «Estamos juntos, sí. La tía más imponente, la más simpática, la más inteligente me ha elegido a mí», les diría orgulloso con la mirada a todos cuantos se les cruzaran sin poder ocultar la expresión de envidia.
Pero ella está tumbada en el sofá, en la oscuridad de un comedor mal orientado, que incluso en abril necesita del calor artificial de la calefacción para resultar confortable. Está rabiando de dolor. Esa maldita espalda que no…
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