En La mesa de los galanes (uno de los cuentos que da título al libro), hay de todo como en botica: unos (los menos) un tanto flojos y otros (los más) tremendamente divertidos. En algunos la lectura se hace para un español un tanto obtusa, por el uso y hasta el abuso de lo que no sé si es lunfardo o ganas de joder. Pero no sigo mucho por esta vía, que hoy la globalización hará que esto lo lean en cualquier sitio, lo entiendan mal y me quieran cagar a trompadas, o me acusen como la última vez de poco menos que ser el culpable de la compra de YPF por Repsol. Además he mejorado mucho en mi don de lenguas, la jerga bonaerense ya no tiene secretos para mí, aunque a veces me lo pongan difícil:
- ¿Y, che?, apuró después, pegándole una palmada a Ricardo en el brazo-. ¿Cómo fue lo del Negro con los trolos?- No -insistió Ricardo- Porque antes caía tupido por acá.- Déjalo, boludo. No le hagas fiestas que por ahí se viene. Contame lo de los trolos..-Venía siempre.-Ya sé, gil. Si yo también venía. ¿O no venía yo?.../...
Roberto el Negro Fontanarossa era sobre todo un extraordinario dibujante, y algunos de los cuentos son tan gráficos que resulta fácil imaginarse la viñeta resultante. Eso es seguramente lo que buscaba y desde luego lo que consigue. Lo tenía claro:
De mi se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice. "Me cagué de risa con tu libro"