La presa
Kenzaburo Oé
Anagrama. 108 págs.
Por Luis Schiebeler
En una aldea rural del Japón, bajo un cielo telúrico y acechado por las evidencias de una guerra, los lugareños viven arrojados a una existencia agreste donde tiempo y espacio están signados por la desolación, el extrañamiento y las ubicuas sensaciones de muerte.
Los quehaceres cotidianos de la aldea se trastocan, se transforman, cuando un avión norteamericano se accidenta e irrumpe en sus vidas como único sobreviviente, un soldado negro. Un niño será en adelante el encargado de alimentar a “la presa” y de relatar la significativa dimensión que el incidente les otorga a sus vidas semi salvajes.
Una ulterior directriz por parte del Estado que llegará desde la ciudad marcará el fin de las innovaciones en las vidas de los nativos tan sublimadas por los niños, principales protagonistas de esta historia ambientada en el Japón de las bombas atómicas y las últimas instancias de la guerra del Pacífico.
Uno de los logros de esta nouvelle que corresponde a los primeros textos autobiográficos de Oé (Premio Nobel 1994) es la maestría con que el escritor deja discurrir las secuencias del relato bajo un sujeto narrativo casi imperceptible, que por momentos es el de un niño inocente y en otros se acerca al de un adulto que escudriña en los acontecimientos.
Con el fin de no traicionar la otrora mirada infantil, el autor no deja de poner en claro en la novela, su incapacidad de poner en palabras y retratar con autenticidad la magnitud que esas experiencias que marcaron su vida. De modo que deja sensaciones como de aromas indecibles e imágenes indescriptibles en la trastienda de los recursos literarios que se vale para detallar lo que va aconteciendo.
Al lector lo perseguirán hasta el final de la historia, olores nauseabundos, panoramas sórdidos y lúgubres bajo una hipersensibilidad del niño protagonista hacia los sonidos, colores y sabores que abundan en ese pueblo rústico donde funciona un crematorio y la gente vive de la caza de comadrejas y sin comodidades básicas.
Se advierten como conflictos centrales (y desde el discernimiento de un niño pre adolescente) el etnocentrismo, lo inefable de la otredad humana, la contrastación de la propia condición cultural y la continuidad de la vida en los pliegues de una guerra omnipresente.
De todos modos, y con la idea de que el lector pueda adentrarse en ellos sin más, sólo resta considerar de su parte, acaso el más lúcido de los detalles. “La Presa” tiene un prólogo de diez páginas a cargo de Justo Navarro tan entusiasta, que infelizmente termina por arrebatarle toda la astucia que el autor desarrolla a continuación con su estilo personal.