Conrado Bodero fue criado en una familia muy decente, de clase media. Desde niño se le enseñaron los valores mediante cuentos y moralejas, junto al ejemplo vivo de sus padres. Que si la solidaridad, que si la honestidad, que si el respeto, que si la honradez, que si esto y que si aquello. Conrado aprendió todo lo bueno que debe manifestar un ser humano, sólo lo bueno.
Lejos de incomodar a Conrado, la exigente crianza en valores de su familia dio sus frutos. Excelente estudiante en la primaria, de los mejores en la secundaria y líder universitario en la facultad de ciencias políticas de la universidad estatal.
La vida universitaria de Conrado estuvo llena de logros y reconocimientos, lideró la política estudiantil con gran maestría y llegó a ser la promesa de la facultad, el estudiante estrella de ciencias políticas y legislativas.
Con el tiempo, algunos años, Conrado inició su vida profesional. Inició su trabajo como asesor de campañas. Acumuló contactos y se hizo conocer en muchos círculos de la política nacional. Así como su carrera universitaria, su carrera profesional parecía muy prometedora.
Cierto día a Conrado le ofrecieron ser la imagen de la campaña política de un partido de centro–izquierda. El joven profesional vio en ello una muy buena oportunidad. La campaña fue un éxito total y él llegó al Congreso Nacional.
Para Conrado, tan joven, esto parecía un sueño. “Dentro del congreso pondré el ejemplo, les enseñaré lo que es ser realmente un padre de la Patria”, pensaba él, en el fondo de su mente.
Dentro del Congreso, el alma de Conrado empezó a brillar con entusiasmo. Sabía que llegarían las tentaciones, pero que si se mantenía firme en sus convicciones, todo iba a marchar bien. El joven congresista rechazó muchas propuestas indecentes y señaló, pública y enérgicamente, la corrupción dentro de la política legislativa de su país.
Conrado se volvió muy popular en su país; pero sólo entre la gente, porque entre los congresistas no causaba más que malestar.
***
–Tenemos que hacer algo con él, ¡nos está jodiendo todos los negocios! –dijo el congresista Pérez, bastante molesto.
–Ya lo mandé a investigar, pero el tipo es un santo. Jamás ha aceptado una coima, no tiene vicios y ni siquiera se lo puede chantajear con algún familiar, ¡porque todos son iguales a él!
–¡Maldito pendejo! Pero fresco, que hasta los santos son útiles.
Dicho esto, los dos congresistas corruptos, empezaron a hacer una serie de malintencionadas llamadas telefónicas.
***
Pasaron unos cuantos meses y no había pasado nada raro en la vida de Conrado, hasta que recibió una llamada.
– ¡Aló! – Conrado contestó su celular, que no mostraba el número que llamaba.
–Tengo datos importantes del caso Salgado. Usted es la única persona confiable en todo este lugar– le dijo el cauteloso abogado Pereira, el congresista más viejo y respetable, el mentor de Conrado desde que llegó a su puesto.
–Ya voy a su oficina, abogado. En una hora estoy allí– dijo Conrado con una indiscutible cara de satisfacción, ya que el abogado había preferido mantenerse al margen de su investigación y sabía que su mera intervención podía cambiar el curso de las cosas.
Pasada la hora, Conrado llegó a la oficina de su mentor y le pidió que por favor le cuente qué información tenía.
–Aquí no –dijo Pereira–, que las paredes tienen oídos. Vamos a mi auto.
Dentro del auto, Pereira le dio una carpeta llena de papeles a Conrado, que prometió revisarlas esa misma noche.
***
– ¡No puede ser! ¡Maldita sea! –gritó Conrado en su oficina. Inmediatamente partió hacia la oficina de Pereira.
–Al fin vienes, Conrado– dijo Pereira con un vaso de bourbon en su mano.
– ¡Estos papeles son una mentira! Y usted lo sabe… no puedo creer que digan que…
– ¿Que el desvío de fondos es hacia tu cuenta, Conrado? –lo interrumpió Pereira.
–Tienes que cambiar ese aromatizante, Pereira. Huele espantoso–se escuchó la voz del corrupto congresista Pérez.
–Pe…pero señor –Conrado se desplomó por completo al ver al congresista Pérez saliendo del baño de Pereira–. Pensé que usted era mi…
– ¿Amigo? –le interrumpe Pereira–.Aquí nadie es amigo de nadie, Conrado, que no se te olvide.
Conrado estaba confundido y desorientado. De repente todo fue claro para él. ¡Todo era una trampa!
–Ustedes quieren ensuciar mi nombre –dijo Conrado–. ¡Pero la verdad va a saberse!
–Piensa–dijo Pérez en tono tranquilo y pacificador–. Tú mismo viste los papeles. Sabes que cualquier fiscal, juez o abogado de este país los considerará evidencias concluyentes.
Conrado sintió náuseas.
–Considéralo un pago inicial –dijo Pereira.
–No entiendo– dijo Conrado.
–Verás –respondía Pérez, mientras se ponía a espaldas de Conrado y le daba palmadas en la espalda–, esas cuentas son legalmente tuyas, el trabajo lo hicimos muy bien. Puedes quedarte con el dinero y nadie saldrá herido, ni siquiera tu prestigiosa imagen.
Conrado se desorientó aún más. Las náuseas empeoraron y Conrado corrió al baño a vomitar.
–Es cárcel o aceptar el dinero, amigo –dijo Pereira desde afuera de la puerta del baño.
–¿Y qué tengo que hacer si acepto? – preguntó Conrado desde dentro del baño.
–Seguir en lo tuyo– respondió Pérez.
–No entiendo–dijo Conrado–, lo mío es investigar la corrupción, y ustedes lo saben.
Conrado salió del baño.
–Y vas a seguir haciendo eso–dijo Pereira–, bajo ciertas condiciones.
–Sí, no es nada del otro mundo –dijo Pérez–. El pueblo confía en ti: Conrado, el congresista honrado. Lo que debes hacer es perseguir los casos que te digamos, reales o ficticios, nunca sabrás la diferencia.
–Desviarás la atención del pueblo mientras nosotros nos encargamos de seguir con nuestros fines. Simple– acotó Pereira.
Para Conrado era de esos momentos cruciales de la vida, como la caída de Anakin Skywalker y el nacimiento de Darth Vader. Murió Conrado, el honrado; nació Conrado Bodero, el embustero.
Por Donovan Rocester