He puesto a girar la moneda, cada segundo una de sus caras completa una vuelta exacta sobre ese eje fortuito y temporal. Muertes, explosiones, besos, despedidas, la cara de la moneda solo puede ver en una dirección, todo el tiempo. Desde la mesa me llegan los sonidos metálicos. Me llegan a mí, pero acaso ¿no existe nadie más dando giro a la moneda en este mismo instante en Beijing? o ¿en Bagdad? Estoy seguro que sí. ¿Entonces ni siquiera este momento en el que reflexiono es real? Probablemente no. Todo parece ser un simulacro, la repetición del mismo hecho millones de veces hacia delante y hacia atrás. Nuestros padres, nuestros abuelos, todos hicieron lo mismo, y cuando ellos lo hacían, lo hacia también un soldado en Normandía al anochecer, un mercader en Adís Abeba después de haber cerrado su local. Todos los momentos se agotaron. El fin del tiempo ha llegado sobre este planeta. Aún... aún en otros planetas, seguiremos haciendo lo mismo... el primer astronauta en marte, girando una moneda. Mi moneda. Yo soy todos.
Hemos vislumbrado el "Eterno Retorno", tal parece que no podemos escapar de nuestra naturaleza. Hemos creado el orden, pero dicho orden no existe, no es más que una alineación comprensible de las cosas. En realidad, toda organización es caos, una versión racional del caos, de ninguna manera menos caótica. Pero existe una cosa, un orden puro y real que se escapa a todos aquellos creados por el hombre. Los números. Piénsalo... el uno era uno antes de que el hombre comprendiera su valor... Así, los hombres han llegado de las cavernas del sur de áfrica a Bering, de norte américa hasta la Patagonia, y con ellos todos los órdenes y clases cambiaron, pero el uno es uno en las ciudadelas mayas, en las pirámides de Egipto o en las islas de polinesia.
Podría relatar toda la historia del hombre, hablar de los maravillosos descubrimientos que hiso mientras existió, de su prodigioso avance a partir del siglo XXI, pero resultaría fútil. El hombre no comprendió una cosa; el significado del progreso. Paso de ver el cielo nocturno a colonizar las estrellas y jamás lo comprendió. Resulta paradójico y burlesco el hecho de que el hombre ya desde un estadio temprano de su desarrollo se percató de cuál sería el único fin posible de su universo, el único fin posible de su historia; ser olvidado, por siempre jamás.